Ser cura no es sólo decir misa. El padre Jony, el cura rockero de Tarragona que combina su melena y chupa con el alzacuellos, reunió hace unos días a quinientos estudiantes en una misa rockera. En Asturias no se conoce un fenómeno semejante, pero es cierto que en la región residen más de un cura atípico, que compaginan la vida pastoral con profesiones integradas en la vida civil o aficiones de todo tipo. Curas moteros, curas ganaderos, curas albañiles, curas profesores, curas que ejercen la medicina y la abogacía, curas que componen zarzuelas o que escriben himnos para clubes de fútbol son algunos de los perfiles de los sacerdotes con los que ha tenido la oportunidad de conversar LA NUEVA ESPAÑA. Eso sí, no todos están dispuestos a figurar en los medios de comunicación. Los que sí han accedido a contar su historia de vida y a compartir sus aficiones aparecen en este relato.

Arturo García Álvarez predica la palabra de Dios los fines de semana y la ley por semana. Natural de Grado, Álvarez ingresó en el seminario a los veinte años y se ordenó sacerdote. En su destino como capellán en el Hospital Universitario Central de Asturias decidió estudiar la carrera de Derecho por la UNED. Dicho y hecho. Se colegió y empezó a ejercer de abogado. Eso sí, cambió su destino pastoral por las parroquias de San Esteban de las Cruces y Bendones. Ahora reparte su tiempo entre la Iglesia y los Juzgados de Comandante Caballero. «Es del todo compatible», explica. «El trabajo de abogado lo hago por semana y el de la parroquia más bien el fin de semana, aunque siempre estás atendiendo a todo a la vez», cuenta. «Sí, a mucha gente le sorprende que sea cura y abogado», sostiene. «Pero no soy el primero ni el último», dice. García está a favor de la integración de los sacerdotes en el ámbito laboral. «Los curas deberíamos trabajar en la vida civil. Debemos trabajar como los demás. Te enriquece a todos los niveles y tomas contacto con la realidad», cuenta. «Yo no digo que los demás no lo hagan», explica. Arturo García cuenta que tiene su propio «turno de oficio» y que hay gente a la que ofrece sus servicios sin cobrar por ello. El joven cura y abogado relata que compatibilizar el sacerdocio con un empleo es algo cada vez más habitual, sobre todo entre los jóvenes que se ordenan sacerdote. «El sueldo de sacerdote es muy bajo, sí», admite.

José María Bedia es uno de los párrocos más peculiares del Occidente y quizá por eso es también uno de los más queridos por los vecinos. Todos le conocen por «Motorín». Cuenta que el mote se lo pusieron recién ordenado cura (en 1958) por las prisas con las que iba a todas partes. Poco después se compró una moto que le acompañó durante décadas y que encajaba como anillo al dedo en este cariñoso sobrenombre por el que todos le conocen. Hace un par de años el club motero «El Escape» de La Caridad le rindió homenaje por su afición en el marco de la concentración que celebran cada año.

Pero Bedia no sólo es conocido por su mote, sino también por su infinidad de aficiones. Entre ellas está la escritura. Son habituales sus colaboraciones en revistas de fiestas y publicaciones vecinales en las que relata «episodios puntuales revestidos de humor». Porque el humor y la ironía son dos de los rasgos más característicos de su personalidad. También lo de llegar tarde a las citas, que es uno de los principales reproches de sus feligreses. «Yo siempre digo que no llego tan tarde porque hasta que no estoy en la iglesia no empieza la misa», bromea.

A este castropolense de 76 años también le apasiona la música y por eso ve con buenos ojos la aventura musical de su colega el padre Jony. «Cuando el rey David trasladó el arca de la alianza a su sitio, iba cantando y bailando. La misa es una fiesta, así que es una buena idea». Bedia toca el órgano en la iglesia de Valdepares, una de las cinco parroquias en las que imparte misa. En su currículum musical figura incluso la composición de la letra y la música del himno del club de fútbol de La Caridad. Otra de sus particulares aficiones es el ganchillo. Dice que aprendió de una mujer en el asilo de Navia y durante un tiempo se esforzó en perfeccionar la técnica. Incluso suele vestir en misa con un cíngulo que se fabricó él mismo con puntos enanos. También le gusta el dibujo, estudió tres años de medicina que le sirvieron para poner inyecciones a media parroquia cuando apenas había centros de salud en la comarca y hasta se hizo cargo de la instalación eléctrica de la iglesia de Valdepares. Vamos, un cura todo terreno.

Jesús María Menéndez es sacerdote y profesor. Llegó a la docencia por casualidad en 1978. Había terminado sus estudios de Teología en el Seminario y el arzobispado le había destinado como diácono a la parroquia gijonesa de San José. «Necesitamos un profesor de Religión para el Instituto Jovellanos», le dijeron. Él asumió el encargo de buen agrado y con apenas 25 años se puso delante de una pizarra. Las aulas le engancharon y, desde entonces, ha visto crecer a miles de alumnos tanto en el conocido centro educativo como en los IES Doña Jimena y Fernández Vallín. Ahora, compagina las lecciones con su labor de párroco en los pueblos maliayeses de Careñes, Castiello de la Marina y Villaverde.

«Siempre he tenido más relación con la vida civil que con la religiosa», dice y asegura, a continuación, que su aprendizaje vital es «una combinación perfecta» de su paso por el Colegio de la Inmaculada y de sus vivencias infantiles en el barrio de Cimadevilla, donde se crió con una abuela a kilómetros de distancia de sus padres, con residencia por entonces en Pola de Laviana. En el colegio de los jesuitas «sintió la llamada», pero nunca se quiso desvincular de «la realidad de la calle». Sus clases son el mejor nexo con esa realidad. «La sociedad ha cambiado mucho desde los 70, y con ella la asignatura de Religión, que antes era obligatoria y ahora ni siquiera es evaluable», explica. Sin embargo, él se siente a gusto en la tarima y, de momento, no piensa bajarse de ella. «La relación con los 200 compañeros que tengo en los centros donde soy profesor es de lo mejor», asegura. Y con sus pupilos, también. Como prueba, un botón: ha casado a más de 700 chavales de los que años atrás había visto sentados en un pupitre para hablarles de lo humano y lo divino.

Para afición alternativa la del obispo auxiliar Raúl Berzosa. La composición de happenings musicales estilo zarzuela es una de las aficiones de las que presume. Una de ellas, «Cuando el viento habla», recibió el premio nacional «Bravo» en 1990. Berzosa, que siempre ha tocado instrumentos (guitarra, bajo y teclado, entre otros) compone happenings desde los tiempos del Seminario. Aunque lo suyo no es saltar al altar con una guitarra eléctrica, Berzosa no está en contra del rock católico que predica el padre Jony. «Es una cosa que se ha hecho de los años setenta, no es de ahora», relata el obispo auxiliar.