La confianza, eso tan volátil, es un elemento constructivo de primera mano para que ciertos proyectos de vida tomen forma de casa. Tres arquitectos y sus clientes, usuarios hoy de viviendas asturianas premiadas por su concepción arquitectónica, coinciden en que antes que sobre cimientos esas construcciones descansan sobre una relación personal que se fortalece a medida que el diseño progresa. Sin esa confianza, ¿cómo aceptar por ejemplo que te construyan una vivienda revestida de acero corten? Es el caso de la que Ramón Vidal García habita en el camino de Los Nogales, en Somió, Gijón, cuya singularidad llama la atención todavía hoy, nueve años después de que el arquitecto Jovino Martínez Sierra obtuviera con ella el premio «Asturias», que concede el Colegio de Arquitectos del Principado.

«La guerra de los arquitectos con los clientes es que te piden gato y quieres dar liebre». Rogelio Ruiz resume, volteando el viejo dicho, el empeño profesional por introducir en la vivienda privada conceptos contemporáneos, la pugna por «convencer a quien te hace el encargo de que la arquitectura tiene que ser un reflejo del momento en que se realiza. La gente te pide una construcción tradicional que anula la presencia del momento actual en la arquitectura». Ruiz advierte de que «falta confianza en los arquitectos», algo vinculado a la explosión «a partir de los años 90 de la arquitectura como espectáculo, que nos obliga a mostrar a la gente que hay otra manera de hacer las cosas, que no se trata de construir algo raro sino algo contemporáneo». La innovación arquitectónica busca resguardo así en los encargos de la Administración, un cliente que pone énfasis en lo funcional y en el coste económico, sin entrar en los criterios estéticos, en los que el arquitecto es soberano. Desde esa perspectiva, los proyectos oficiales siempre son más agradecidos. «Eso genera una mala interpretación porque, en cuanto la arquitectura moderna se relaciona sólo con la Administración, opera la idea de que ese es un lenguaje arquitectónico que no debe vincularse con la vivienda familiar», según constata Rogelio Ruiz. De ahí que no resulte extraño que cuando la casa de Ramón Vidal empezaba a tomar forma en Somió, sus volúmenes atípicos y sus peculiaridades formales movieran a los vecinos a conjeturar que allí se levantaba «un museo o un edificio destinado a albergar algún organismo oficial», rememora el propietario.

Los nombres de Esther Roldán y Víctor Longo se han convertido en habituales del palmarés de los premios «Asturias» de arquitectura, que ya han ganado en dos ocasiones. Este año han logrado un accésit con una vivienda unifamiliar en Gijón. La elaboración de esos proyectos privados es, según Roldán, «un proceso de seducción en el que el cliente va aceptando aquello que le propones».

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De antemano, no conviene que «quien hace el encargo venga con una idea formal preconcebida», afirma Esther Roldán. Entre el arquitecto y quien quiere una casa se establece «una relación muy íntima en la que tienes que ser incluso indiscreto para preguntar cómo viven, qué les gusta y conseguir que la vivienda se adapte a su modo de vida». El proceso consiste, para Jovino Martínez Sierra, «en analizar lo que te piden y trasladarlo a un espacio» sin olvidar que «la arquitectura no consiste sólo en crear algo bello sino lugares en los que la vida se desarrolle bien».

Estos proyectos requieren vínculos fuertes y prolongados entre arquitecto y cliente. «Es un viaje de muchos meses. En la casa de Somió trabajamos un año juntos», cuenta Martínez Sierra. Un plazo que Rogelio Ruiz y Macario González Astorga desbordaron con el proyecto de Soto del Barco que les valió el premio «Asturias» de arquitectura en 2008. «Nos llevó cinco años hasta dar con la idea que se adecuaba a sus futuros ocupantes». Luego viene la obra, que exige al arquitecto una mayor atención que otros proyectos, con continuas visitas porque la construcción impone afinar más de lo que albañiles y contratistas suelen hacer en las edificaciones convencionales.

En definitiva, tras estas casas singulares «hay una mayor dedicación», afirma Ruiz, y su materialización exige «la mezcla de un buen cliente, un buen constructor y un arquitecto que ofrezca soluciones», según la experiencia de Martínez Sierra. Esa conjunción de factores no implica que «la buena arquitectura sea más cara», a juicio de Esther Roldán, quien ratifica que «lo que sí exige es más esfuerzo por parte de quienes intervienen en el proyecto».

Y ¿cómo envejece algo tan actual? Rogelio Ruiz sostiene que toda arquitectura «está hecha para durar, por lo que ha de soportar bien el paso del tiempo». Perdurar es algo que tiene garantizado la casa de Ramón Vidal. La elección de acero corten para cubierta y fachadas garantiza que sobrevivirá a sus dueños. Martínez Sierra optó por este material «por su sentido de pertenencia a Asturias y porque se identifica con nuestra tradición tecnológica». La peculiaridad de ese tipo de acero consiste en que el propio proceso de oxidación resguarda al material. El óxido se transforma en una pátina protectora que impide que la habitual reacción al agua y a la humedad progrese hacia el interior de la pieza. El cliente encargó, cuenta el arquitecto, «un análisis del acero a un laboratorio cuya conclusión fue que no vería el material deteriorado en su vida».

