El American Ballet Theatre II está formado por un grupo de jóvenes selectos, que si bien no es la única fuente suministradora, ejerce como cantera de la famosa compañía del mismo nombre, una de las mejores del mundo. Muchos de ellos estudiaron en el Jacqueline Kennedy Onassis School, también asociada al ABT. Sus catorce bailarines, de distintas nacionalidades, tienen entre 16 y 19 años. A pesar de su juventud casi todos ya han bregado en diferentes concursos internacionales, siempre con altas distinciones. Están dirigidos por Wes Chapman, antiguo bailarín del ABT. Actuaron el viernes en Avilés, función a la que yo asistí, y el sábado en Gijón. Fue un programa entretenido y variado, compuesto de seis piezas que abarcaron desde el ballet clásico al moderno. No todo salió a la perfección, pero fue una noche deliciosa. Hubo abundancia de baile de principio a fin. Los intérpretes son jóvenes promesas, que además de su talento, en esta etapa de su vida proyectan un especial ímpetu, frescor y lozanía muy propios de su edad. Se representaron dos «pas de deux» de Petipa, ambos muy exigentes. El primero, «Don Quijote» (1869), en el que destacó Meagham Grace Hinkis (ingresará próximamente en el ABT). En el adagio hizo alarde de sus equilibrios y en la coda, no exenta de pequeños apuros, ejecutó unos «fouettés», con abanico en mano, que dejaron claro sus excelentes facultades. A su compañero Alberto Velázquez se le vieron valiosas aportaciones. En «El cisne negro» (1895), Marcella Paiva y Calvin Royal III se mostraron elegantes y pulcros en el adagio y en la variación. No tuvieron esa eficacia en la coda, ni ella en sus «fouettés» ni él en sus terminaciones. El neoclásico estuvo magníficamente representado con una emblemática coreografía de George Balanchine. Su «Allegro brillante» (1956) consistente en una bellísima suite de danzas, es fluido como un torrente y una lección de la alegría y belleza del baile. Fue interpretado con entusiasmo por las cinco parejas de bailarines. «Interplay» (1945), una composición de Jerome Robbins, con un amplio y diverso vocabulario, llenó el escenario de jovialidad y buen humor. Algunas secuencias recuerdan a su «West side story».

El baile moderno estuvo representado por dos trabajos muy recientes. «Barbara» (2008) de Aszure Barton, con peculiares movimientos de manos y cabeza rematados con rápidos giros. Y el otro, «A taste of sweet velvet» (2009) de Jodie Gates. El contundente «molto vivace» de la sinfonía n.º 9 de Beethoven le sirven a Gates para componer una enérgica y vivaz coreografía. El conjunto de bailarines respondió con calidad e interpretaciones muy considerables.