2 J. MORÁN

Madrid

Marta, la pescadera, volvía siempre a Candás con el cesto vacío. La venta de su mercancía en Guimarán-El Valle era un ejemplo de precio variable y adaptado a las circunstancias del mercado de cada día. Ésta era la conclusión a la que llegaba años más tarde, al terminar la carrera de Económicas en Madrid, el joven Álvaro Cuervo, futuro catedrático de Economía de la Empresa en la Universidad Complutense, tras pasar por las de Valladolid y Oviedo. Hoy, a sus 68 años, Álvaro Cuervo evoca aquellos orígenes suyos en la aldea de Carreño y ciertas lecciones de la vida que le fueron orientando a convertirse en maestro de economistas de la empresa y en un defensor del liberalismo en la economía. «El mercado, hoy tan criticado, es el mejor asignador de recursos», afirma, «pero de sus imperfecciones pueden nacer oligopolios y monopolios». Del mismo modo, las imperfecciones de la empresa generan desgracias: «Con accionistas pasivos, los directivos tienden a maximizar su riqueza, con absoluta falta de ética e incluso de estética». Por el contrario, «si la propiedad está presente, les reclamará a los directivos que no hagan tonterías». Esta visión se enraíza -él lo reconoce- «en ese sentimiento aldeano de la propiedad y de los linderos».

Al llegar la transición, Álvaro Cuervo colabora en Asturias con Rafael Fernández y Pedro de Silva, pero sin entrar en política. «En 1983, me ofrecieron en el INI la presidencia de una empresa pública importante, pero dije que muchas gracias y bromeé con que mejor sería la Embajada ante el Vaticano». De la tradición empresarial asturiana critica la existencia pasada de «buscadores de rentas mediante cuotas, concesiones, calificaciones o recalificaciones», algo que abundó en torno al carbón y la siderurgia. La tardanza en que desapareciera «la empresa pública y la intervención» explica «el retroceso asturiano», pero aún hoy quedan tics de aquella presencia pública «porque nos prestamos al juego de que sean los políticos los que presenten, por ejemplo, los planes de expansión de una empresa privada».

Las «Memorias» de Álvaro Cuervo para LA NUEVA ESPAÑA, que tejen sus vivencias con la gestación de sus ideas económicas, se publican en esta primera entrega, que continuará mañana, lunes.

l A la escuela en madreñas. «Nazco en La Rebollada, Carreño, parroquia de Guimarán-El Valle, pegada a Prendes, el 30 de mayo de 1942. Mi madre, Josefa García Menéndez, había nacido en Perlora y, como se quedó huérfana muy pronto, la recogió una tía suya que tenía una casa que llamaban "la del Xastre", enfrente del Centro de Agricultores de La Rebollada. Mi padre, Álvaro (el mismo nombre que mi abuelo y bisabuelo), era de la familia de los Cuervo, de El Valle, también en Carreño, una familia de agricultores conocida, o influyente, en la zona. Mi padre era el segundo de los hermanos y tuvo que dejar la casa, ya que según las estructuras de entonces heredaba el hijo mayor, que a la vez tenía el compromiso de mantener en casa a las hermanas no casadas, pero no a los varones. Mi padre tenía un tío canónigo en Oviedo e intentaron llevarlo al Seminario. Él nunca me habló de ello, pero me consta que se escapó dos veces y comprendieron que aquél no era su camino. Así que se fue a trabajar a la Fábrica de Tabacos de Cimadevilla, en Gijón, como mozo de faenas. Mis primeros recuerdos son los de un niño de aldea que iba tranquilamente a la escuela de Guimarán-El Valle, y en madreñas por el invierno».

l Don José, a secas. «Comía en casa de mis abuelos paternos en El Valle, casa Cuervo, en la cocina, sobre una mesa grande y unos bancos. Ya desde el principio me di cuenta de las estructuras que en la aldea eran las correctas y funcionaban bien. Los platos se repetían: las berzas y las patatas con chorizo y jamón, sabiendo que los hombres y el criado tomaban el chorizo y el jamón, y las mujeres y los niños las patatas con el caldo. Funcionaba el esquema de que mujeres y niños no necesitábamos tanta energía. Eso sí, de niño, yo me sentaba en el banco de los hombres. Fui hijo único, y no sé si es una afirmación que tenga base científica, pero a mi alrededor, en la escuela, vi que los trabajadores de El Musel, o de las fábricas de Aboño y Gijón, solían tener hijos únicos, mientras que los del campo, los agricultores, tenían familias más numerosas, más mano de obra. Mi padre había tenido siete hermanos, y mi madre, cinco. Estudié en la escuela de Guimarán y allí está don José, el maestro, una persona fundamental para mí. Todavía me emociono al recordarlo, y particularmente por un suceso: él era para mí don José, a secas, y nunca supe cómo se apellidaba».

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