La decisión de construir una casa es compleja. En los tres casos que aquí se cuentan estuvo precedida por la elección de la finca, y en todos ellos fue decisiva la presencia de árboles en la decisión final. Ese es el primer vínculo con la naturaleza y el exterior, otra de las orientaciones coincidentes en estas viviendas, cuyo usuario quería vivir dentro pero con la vista puesta afuera.

Pero el proceso conlleva otros peligros porque pensar en un casa es hacerlo sobre la propia vida. «El arquitecto portugués Souto de Moura me contó, durante una visita a Oviedo, que un porcentaje llamativo de las parejas para las que hizo viviendas unifamiliares en Oporto acabaron divorciándose. Eso guarda relación quizá con el hecho de que, cuando uno acomete su propia casa, es a la vez un momento en que se pregunta qué es lo que realmente necesita en la vida. Y en muchos casos ese proceso de reflexión descubre diferencias profundas en la pareja», relata Rogelio Ruiz.

Belisario Valdés y Gloria Regueras no se lo pensaron dos veces cuando vieron sobre el papel el proyecto de la que sería su futura casa. «Mi idea inicial era construir una casa normal. Cuando los arquitectos Rogelio Ruiz y Macario González Astorga me mostraron su proyecto me encantó y les dije que siguieran adelante», afirma Valdés, cuya aprobación dio lugar a una curiosa edificación, erigida en el centro de Soto del Barco y que fue galardonada en 2008 con el premio «Asturias» de arquitectura.

Belisario Valdés lo tiene claro: «La estética no está reñida con la comodidad». «Es una casa comodísima. No te sientes agobiado en su interior. Es muy relajante, te sientes bien dentro de ella. Además, es muy luminosa», advierte el propietario, el cual prosigue añadiendo que el entorno también es de gran importancia. «El pueblo es muy tranquilo, lo que también contribuye».

«Situar todas las estancias a una misma cota». Ésta fue la única premisa que establecieron Valdés y Regueras cuando encargaron su proyecto a los arquitectos. «Rogelio y Macario se sorprendieron bastante cuando acepté su propuesta. Por norma general la gente suele ser reticente a este tipo de construcciones», subraya Valdés, el cual advierte de que no se arrepiente en absoluto de la decisión tomada. «El primer proyecto estaba diseñado al revés, es decir, la fachada que ahora mira hacia el Este se situaba al Oeste. Decidimos cambiar su orientación porque en una finca anexa se estaba construyendo el polideportivo municipal, lo que nos restaba mucha luz», precisa Valdés.

En concreto, la vivienda se compone de tres habitaciones, un salón, un comedor, una cocina, dos baños, una bodega, una sala de máquinas, tres terrazas y una piscina climatizada de treinta y tres metros cuadrados. «La vivienda no es muy grande pero los espacios están muy bien aprovechados, no hay pasillos», comenta el propietario del inmueble.

Para Belisario Valdés, la casa es como «un barco amarrado en un muelle». «Su concepción me recuerda a los embarcaderos del puente de Muros. Es como si estuviera anclada en el prado», comenta. No en vano, el encuentro del edificio sobre el terreno y su integración con el entorno fueron dos de los aspectos valorados por los colegiados a la hora de concederle el premio «Asturias». «Intentamos conservar todo el entorno, especialmente los carbayos situados en la parte posterior del inmueble. Sus hojas tamizan la luz y crean una atmósfera muy acogedora».

«Estoy encantado, no le encuentro ningún inconveniente», enfatiza Valdés, el cual señala que la casa suele llamar la atención de la gente. Y es que, a lo largo del año son varios los visitantes que se dejan caer por este rincón sotobarquense para ver su casa. «A veces viene gente, especialmente durante los fines de semana, y se tiran un rato observándola», concluye.

Ramón Vidal García, asesor de empresas, trabó conversación con el arquitecto Jovino Martínez Sierra mentándole a Frank Lloyd Wright, el padre de la arquitectura americana. Pero lo que resultó de aquella conversación inicial se acerca mucho al postulado minimalista de Mies van der Rohe: menos es más. Vidal y su mujer, Belén de Arriba Morís, viven solos en una casa muy singular desde que su hijo, ingeniero, se fue a trabajar a Madrid. Son 280 metros cuadrados útiles, en una sola planta -lo que la hace apta «para un niños de 3 años o para una persona 90»- con los muebles justos, sin alfombras ni cuadros. Una casa recubierta de acero corten por la que a su propietario «menos guapo me dijeron de todo». Todavía hoy escucha cosas como «menudo Guggenheim hiciste ahí», lo que no impide que esa vivienda unifamiliar que se levanta en la calle de los Nogales, en Somió, sea «el amor de mi vida».

