La tía Julia ha muerto y con ella se apaga el eco de una historia de amor desbocada que duró casi una década y acabó naufragando en un mar de decepción y resentimiento. Julia Urquidi Illanes, la mujer que inspiró «La tía Julia y el escribidor», una de las novelas más populares de Mario Vargas Llosa, vivió junto al escritor peruano los años más felices y también los momentos más amargos cuando éste la abandonó para casarse por segundas nupcias con una prima carnal suya, Patricia Llosa.

Posteriormente, dolida por el comportamiento de sus sobrinos, Julia volcó su amargura en un polémico libro, «Lo que Varguitas no dijo», publicado por primera vez en 1983 por una editorial de La Paz: «Tenía fe en él y una gran confianza. No me equivoqué en lo literario. Como hombre me defraudó. Cuando ya su nombre empezó a ser conocido y tenía una nueva vida me excluyó. Lo anterior ya no servía. Ahora tenía que ascender con nuevas emociones y relaciones. Los sacrificios de quien tanto le había dado ¿qué importancia tenían? Eso ya no valía nada. Ya lo logró lo que quería. Borrón y cuenta nueva. Sólo importaba él», escribió.

A Urquidi le quedó el sabor amargo de «la ingratitud» de aquel joven aspirante a novelista con el que clandestinamente había contraído matrimonio en 1955, enfrentándose a la familia y después de una romántica fuga que llevó a la pareja a peregrinar por las alcaldías de Chincha, donde les daban con las puertas en las narices al suponer que se trataba del robo de una esposa. La esposa era, para quienes la recuerdan de aquellos años, una mujer guapa, inquieta, de sonrisa pícara y largas piernas, que fumaba cigarrillos largos y tenía cierta pasión por las historias de amor.

Julia Urquidi, cuando se reencontró con su sobrino en la casa de su hermana Olga, en Lima, adonde había llegado procedente de La Paz, estaba dispuesta a no volver a cometer un segundo error tras el reciente fracaso matrimonial con un boliviano, del que se había divorciado. En cualquier caso, no pensaba por nada del mundo que la equivocación podría ser enamorarse de aquel chiquito llorón con granos y dentadura de conejo que había conocido mucho antes en Cochabamba y al que sacaba once años. Pero se equivocaba: en seguida se produjo entre ellos una corriente de simpatía que acabaría en amartelados paseos por los malecones limeños, besos y arrumacos, a hurtadillas, en las últimas filas de los cines, como relata el propio Vargas Llosa en sus memorias, «El pez en el agua».

Las turbulencias llegaron acto seguido, en el momento en que los familiares, la tía Olga y el tío Lucho, que terminaría siendo cuñado y posteriormente suegro, se enteraron del noviazgo que se estaba fraguando a sus espaldas. Y lo peor vino ya cuando la noticia de la boda clandestina llegó a oídos del padre, que citó a Varguitas en la Comisaría de Miraflores para que declarara si era cierto que se había casado y con quién. A partir de ahí, el padre no cejó en enviarle al hijo mensajes conminatorios para que la tía Julia abandonase el país, cosa que hizo poco después rumbo a Valparaíso, Chile, donde permaneció todo el tiempo en que las aguas bajaron turbias. «Terminaba diciéndome, entre palabrotas, que si no le obedecía me mataría como a un perro rabioso. Luego de su firma, a manera de posdata, añadía que podía ir a la Policía a pedir socorro, pero que eso no le impediría pegarme cinco tiros», recordó de una de las cartas el escritor, en las memorias más arriba citadas.

Finalmente, la intervención del diplomático y político Raúl Porras Barrenechea, al que Varguitas asistía como secretario, resultó providencial. Porras le dijo a su padre para calmarlo: «Después de todo, casarse es un acto de hombría, señor Vargas. Una afirmación de la virilidad. No es tan terrible, pues. Hubiera sido mucho peor que el muchacho le saliera un homosexual o un drogadicto, ¿no es cierto». Está claro que hay una tecla para pulsar en el ánimo de cada cual y el célebre diplomático dio con ella.

