Oviedo, Diana DÍAZ

Los alumnos de Cristóbal Zamora (Madrid, 1945) difícilmente podrán olvidar las clases de este carismático maestro, reconocido pedagogo curtido en el oficio musical, en el más amplio sentido. Don Cristóbal conoce bien los entresijos de la música, ciencia y arte, en la que profundizó a través de diferentes experiencias humanas y creativas desde Madrid, Lisboa y Sudáfrica. Tras sesenta años con la música, Zamora ejemplifica la diversidad y la dignidad de una profesión en la que dice haber todavía bastantes prejuicios, «si no eres director de orquesta». Este mes ha comenzado una nueva etapa tras jubilarse en las aulas del Conservatorio de Oviedo, adonde trasladó sus vivencias con fines didácticos. Siempre atento a que el alumno no perdiera la motivación, tenía preparado un chiste o un «jingle» publicitario al piano. La guinda era aquel «¡Somos los mejores!», con que acostumbraba a terminar sus clases.

El modelo más temprano fue quizás Ángel Mingote -padre del conocido dibujante y académico-, con quien Zamora estudió solfeo en el Conservatorio de Música y Declamación de Madrid, donde pasó también por las clases de Pedro Lerma y de José Luis García Asensio (padre). Mingote no seguía la filosofía del momento de «la nota con sangre entra», sino que hacía amenas las clases y cuando la cosa decaía se arrancaba con una jota, probablemente de las que luego recogió en su Cancionero Musical de Zaragoza.

Con el segundo curso de Armonía aprobado -lo que exigía entonces la Sociedad General de Autores-, el joven Cristóbal empezó a escribir música publicitaria. Así, el niño que a los seis años reconocía los programas de radio por su sintonía, entraba al estudio a grabar música para anuncios de chocolates, naranjadas y tabaco. Zamora formó un cuarteto de música ligera con sus compañeros del estudio, pero ante un panorama poco prometedor en España, el grupo contactó con el representante del cantante Raphael, a través del que conocieron al gerente del local Maxim's de Lisboa. Allí debutaron en 1963, el mismo día en que lo hizo la voz de «Escándalo».

El cuarteto pensó en el Portugal de ultramar y consiguió después un contrato en Angola, para acompañar los espectáculos del lujoso restaurante Copacabana, en el hotel Beverly Hills. Allí se encontraban todo tipo de «entertainments», como apunta Zamora, desde cantantes hasta acróbatas. Al mismo tiempo, el cuarteto hacía sus pinitos en la industria discográfica, con el nombre artístico de «Los 4 Deltas», llegando incluso a acompañar a Rocío Dúrcal en la película «La chica del trébol».

Sin embargo, Zamora pensaba en su familia y, con vistas a poder elegir, en la década de los setenta, si quedarse o no en su país natal -por más de un mes-, optó por apuntarse al servicio militar obligatorio. Zamora recuerda los momentos previos a su jura de bandera, cuando desfiló ante Franco. Allí, en la Castellana, conoció a la hermana de la novia de un compañero. Era María Jesús, su futura esposa, con la que saltó la chispa.

Ambos se trasladaron a Ciudad del Cabo ya como matrimonio. Zamora tocaba el piano en el hotel Presidente, donde vivían de forma holgada. Sin embargo, pensando en aumentar la familia con los pequeños Cristóbal y David, Zamora consideró el dedicarse a la docencia. Ya que el departamento de Educación necesitaba especialistas, arrancó su Peugeot 404 tanque y puso rumbo adonde poder impartir música. Llegó al Centro Musical D. F. Malan de Transvaal, que favorecía la difusión e integración en la enseñanza musical. Entonces, Zamora ya tenía experiencia en labores pedagógicas: había sido lector en el Instituto Orff, entidad que durante los setenta publicó sus primeros trabajos en este campo. Al mismo tiempo, Zamora desempeñó en Johannesburgo otros trabajos que de nuevo exigían flexibilidad y recursos al músico práctico. Fue segundo director y percusionista del Film Trust Arena, una gran carpa que recibía grandes espectáculos, como el famoso Circo de la Ciudad de los Muchachos, al son del que Zamora aprendió a «afinar» el redoble de tambor y el golpe de platillos.

En Sudáfrica las cosas se pusieron difíciles debido al «apartheid», y en los ochenta la familia decidió volver a España. Entre las solicitudes a los conservatorios españoles, Zamora obtuvo respuesta de Alicante y Oviedo, ciudad de la familia de María Jesús, por la que se decidieron. En 1982 Zamora tuvo su primera entrevista en el conservatorio del Rosal. La cosa no fue muy bien. «Me miraban como a un personaje de una película de Disney doblada en Puerto Rico», señala. Entonces, aceptó la proposición de Jesús Arévalo de organizar conjuntamente un curso de Órgano en el local de las buhardillas de Polier.

A pesar del éxito de las clases particulares (listas de espera incluidas), María Jesús le convenció para que siguiera con las oposiciones. Zamora ya se había introducido en el ambiente musical de la ciudad. El mismo año sacó al mismo tiempo las plazas de auxiliar y numerario, y pasó a la jefatura de estudios hasta 2004, año a partir del que compaginó su labor en el Conservatorio -también como director del departamento de Improvisación y Acompañamiento- con el consejo de la Asociación Europea de Conservatorios (AEC), del que formó parte hasta 2010.

Estos años son los más conocidos del maestro del «Entrenamiento auditivo», método reconocido que sucedió a anteriores publicaciones sobre educación auditiva, como «Mis primeros dictados», que sus alumnos recordarán por el «bonus track» de «Las cuatro estaciones de Cristóbal».

Zamora continuará desarrollando estos métodos, proponiendo herramientas para que todos puedan dominar los elementos de la música: «La melodía, la armonía y el ritmo están ahí, y puedes hacerlos sonar a tu manera», afirma el maestro. Como la vida misma.