Oviedo, J. C. GEA

«Soy una mujer que pinta porque el arte se presentó a mí como un abanico que desarrollaba mi inteligencia hacia un valor para mí supremo, la tolerancia». Esta autodefinición de Pepa Osorio (Gijón, 1923-2005), inscrita en una pared junto a un retrato propio, preside la antológica que, organizada por la Consejería de Cultura y el Banco Herrero, se inauguró ayer en la sala de exposiciones de la entidad bancaria en Oviedo. Ambos testimonios reflexivos dan una clave cierta sobre Osorio; pero el recorrido por la multiforme, pionera, apasionada y comprometida creatividad de la gijonesa a través de sus etapas ofrece un retrato más profundo y fidedigno de esta «mujer de convicciones, de compromiso social y una espiritualidad profunda que se refleja en su obra»; una «agitadora cultural de su Gijón» que al tiempo se dejó permear por «el cosmopolitismo».

Con estas palabras pintaba, a su vez, a Pepa Osorio el presidente de la Fundación Banco Sabadell, Miquel Molins, quien se felicitó por una colaboración con el Principado que llega a la veintena de actividades coorganizadas. La obra de Osorio ya se había mostrado en una de ellas, dedicada a las artistas asturianas galardonadas con la medalla de plata del Principado en 2004. Cuatro años después y transcurridos casi tres desde el fallecimiento de la homenajeada, su obra es reunida por la comisaria de la exposición, la historiadora María Teresa Fernández, que la ubicó como «un puente hacia las vanguardias en un momento de academicismo» en el arte asturiano y español.

Aunque autodidacta, Osorio recibió el magisterio de Eugenio Tamayo, quien, más que técnicas o preceptos estéticos, le transmitió «las condiciones morales y el deseo de saber» que imantaron su entrega a las disciplinas plásticas o la escritura. Los inicios quedan obviados en el recorrido, que arranca del punto en que, después de una interrupción a causa de su maternidad, la artista regresa a la creación con mirada y recursos propios. Mediaban los años sesenta.

A partir de ahí, la primera etapa recoge la obra de tema minero, expresionista y concernida por las penurias de la mina. Una segunda etapa, en la misma década, muestra una artista «colorista y explosiva» en sintonía con profundos cambios vitales. A ese período corresponden los desnudos femeninos en los que, a través de una representación alejada de la tradicional visión masculina, brota ya una combativa veta feminista.

Ya en los setenta, Osorio muestra plena sintonía con el arte internacional en «Testimonios de nuestro tiempo», serie en la que se vale del collage o del acrílico para componer sátiras teñidas de pop, conceptualismo y militancia. La crítica se amplía y oscurece en la fase siguiente -la serie «Esperpentos»-, y se caldea en «África llora», ya en el nuevo siglo. El libérrimo trabajo de sus últimos años cierra, según Fernández, la muestra con «un recordatorio de que la vida es sencillez» y un nuevo testimonio de vitalidad de una mujer que supo sobreponerse a duras pruebas. A ese coraje aludió también el vicenconsejero de Cultura, Jorge Fernández León, quien evocó a una «mujer independiente y libre» que vivió impelida «por un afán de reinventarse sin complejos». O que equiparó radicalmente vida y arte.