Una vez que la feliz pareja pudo reanudar su azarosa historia de amor en un clima más benigno, llegaron los primeros años de Lima con los altibajos propios de la convivencia, el embarazo frustrado, los celos de Varguitas por el amor pasajero de la tía Julia con un cantante argentino y hasta el percance con el perro «Batuque», que condujo al escritor a La Catedral, el cafetucho donde arranca su gran novela ambientada en los tiempos de la dictadura de Odría. Luego, más tarde, el viaje a Europa, Barcelona, París, la forja de un escritor y la aparición en escena de la prima Patricia, que llegó para estudiar en la Sorbona y se alojó con ellos en su casa. Julia se dio entonces cuenta de que la historia del enamoramiento se repetía, esta vez con su sobrina: los primos iban al cine juntos, se sentaban frecuentemente uno al lado del otro y empezaban a comportarse como dos tortolitos. A partir de ahí, las crisis de celos se sucedieron hasta el punto del intento de suicidio. Eso es, al menos, lo que la Tía contó que Varguitas no dijo en su historia del escribidor.

El esposo negaba lo que la esposa sospechaba mientras el desenlace empezaba a precipitarse, Sucedió cuando el avión de Air France, en el que viaja Wanda Llosa, hermana de Patricia, se estrelló camino de Lima y la joven desolada dejó París para regresar a la capital peruana. El escritor se tornó entonces melancólico. Un día le pidió permiso a Julia para viajar al Perú y poder revisar el borrador de «La Casa Verde». No volvió. Por carta rompió su matrimonio y, también, por carta pidió el divorcio para casarse con la prima. Luego, volvió a dirigirse a su esposa que se encontraba ya en La Paz para pedirle como favor que le consiguiese la partida de nacimiento de Patricia en Cochabamba, donde había nacido, como requisito ineludible para contraer por segunda vez matrimonio.

Esto es lo que Varguitas no dijo, según la tía Julia, y de lo que Vargas Llosa no ha querido hablar por considerarlo fruto del resentimiento. En unas declaraciones a «Cambio 16», a raíz de la publicación del libro, aseguró que no lo había leído: «Comencé a hojearlo y me di cuenta que era puramente chismográfico, lleno de tremendo rencor y de insultos contra Patricia y contra mí. Entonces no quise leerlo y, desde luego, jamás lo pienso leer».

Tras el desengaño amoroso, Julia Urquidi, que había desempeñado misiones protocolarias como secretaria en el Ayuntamiento de La Paz, se refugió en su casa natal de Cochabamba y, posteriormente, empezó a trabajar como asistente personal de la esposa del general René Barrientos, que acabaría siendo vicepresidente de Bolivia.

Hasta los años ochenta no sintió la necesidad de pasar a limpio lo que Varguitas no había contado en «La tía Julia y el escribidor». Lo hizo, según ella misma reconoció, después de ver la versión telenovelada de la obra. «Me sentí amargada de que ponga mi vida al descubierto», escribió (pág. 327). «Aparecía como una divorciada seductora que iba a seducir a un jovencito», recogió de sus declaraciones en 1990 el desaparecido periodista José Comas. Julia Urquidi aseguró al mismo periodista que no guardaba rencor a Vargas Llosa por lo que había hecho. «Cada uno tiene derecho a escoger su vida. Me hubiera gustado más honestidad porque se hubieran evitado muchos problemas y sufrimientos».

De «Lo que Varguitas no dijo», la editorial Khana Cruz sacó a la venta más de una edición, pero fuera del ámbito andino es difícil encontrar el libro. En Europa, resulta prácticamente imposible. Por internet circula la oferta de un ejemplar en buen estado a 160 euros. En el prólogo, la tía Julia escribió: «No han sido pocas las dificultades que he tenido que vencer para que este libro salga a la luz, desde la amenaza velada -a través de las terceras personas- hasta querer silenciarme -con malas artes- con la compra de originales por una suma que no era de dejar pasar».

Habría que hablar de endogamia, pasión y egoísmo, pero también de revancha en esta otra historia de la tía Julia y el escribidor.

«Tenía fe en él y una gran confianza. No me equivoqué en lo literario. Como hombre me defraudó. Cuando ya su nombre empezó a ser conocido y tenía una nueva vida me excluyó. Lo anterior ya no servía. Ahora tenía que ascender con nuevas emociones y relaciones. Los sacrificios de quien tanto le había dado ¿qué importancia tenían? Eso ya no valía nada. Ya lo logró lo que quería. Borrón y cuenta nueva. Sólo importaba él». (Julia Urquidi)

«Comencé a hojearlo y me di cuenta que era puramente chismográfico, lleno de tremendo rencor y de insultos contra Patricia y contra mí. Entonces no quise leerlo y, desde luego, jamás lo pienso leer» (Mario Vargas Llosa)