Once años después, la pregunta de aquella inolvidable película de George Lucas era dónde estabas en el 62. Cuando se estrenó American Graffiti, Judith Campbell, morena y escultural, muy bella, no habría tenido que darle demasiadas vueltas a la cabeza para responder al guiño promocional de la película: en 1962 se encontraba rompiendo su relación con Jack Kennedy. Tres décadas más tarde reconocería en público que la ruptura se debió a que había quedado embarazada del presidente de Estados Unidos. El niño jamás llegó a nacer.

Jack no vivió para responder al reclamo de American Graffiti. Probablemente tampoco hubiera olvidado los apasionados momentos con Campbell, pero la política y su posición le habían llevado a tomar ese tipo de decisiones. No debe de resultar agradable romper la relación con una mujer que, además, te ha servido para enviarle mensajes a un gángster, pero la vida es así y en algunos casos está muy por encima de los asuntos de bragueta, por mucho que aprieten y muy impelido que uno se vea a ellos.

Las despedidas de aquel presidente de corta trayectoria y conmovedoras urgencias sexuales a veces resultaban trágicas. El temor a perder popularidad y a que Marilyn Monroe divulgase sus secretos de alcoba le llevó a pedirle a su cuñado, Peter Lawford, que cortase el hilo que le unía con la hermosa actriz de Hollywood. «Dile adiós a Jack de mi parte», dicen que dijo al despedirse del mensajero por teléfono. «También me despido de ti», fueron las últimas palabras que Lawford oyó de Norma Jean la noche antes de que ésta fuese encontrada muerta en su apartamento, rodeada de frascos de barbitúricos desperdigados por el suelo.

Monroe murió demasiado joven, pero tuvo tiempo de conocer al género masculino, si bien seguramente no llegó a entenderlo lo suficientemente bien como para acoplarse a él sin asumir riesgos. «Cuando un hombre me dice te doy el mismo consejo que a mi hija sé que ya no es peligroso... es decir, si es verdad que tiene una hija», le contó al escritor y famoso guionista Ben Hetch en aquellas memorias inacabadas, una obra fantasmal recuperada de un cajón por un fotógrafo años después de que fuera escrita.

Aquel 1962 que acuñó la película American Graffiti con motivo de un verano en California marcado por las despedidas de un grupo de jóvenes era también el año en el que el Rat Pack desplegaba un curso de habilidades sociales en Las Vegas y allá donde se encontrasen, cantando o bebiendo Jack Daniels. El Rat Pack, compuesto por Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford y Joey Bisoph, estaba en la cresta de la ola después del rodaje en 1960 de La cuadrilla de los Once (Ocean's Eleven), que más tarde tendría varias secuelas. Ese mismo año de shows legendarios y cogorzas memorables, Sinatra, el jefe de aquel grupo de juerguistas, presentaría a Kennedy, en su mesa reservada del salón Copa del Sands, a Judith Campbell, la morena espectacular que acabaría compartiendo la alcoba y sus secretos con el presidente de Estados Unidos y el capo mafioso Sam Giancana.

Giancana estaba dispuesto a acercarse mediante el soborno o por otros medios a la familia más poderosa de la política norteamericana con el fin de librarse del acoso del prometedor fiscal general Bobby Kennedy. Al mismo tiempo que financiaba las campañas electorales, le ayudaba compartir ciertas relaciones y puntos flacos de los dos hermanos. Sinatra, como muñidor, y el cortejo de mujeres espectaculares que rodeaba al Rat Pack eran piezas esenciales de aquel juego. Ellos querían quedar bien con la Mafia, de la que eran ahijados, y también con el Presidente, el hombre que desde Camelot prefiguraba la Nueva Frontera. Así que fue el cantante de los ojos azules el que puso en bandeja a Judith Campbell: primero se la presentó a Jack, y luego a Sam. Él mismo se apuntó al trío para manejar información de primera mano.

Campbell acabó por confesar que entre 1960 y 1961 había llevado por todo el país sobres de Kennedy para Giancana y Roselli, su hombre de confianza, al que encontraron muerto en 1976 encadenado a un bidón de gasolina en aguas de Miami. A Giancana lo habían acribillado un año antes, cuando se disponía a testificar por sus vinculaciones con los intentos de la CIA de asesinar a Castro. Lo de Dallas de 1963 lo conocen.

¿Cómo olvidarlo?