Oviedo, Chus NEIRA

El hombre que recibe esta semana el premio «Príncipe de Asturias» de las Ciencias Sociales sacudía la cabeza la semana pasada en un café de París al recordarle el protocolo y la ceremonia que rodea al acto de entrega. No parece amigo de parafernalias Tzvetan Todorov (Sofía, 1939). Tampoco lo es de halagos ni etiquetas. Aunque suene simple, lo suyo es no tanto la modestia como normalidad, moderación. No se considera un filósofo ni tampoco un lingüista, aunque sus reflexiones sobre la historia de la filosofía y sobre su aplicación al contexto sociopolítico actual o sobre la teoría literaria y determinados autores le han acabado por convertir en uno de los grandes intelectuales europeos de esta hora. Esta discrepancia al valorar su propia obra y reflexionar sobre su actividad, que le lleva a preferir el calificativo de «crítico cultural» puede que sea el mejor ejemplo de su voluntad moderada. Aunque firme, porque tampoco rechaza el término «moralista» y toda su obra, en especial la producida a partir de los años ochenta, se puede contemplar como un corpus dedicado a elaborar una ética posible del aquí y ahora.

Cualquiera que haya pasado por las aulas de Filología Española, al menos por las de la Universidad de Oviedo, conocerá a Todorov, y no tanto por estas obras de juicios morales aplicados al contexto actual que se acaban de completar ahora con la edición en España de «El miedo a los bárbaros» como por sus trabajos anteriores, no tan apegados al «hic et nunc». En las clases de Teoría de la Literatura, el nombre de Todorov podía surgir al interesarse por los formalistas rusos, («Teoría de la literatura, textos de los formalistas rusos», su primera publicación, de 1965), por el estructuralismo (redactó en 1977 el capítulo de poética de la fundamental «¿Qué es el estructuralismo») o, como sucedía en las clases de Carmen Bobes, al conocer el concepto del «dialogismo» de Bajtin, teórico literario ruso de cuya obra Todorov fue el gran difusor con su «Mijaïl Bajtin y el principio dialógico» en 1981. Fue precisamente este pensador y sus reflexiones sobre cómo es el verdadero principio del diálogo, cómo las dos partes involucradas han de ver modificadas sus posturas, cómo esto aplicado a los textos hace tener en cuenta al lector, lo que operó el primer cambio en Todorov. Criado en Bulgaria e instalado en Francia desde los 24 años (se nacionalizaría francés en 1973), Tzvetan Todorov encontró el seguro refugio ante la obligatoria inclinación a la crítica marxista-leninista de su país de origen en la aproximación formal a los textos, en la contemplación y análisis de sus estructuras sin tener en cuenta nada más. Batjin, y los años que llevaba ya lejos de Sofía le acabaron por abrir otros caminos, que no tardaron en conducirle a una de las obras más importantes para entender la Conquista de América. De nuevo los estudiantes de Filología Hispánica habrán escuchado a José Luis Roca hablar de «La conquista de América, la cuestión del otro», volumen con el que en 1982 Todorov se metió en el análisis del sentido, analizó con lucidez las estrategias de Hernán Cortes y sentó las bases para, a partir de este ejemplo, profundizar en la cuestión de «el otro», en el choque de civilizaciones, en inmigración, emigración y desplazamientos.

Desde entonces, el humanismo francófono (Rousseau, Montesquieu o Benjamin Constant) y el ahondamiento en moral, justicia y pautas de conducta humana han sido los pilares de su obra, en la que destacan, ya en esta última etapa «Frente al límite», «Memoria del mal, tentación del bien», «La vida en común» o «Crítica de la crítica».

Nada de lo humano es, pues, ajeno al pensamiento de Tzvetan Todorov. Tampoco el dolor, el totalitarismo, el egoísmo, el nacionalismo, la barbarie o la guerra, por más que él sueñe todavía con unos seres humanos capaces de dar amor antes que otra cosa.