Hay ciertas figuras literarias que se utilizan para explicar mejor la idea o la cosa, que, sin embargo, pueden llevar a confusión. Es porque necesitan una interpretación, una lectura del mundo compartida bajo la misma óptica cultural. Ganarás el pan con el sudor de tu frente. No vale la pena preguntarse cómo el primer ser humano cultivaba cereal, lo molía y lo cocía. La Biblia no pretende ser histórica, se expresa por medio de fábulas e imágenes. El problema es que para interpretarla necesitamos saber cómo veían y pensaban los que la escribieron. Ahí es donde los exégetas tienen un interminable campo para especular. El pan es el sustento, se toma la parte por el todo. El sudor en este caso hay que entenderlo como consecuencia de la producción de calor por el trabajo, no por estar plácidamente al sol en el «dolce far niente». Eso se le había acabado a Adán. Ya se sabe que el organismo, como casi todas las máquinas, aprovecha menos de un 25% de la energía. El resto se tiene que disipar en forma de calor, de manera que cuanto más se gaste más calor se produce. La verdad es que no todo es pérdida, parte del calor sirve, a los animales homeotermos, para mantener la temperatura necesaria y justa para que se produzcan las reacciones. El sudor de la frente es otra figura, toma el efecto por la causa.

Esta forma de explicar el mundo está bien para la literatura, pero no para la ciencia. Pensaba en ello cuando leí que ciertos estudios desmentían el magnífico trabajo de Max Weber sobre el origen del capitalismo. El gran sociólogo alemán había concluido que tanto el calvinismo como el luteranismo eran el origen del capitalismo, en contraste con el catolicismo que propone otra ética, otro comportamiento. Dicho muy resumidamente, en el protestantismo el trabajo es una forma de salvación, cada uno de nosotros tiene que aprovechar al máximo los talentos recibidos. Esta ética individualista unida a la austeridad que obliga la religión resulta una acumulación de capital que se debe invertir para producir más. El catolicismo, sin embargo, propone apartarse del mundo siendo los ascetas el ejemplo más puro. Prefieren la frase evangélica «de qué te sirve ganar el mundo si pierdes tu alma». Estamos en un valle de lágrimas, un tránsito que mejor pasar sin respirar como quien atraviesa un lugar infecto; el trabajo es fuente de salvación. La explicación es convincente como lo fue la de otro ilustre sociólogo, Durkheim, cuando nos dijo en su famoso libro «Suicide» que el suicidio era más frecuente entre protestantes que entre católicos, quizá porque los primeros, víctimas de su acendrada individualidad, no podían soportar la presión o el fracaso. No es así, o al menos no tan así, como no es así que la religión sea causa o freno para el desarrollo. En ambos casos el error es que se ha tomado por un lado el todo por la parte y por el otro el resultado por la causa. En epidemiología lo llamamos falacia ecológica. No me había dado cuenta de que son casi figuras literarias. Veamos. Durkheim examinó las estadísticas de suicidio en países y regiones católicas y protestantes. En las comarcas protestantes había una tasa de suicidio más alta. Su teoría se confirmó. Pero estudios posteriores demostraron que no siempre eran los protestantes de esas comarcas los que se suicidaban. Cuando se examinó la tasa de suicidio según la religión del muerto el efecto desapareció. Hace años se observó que donde más vegetales se consumían había menos cáncer de pulmón. Se atribuyó a las vitaminas, especialmente la A. Pero ni los estudios que examinaban la relación entre consumo individual de vegetales y cáncer de pulmón ni los experimentos administrando vitamina A demostraron un efecto de estos alimentos o nutrientes en la protección contra el cáncer de pulmón. Otro ejemplo es la correlación negativa entre frigoríficos en el hogar y cáncer de estómago. Se creyó que era por una mejor conservación de alimentos en la que se sustituye la sal y los nitratos por refrigeración. Pero hoy sabemos que la causa es una bacteria. Weber no se dio cuenta de que el industrioso norte italiano competía con los países más calvinistas y que la Inglaterra anglicana también, ni de que antes de la reforma los países del Norte ya eran más ricos que los del Sur. Pero su problema metodológico es que tendría que haber demostrado que en una misma región la tasa de capitalistas católicos era menor que la de protestantes.

La ciencia camina por un campo minado de evidencias que son apariencias. Éstos son sólo algunos ejemplos. El refinamiento del método y la actitud crítica del científico y sus pares es una forma de evitarlas. El tiempo otra, porque las descubre, pero es más dañina. Por eso cada cierto tiempo se revisa una verdad científica.