Una población envejecida tiene pocas posibilidades de producir giros en la sociedad. El reposo, la abulia y la resignación que los años conllevan hacen una colectividad muy poco dinámica. La indocilidad es patrimonio de los jóvenes.
Desde instancias institucionales nos hablan de la mejoría y las economías de los ciudadanos son cada vez más estrechas. Dicen, dicen bien agestados y con euforia de justicia, que los pensionistas tendrán un “paga” para compensar el desequilibrio entre la subida del IPC y la de pensiones, pero la diferencia porcentual no se acumula sobre la subida primera para contar a efectos de la siguiente subida. Campesinos, transportistas, autónomos...
Todos padecen un incremento en sus costes productivos que los está ahogando. Nos hablan de un nuevo impuesto por circular por autopistas y autovías y se justifica diciendo que es para la conservación y porque existe en otros países. Los mayores siempre pensaron que para la conservación eran los impuestos sobre combustibles, pero no. Se llenarán los parabrisas de pegatinas: ITV, contaminación, impuesto de circulación. Habrá que conducir sacando la cabeza por la ventanilla. Lo del trabajo...
Podrían seguir enumerándose situaciones que a ojos de añosos fueron mejores. A la gente es fácil amilanarla. Que subió la electricidad, ya... Pero si hay un apagón, ¿qué electricidad vas a usar? Que subieron mucho los precios, ya... Pero si hay desabastecimiento, ¿qué vas a comprar? Y los ciudadanos aceptan estoicamente. Saben que es un problema que va más allá de dirigentes y que sus votos poco pueden cambiar el estilo social que se ha gestado y del que los veteranos somos muy responsables. Resignación. Por algo somos mayores.