En todo hubo elección. Ramón Vidal comenzó por comprar la finca por su proximidad a Gijón y por «unos robles centenarios que la hacían ideal para vivir en ella». Durante un paseo y cuando buscaba arquitecto, Vidal se acercó a una vivienda en Cabueñes que le llamó la atención y en la que le abrió la puerta Jovino Martínez Sierra. Hubo sintonía entre los dos, «algo que tienes o no tienes y que a veces resulta difícil de encontrar porque hay arquitectos muy endiosados».

El propietario de la vivienda tenía muy clara la distribución y así se la trasladó al arquitecto. En su interior hay dos salones, tres habitaciones con baño, una cocina pequeña. Todo unificado por los mismos materiales, con armarios empotrados que hacen inútiles otros muebles, «sólo lo esencial». Una casa «en la que es muy fácil vivir» y en la que veinte metros de cristal consiguen el efecto de que «cuando estás en el salón estás en el jardín y viceversa». La apuesta más arriesgada es la introducción del acero en cubierta y fachadas. El desnivel del terreno hacía muy visible desde el exterior el tejado de la casa por lo que el arquitecto optó por transformarlo en una fachada más unificando su aspecto externo. Ramón Vidal no conocía el material pero «me encanta. La casa es como un escultura. El óxido adquiere diferentes colores, a tenor de los períodos de oxidación, y la casa tiene tonos muy cambiantes según las horas del día».

La vivienda permanece igual que cuando en 2001 recibió el premio «Asturias» de arquitectura. Sus usuarios no han variado la distribución inicial, una fidelidad al diseño original que «cuando Jovino la viene a ver le sorprende» y que es resultado de «un entendimiento total». Arquitecto y cliente mantienen una estrecha relación, reforzada por circunstancias de que «en el año que duró la construcción Jovino Martínez vino todos los días para realizar un seguimiento muy estrecho de la obra».

Ramón Vidal García reconoce que una casa como la suya tiene un coste superior a la edificación habitual aunque resulte equiparable «al de algunos casoplones que ven en el entorno, con muchos metros cuadrados y materiales carísimos pero que están todos en la misma línea».

La casa de Nelly Solís y Javier Renedo no necesita cuadros que decoren las paredes. Sus ventanas están concebidas como grandes marcos, de los que cuelgan retazos de naturaleza. Desde cualquier sitio que se mire, se ven los árboles del entorno e incluso las ardillas pasar. «Vivir de dentro hacia fuera, como formando parte del entorno, es lo que más me gusta de esta casa. Si la volviese a hacer, creo que todavía le metería más cristal», apunta Nelly Solís.

Este matrimonio gijonés reside en una casa ganadora de uno de los accésit del premio «Asturias» de arquitectura 2010. Sus dueños querían una vivienda moderna, diáfana, con la cocina abierta al salón y el dormitorio principal situado en un altillo que se asoma a la planta baja como si fuera un balcón. Nelly lo había visto en una revista de decoración y le encantó. Después de consultar a varios profesionales, «nos sentimos identificados» con la propuesta de Víctor Longo y Esther Roldán. De esa sintonía surgió una casa de 130 metros cuadrados útiles distribuidos en dos volúmenes. Las paredes interiores y la fachada exterior están pintadas de blanco. También se eligió ese color para el mueble de la cocina. Tanta claridad se neutraliza con piezas antiguas y de madera, para que el conjunto «no resulte demasiado frío».

Nelly Solís, de 36 años, trabaja en una correduría de seguros. Javier Renedo, de 38, se dedica como autónomo al sector del transporte. Vienen de un piso «al uso» en la avenida de la Costa y la casa que se han hecho en el Camino de los Perales, Somió, es su apuesta de futuro. «Cuando te arriesgas con algo diferente, te surgen dudas. Pero desaparecieron a raíz del premio. Presta mucho, porque tanto nosotros como los arquitectos estábamos muy ilusionados con la casa», comenta Nelly Solís, mientras guía a este periódico por el interior de la vivienda.

«Lo poco convencional no siempre es cómodo. Por ejemplo, nuestro dormitorio. Al no tener puerta y estar en un altillo abierto se pierde intimidad, y más si tenemos familia. Y en el vestidor te entra algo de polvo, porque el muro no llega hasta el techo», admite. «Pero no se trata sólo de buscar lo práctico. En casa uno tiene que encontrarse bien. Hay que permitirse caprichos, no sólo pensar en si los cristales son fáciles de limpiar o no», prosigue.

Tres dormitorios, dos baños, un salón-comedor con chimenea, cocina, trastero, garaje... Todavía no han terminado los trabajos de decoración. Van poco a poco, «pensando bien lo que queremos y lo que nos gusta» para cada espacio, porque «la decoración de tu casa forma parte de tu personalidad». Fuera, al otro lado de las cristaleras, hay dos tumbonas y un roble americano, que «fue lo que enamoró de esta finca. Creo que, si nos decidimos a comprarla, fue por el árbol, y porque estás en el campo pero cerca de la ciudad».