Antes, cuando los telespectadores veíamos la entrega de los premios «Príncipe de Asturias» por la tele, veíamos un gran acto institucional, ceremonia, protocolo, reconocimiento social al más alto nivel. Era aquél un día de fiesta, de galas, pendones, banderas y cintas. Y de alfombras cada vez más azules. Cuando apagábamos la tele tras el «Asturias, Patria Querida» que cierra el solemne acto, nos frotábamos los ojos y quedábamos tan pasmados como quedó el Adelantado don Rodrigo Díaz de Carreras cuando puso pie en tierra de incas (o sea, hizo hincapié). Tras ver tal cúmulo de personalidades importantes y al pueblo de Oviedo ocupando las calles, incluso hablábamos como cuentan «Les Luthiers» que hablaba don Rodrigo: «Y vide pompa y boato como no vi en cortes nuestras: sacerdotes, oficiantes, jefes, consejeros; y vide tres mil guerreros que de poder daban muestras, esclavos y servidores, y como diez mil extras». Pero este año ha sido diferente.

Este año ha sido premiado David Attenborough, el hombre que nos dejó boquiabiertos tantas veces ante la tele viendo sus documentales sobre el mundo en que vivimos. Él cambió nuestra mirada y nos mostró una realidad que siempre tuvimos ante nuestras narices, pero que no habíamos sabido ver. Este año, como siempre, la entrega de premios fue un gran acto institucional, ceremonia, protocolo y reconocimiento social al más alto nivel, pero cuando miramos no pudimos evitar ver sólo mamíferos. Como lo oyen. Mamíferos. Vertebrados amniotas homeotermos con pelo y glándulas mamarias productoras de leche con las que alimentan a las crías. Mamíferos en el hotel Reconquista, mamíferos en las calles, mamíferos en el teatro Campoamor, sólo mamíferos.

Así que ayer aquel poema de Jesús Lizano en el que la humanidad entera quedaba reducida a una manada de mamíferos se adueñó de nosotros y en la tele vimos mamíferos con nombres extrañísimos. Ellos han olvidado que son mamíferos y se creen gaiteros, ingenieros, presidentes, deportistas, escritores, alcaldes. ¿Alcaldes? Nosotros sólo veíamos mamíferos. Profesores, embajadores, periodistas, gaiteros, arquitectos, ¡cómo puede creerse arquitecto un mamífero! Directores, secretarios, gaiteros, miembros, sí, miembros, se creen miembros de la Organización Mundial de la Salud (aunque se encuentren con el discurso equivocado). Demócratas, socialistas, personal de seguridad, gaiteros. Nosotros veíamos mamíferos. Nadie más veía mamíferos ¿Será que en el año de Darwin, nadie, al parecer, recuerda que es mamífero? ¿Seremos los espectadores de Attenborough (y, con nosotros, el maestro) los últimos mamíferos? Tamboriteros, ministros, empresarios, pertiguistas que primero decían sentirse como si fueran princesas y que luego, haciendo justicia, aparecían vestidas como si realmente lo fueran. Nosotros sólo veíamos mamíferos. Académicos, inspectores, socios, sabios, reyes, gaiteros, príncipes. Nosotros sólo veíamos mamíferos.

Si algo sorprendía es, como cada año, ese empeño en señalar que la Reina y los Príncipes se mostraban desde que llegaron a Oviedo muy normales y accesibles a quienes se acercaban a ellos, muy cercanos al pueblo. La historia nos enseña que los reyes y príncipes antes decían descender de dioses para intentar separarse y distinguirse de los demás. Así trataban de evitar que se percibiera lo evidente: que eran mamíferos como sus súbditos. Ahora algo ha cambiado. Tanta insistencia en repetir cada año lo normales y accesibles que se muestran los reyes y príncipes sólo tiene sentido si se da como previamente asumido que no son iguales a sus súbditos, pero tienen la deferencia de parecerlo. Vana pretensión. Ayer en la tele había reyes y súbditos, príncipes y lacayos, pero no importa, nosotros sólo veíamos mamíferos.