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la última llamada antes de la sedación

Una enfermera en la UCI de covid: "Ser la última persona que ve alguien antes de sedarle es una gran responsabilidad"

Experiencias profesionales y sacudidas emocionales en un año de lucha frente al covid-19 en la UCI del HUCA

POR ALICIA MÉNDEZ SALGUERO

Enfermera eventual de la UCI

Si cierro los ojos, aún recuerdo aquel día en el que me asomé a la ventana tímidamente y vi a todos mis vecinos aplaudiendo. Recuerdo perfectamente la sensación de asombro y de emoción: esas cosquillas en la barriga que hicieron que se me llenaran los ojos de lágrimas. ¡Nos aplaudían a nosotros! ¡Qué emoción!

Al finalizar marzo de 2020, terminé mi contrato y recibí otra llamada de la bolsa de empleo de enfermeras eventuales: sin saber cómo iba a hacerlo, de repente me convertí en una enfermera de la UCI. El miedo invadió mi cuerpo ante la terrible sensación de desconcierto que esas palabras provocaron en mí. Aquella noche (y muchas otras después) no pude dormir. Fue horrible sentirme de nuevo una aprendiz, una persona que creía que no iba a poder aportar nada a un mundo tan complejo como son las unidades de cuidados intensivos.

Al finalizar marzo de 2020, terminé mi contrato y recibí otra llamada de la bolsa de empleo de enfermeras eventuales: sin saber cómo iba a hacerlo, de repente me convertí en una enfermera de la UCI

Ya hace un año de todo esto. Un año desde que empezó mi andanza en la UCI, un año de estudio, de esfuerzo personal y de ayuda de mis compañeras para poder trabajar con pacientes críticos. Pero, sobre todo, un año desde que empecé a ver en primera fila cómo era esta pandemia que tanto miedo y dolor nos está trayendo a todos.

Mi primer día en la UCI –mejor dicho, mi primera noche– tuvimos un ingreso. Los profesionales del SAMU que trajeron a nuestro nuevo paciente venían con unos buzos enterizos que les cubrían completamente y les daban un aspecto de astronautas muy extraño. Todo era muy meticuloso: les vi quitarse el buzo, ayudándose unos a otros para hacerlo bien, y me recorrió un escalofrío por toda la espalda. Parecía una película. Cuando me di cuenta, mis compañeras estaban también vestidas con los EPI, habían entrado y se estaban encargando del paciente con una velocidad pasmosa. Vi a todo el mundo sincronizado, como en un baile. Y sentí un asombro y una admiración por todas ellas que me dura a día de hoy.

Durante este año trabajando en críticos me han quedado grabadas muchas cosas. Lo que más me conmueve son los pacientes que vienen hablando y después empeoran

Durante este año trabajando en críticos me han quedado grabadas muchas cosas. Lo que más me conmueve son los pacientes que vienen hablando y después empeoran. A veces, soy yo una de las últimas personas que ven antes de dormirse y, claro, para mí es una gran responsabilidad. Yo intento que estén cómodos, que estén tranquilos y que entiendan bien todo el proceso de un ingreso en la UCI. Que estaremos con ellos todo el tiempo, que vamos a cuidarlos, que no van a pasar dolor ni se van a enterar de nada hasta que se despierten y les quitemos el tubo que va a ayudarlos a respirar. Muchas veces me ha tocado tragarme las lágrimas cuando ha venido algún paciente con el que puedo hacer hasta bromas y al que hago reírse –o, al menos, sonreír– un rato, pero después tiene que sedarse para seguir con su tratamiento.

Una vez, uno de mis pacientes necesitaba ser intubado para poder recuperarse. Como yo me lo temía, y él también, le había cargado durante un par de horas el teléfono móvil para que avisara a su familia y hablara con ellos todo lo que quisiera. Lo dejé tranquilo, me lo agradeció con una gran sonrisa, y me fui a seguir trabajando. Cuando, al rato, llego a su box acompañada de los médicos y le comunican que se tiene que intubar porque está empeorando, miro la pantalla de su móvil y veo que no enciende.

–¿No has hablado con tu familia?

–No, el teléfono no funciona, no sé qué le ha pasado –me dijo.

