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La espuma de las horas

La melancolía crepuscular de Paul Theroux

El gran escritor viajero se despidió a los 70 años de África con una visión terrorífica sobre su decadencia en "El último tren a la zona verde", uno de sus mejores libros

Paul Theroux.

Con más de 70 años, una década después de su viaje desde El Cairo a Ciudad del Cabo, Paul Theroux (Medford, Massachusetts, 1941) regresa a África. Tiene en mente llegar de Sudáfrica a Tombuctú, a través de Angola, Gabón y Nigeria, para despedirse, según él mismo escribe, del "Edén violado de nuestros orígenes". Sin embargo, despierta del sueño mucho antes de alcanzar la mitad del recorrido. Uno de sus amigos del camino resulta aplastado por una elefanta, otro sufre un ataque al corazón, y su tarjeta de crédito es clonada en Namibia y, a causa de ello, le estafan 48.000 dólares.

Los autobuses y coches en los que viaja son el fiel retrato de la inmundicia: circulan repletos de seres humanos, pollos y cabras y terminan inexorablemente conducidos a las cunetas por borrachos y locos. Con cada kilómetro que avanza hacia el Norte, la pobreza y la corrupción empeoran y el ánimo del veterano viajero se hunde todavía más. Finalmente llega a Angola, un país de inmensa riqueza mineral y petrolífera, que está dirigido por un gobierno depredador, tiránico y totalmente desinteresado por la gente que allí vive. Theroux descubre cómo la guerra civil ha arruinado a la excolonia portuguesa, despojándola de naturaleza silvestre, infraestructura y esperanza. África se ha vuelto a los ojos del viajero un lugar aún más miserable que el que retrata en El safari de la estrella negra, su anterior libro sobre el continente.

Cuando se dispone a cruzar hacia el Congo, decide que lo mejor es volver a Ciudad del Cabo, y de allí directamente a casa. El decano de la literatura viajera ya no es el joven autor que recorre Asia en El gran bazar del ferrocarril ni el que surca las Américas en El viejo expreso de la Patagonia, pero encuentra una forma magistral de contar que África, pese a no resultar del todo irreconocible, ha cambiado sensiblemente a peor. Cualquier esperanza dejó de existir.

Un siglo después, Theroux maneja en El último tren a la zona verde, que acaba de publicar Alfaguara, la visión terrorífica de Conrad de El corazón de las tinieblas. El viajero se pregunta, a veces de forma desasosegada, por qué permanece allí y lo único que desea es que nadie tenga la oportunidad de comentar de él "murió haciendo lo que amaba", lo mismo que los amigos dijeron de Nathan Jamieson, el domador aplastado por la elefanta de Abu Camp, en Namibia. Por las mañanas se toma sus dos pastillas para mantener controlada la gota, la vitamina y una dosis de inhibidor de malaria. Piensa que alguien más joven debería estar haciendo ese tipo de cosas y si no se arrepiente de ello es porque la curiosidad le resulta tan digna como el espíritu de investigación y no ha dejado de gobernar su vida como viajero y escritor. Aun así, el estado de irritación de Theroux es muy superior al de otros libros. Dando tumbos en busca de una cama, en ocasiones sin tener nada que llevarse a la boca, arremete contra el hip hop que coloniza las mentes africanas, Madonna, Bono, Angelina Jolie y Oprah Winfrey, por su postura exhibicionista en África, muestra desdén hacia la falta de sentido del humor de los escritores angoleños cuando éstos se niegan a reunirse con él, y vive una única especie de reconciliación y el momento más feliz del viaje al encontrarse con los ju/'hoansi y sus formas tradicionales de vida. Hasta que se da cuenta de que todo es una puesta en escena para complacerle.

Despedida a lo grande de una África mezquina y desmitificada por uno de los grandes escritores viajeros de nuestro tiempo: "No era el fin de mis viajes, ni de los esfuerzos insensatos -para mí no acabarán nunca-, pero sí el final de este tipo de viaje, adobado en política y desastres urbanos, en el que el único relato posible que veo es una anatomía de la melancolía".

Hay mundo en otros lugares, piensa.

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