Lo más interesante de una película tan nimia como Medidas extraordinarias no está en lo que ofrece, sino en las razones que pudieron mover a una estrella como Harrison Ford para aceptar (y ser productor ejecutivo) un proyecto cuyo destino natural sería la sobremesa en formato de telefilme, uno de esos productos fabricados como rosquillas y basados en hechos reales (con cartelitos al final que explican lo que fue de los personajes), en esta ocasión una lucha desesperada de unos padres contra la enfermedad de Pompe, que atrofia y degenera los músculos. Algo parecido hizo George Miller con El aceite de la vida hace ya unos cuantos años, pero los resultados no tienen nada que ver, por desgracia. Tom Vaughan ofrece aquí un recital de realización plana, sin garra, fiándolo todo a la fuerza que puedan aportar sus actores a unos personajes más bien desvaídos. Brendan Fraser hace todo lo que puede para quitarse el sambenito de cómico, pero no es suficiente: cuesta tomarse en serio sus andanzas por más caras serias que ponga. Y Harrison Ford se limita a exponer su carismático rostro con un mínimo surtido de expresiones, aunque su personaje tiene más interés y complejidad, dentro de lo que cabe. De hecho, cuando aparece en la pantalla, ésta se sacude algo el sopor y nos recuerda que estamos ante una historia que sobre el papel debía emocionar.