La Nueva España de Siero

La Nueva España de Siero

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pocos vecinos, buenas costumbres

La Paranza, parroquia menos poblada de Siero, y La Collada de Santa Marina se unen en sextaferia para limpiar la carretera

Por la izquierda, José María Vigil, Inma Hernández, Javier Taberna, Jorge López y Javi Valle, en La Paranza. | I. G.

La Paranza sobrevive como núcleo de población, aunque a duras penas. Según el Instituto Nacional de Estadística, si durante los últimos años han venido manteniéndose en la cifra exacta de una decena de empadronados, en 2021 bajaron a siete vecinos. Con todo, en el lugar se lo toman con filosofía y, además, cuentan la verdad, que vivir, lo que se dice vivir a diario, solo lo hace una familia joven. Ponen como ejemplo su caso Inma Hernández (que fue la alcaldesa de barrio de la zona) y José María Vigil, que aunque siguen censados en la parroquia sierense, tienen ahora como residencia principal Noreña.

Aunque todos siguen yendo. Y serán pocos, pero muy bien avenidos. De hecho, llevan cuatro sábados seguidos haciendo sextaferia con los vecinos de La Collada de Santa Marina para limpiar la carretera que sube hasta la parte alta del pueblo. En total, ocho personas se pusieron de acuerdo para que quedara como una patena. Terminaron este fin de semana. ”Lo hacemos todos los años, pero el pasado, con la pandemia y por motivos de seguridad, decidimos cancelarlo”, explica Vigil. Y es tan importante trabajar en equipo como la comida que celebran después: “Se hace desde que yo tengo uso de razón. Aunque el pueblo, en los últimos años, cambió mucho”.

“Estamos algo abandonados; los pueblos si no se cuidan se acaban”, lamentan en la zona

decoration

Vigil nació el 16 de marzo de 1961 en la que siempre se conoció como “La Casa del Alcalde”, porque en su familia fue pasando el cargo (de alcalde de barrio) de generación en generación. Primero lo fue el bisabuelo, después su abuelo, a continuación su padre y finalmente su mujer, Inma Hernández, porque él tenía que ir a trabajar y ella tenía más tiempo disponible para ir al Ayuntamiento si había que hacer gestiones.

“Yo pedía y pedía, pero no daban”, cuenta la ex edil de barrio. Arreglaron unos argayos y “lo que hicieron, lo hicieron bien”. Pero el abastecimiento de agua, sin embargo, lo pusieron entre los vecinos. A la fibra óptica ni está ni se la espera (de momento) y tampoco tienen saneamientos. Precisamente, esa carencia en los servicios fue la que hizo que la familia de Vigil y Hernández se fuese durante unos años para Noreña: “Mientras fueron al colegio, mis hijas tenían transporte. Iban en taxi. Pero nos enteramos de que al llegar al instituto ya no tenían y nos tuvimos que marchar unos años. Luego regresamos, pero ahora por cuestiones familiares no vivimos aquí”.

Sin embargo, la Paranza no siempre fue así. Cuando Vigil aún era un chaval, había más de una treintena de personas. No obstante, a él las fiestas, directamente, ya no le tocaron, ni tampoco los bailes. Ni siquiera vio la iglesia y el cementerio como era antaño. Fue destruida en el 1936, en la Guerra Civil, y quedaron solo dos paredes. Cuando era un niño, decidieron derrumbar los restos que quedaban y hacer un área recreativa.

“Yo pedí dos mesas, pero solo pusieron una”, indica Hernández. Esa zona, ahora, es un lugar de reposo para muchos peregrinos y un lugar de paso entre Oviedo y Covadonga. “Estamos un poco abandonados, porque estamos entre tres concejos”, dice Vigil. La carretera desde la que hablan cruza el pueblo y divide Siero con Oviedo. Y, en coche, están a la misma distancia de Sama (Langreo) que de Pola de Siero. Por poner un ejemplo, los praos donde tiene las vacas Javi Valle, que están justo en frente al domicilio de los Vigil, ya pertenecen a la capital asturiana. Y la vivienda familiar de Javier Taberna, que está a escasos metros de la llamada “Casa del Alcalde”, acaba de pasar a la jurisdicción ovetense, dentro de la parroquia de Tudela Veguín. “Si no los cuidan, los pueblos se acaban”, dice Vigil, que aunque no viva a tiempo completo en La Paranza sigue viniendo año tras año a sextaferia: “Home, ¿entós? Vamos por libre, limpiamos las cunetas, por ejemplo”.

En La Paranza, una vez hubo hasta bar, y baile, y pasaba un panadero y “un camionetu con un poco de todo”. Ahora, de eso, no queda nada. Solo la solidaridad de los vecinos, que se esfuerzan en cuidar el pueblo: “Hay que tener mucha fe para venirse aquí”, concluye Vigil. Y ellos, de momento, la mantienen viva.

Compartir el artículo

stats