Me quedé petrificada, con una sensación de pena y culpa terrible. La verdad, ya no daba tiempo para más. Lo sedamos y le dije que íbamos a llamar a su mujer, que estuviera tranquilo, pero que ya la llamaría él cuando se recuperase. Cuando decía esas palabras, tuve una sensación de presión en el pecho y en la garganta, y deseé con todas mis fuerzas que todo saliera bien. Pasadas unas semanas, mis compañeras enfermeras me dijeron que habían hecho una videollamada con su familia porque ya estaba recuperándose. Al poco, pudieron venir a visitarlo. Por fin respiré con alivio.

He salido en tantos fondos de móviles, he visto tantas caras de alegría, tantas sonrisas y tantas lágrimas, mientras sujetaba teléfonos y tablets con mis pacientes, que todavía se me quiebra la voz al recordarlo

Muchas veces, la que ha hecho las videollamadas he sido yo. He salido en tantos fondos de móviles, he visto tantas caras de alegría, tantas sonrisas y tantas lágrimas, mientras sujetaba teléfonos y tablets con mis pacientes, que todavía se me quiebra la voz al recordarlo. Son momentos maravillosos y muy emocionantes, y me llena de una felicidad tremenda poder acercarlos gracias a la tecnología. Pese a que vivimos tiempos difíciles, es un lujo que podamos sentirnos tan cerca estando físicamente tan lejos.

El problema es que las cosas no siempre van tan bien como esperamos. Después de mucho tiempo ingresado, uno de nuestros pacientes se fue de alta, y todas, muy contentas, fuimos a despedirlo, aplaudiéndolo y animándolo. Se sumó al aplauso otro de nuestros pacientes que nos había escuchado aplaudir, y nos prestó mucho.

–¡No te preocupes! ¡Pronto te aplaudiremos a ti! –le dijimos.

Al día siguiente, cuando entramos a trabajar, lo encontramos sedado de nuevo. Pasó de estar despierto e interaccionando con nosotras, a estar otra vez dormido. Algo había ido mal y hubo que dar pasos hacia atrás en su recuperación. Es muy triste ver cómo alguien está a punto de conseguirlo y, de repente, empeora. A nosotras, eso nos hunde mucho moralmente.

Tampoco se me olvidarán los fallecidos. Pacientes por los que intentamos tirar por todos los medios, a los que se les trata con todas nuestras energías, pero que no lo consiguen

Tampoco se me olvidarán los fallecidos. Pacientes por los que intentamos tirar por todos los medios, a los que se les trata con todas nuestras energías, pero que no lo consiguen. A veces, están en el limbo durante un tiempo, en la delgada línea que separa la vida y la muerte, pero, finalmente, acaban por no lograrlo. Muchas veces hemos estado acompañándolos al final de su vida, porque no quisimos dejarlos solos mientras se apagaban. Gracias al cambio de normativas, pudieron venir muchas familias para despedirse y acompañar durante el tramo final a sus padres, hermanos o hijos, algo que me parece totalmente necesario.

Si sigo haciendo memoria y buscando algo positivo, mi vacunación fue uno de los momentos más emotivos de esta pandemia. Poder recibir por fin una dosis de una vacuna que nos iba a ayudar a estar protegidos contra una enfermedad tan brutal, que se ha llevado por delante a tantas personas, fue para mí todo un honor. He de decir que me emocioné cuando la recibí. Pero más me emocioné cuando, hace unos días, las enfermeras del equipo de vacunación pusieron la primera dosis a mi madre, una persona que lleva cumpliendo todas las medidas restrictivas desde el principio, sin saltarse ninguna.

Quizás esto sea el principio del fin. Pero lo que estamos viviendo dentro de las unidades de críticos, y también en todo el hospital y en atención primaria, es abrumador, no solo físicamente (con los trajes que nos hacen sudar, las gafas que se nos marcan en la cara o los tirones que tenemos en la espalda de pronar a pacientes), sino también –y sobre todo– mentalmente.

Yo solo quiero ver la luz al final del túnel y sentir que cada vez estamos más cerca de conseguirlo. Ojalá sigamos cuidándonos para poder lograrlo entre todos de una vez por todas.

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