El etiquetado es la carta de presentación de los alimentos y el principal medio de comunicación entre los productores y los consumidores. La información que proporciona permite conocer las características del producto y saber cuál es su composición. El contenido ha de ser claro, para que no induzca a errores ni confunda al comprador.

«Es importante que como consumidores tengamos toda la información necesaria para saber exactamente qué estamos comprando. Cuando cogemos un producto en el supermercado debemos acostumbrarnos a analizarlo, al menos, un poco: mirar su embalaje, leer su valor nutricional para saber si tiene muchas o pocas calorías, mucha o poca grasa, la cantidad de sal... Así, sabemos si lo que vamos a consumir es o no apropiado a nuestro gusto o a nuestras necesidades nutricionales, o si va a ser saludable o perjudicial para nosotros», señala Nuria Suárez González, farmacéutica y nutricionista.

En los alimentos envasados existen una información obligatoria y otra opcional. La primera incluye: denominación del producto, lista de ingredientes, cantidad neta, fecha de consumo preferente o de caducidad, responsable del producto, lote de fabricación, condiciones especiales de conservación y utilización, país de origen o procedencia y grado alcohólico en bebidas con graduación superior al 1,2%.

Si el producto es de producción ecológica, Nuria Suárez destaca que en el envase debe figurar el logotipo europeo autorizado que lleva la anotación «Agricultura ecológica». Y si se trata de un alimento transgénico, es obligatorio que la lista de ingredientes señale que el producto ha sido «modificado genéticamente».

De forma opcional, el envase puede ofrecer las propiedades nutricionales del producto, es decir, la cantidad de calorías, hidratos de carbono, grasas, proteínas, azúcares, sal y otros nutrientes, como vitaminas, minerales o ácidos grasos esenciales.

Igualmente, en el envase, apunta Nuria Suárez, pueden aparecer las siguientes declaraciones de propiedades nutritivas o saludables:

Light: significa que el producto es un 30% más bajo en calorías que otro de similares características.

Bajo en calorías: contiene sólo hasta 40 kcal por cada 100 g en caso de alimentos sólidos y hasta 20 kcal en líquidos.

Con fibra: contiene al menos 3 g de fibra por cada 100 g o 1,5 g de fibra por cada 100 kcal. Cantidades menores no pueden expresarse como alimento con fibra.

Alto contenido en fibra: el producto ha de tener, al menos, 6 g de fibra por cada 100 g o 3 g por cada 100 kcal.

Bajo contenido en sal: no contiene más de 0,12 g de sodio (o el equivalente de sal, 0,3 g) por cada 100 g o 100 ml de producto.

Sin sodio o sin sal: no contiene más de 0,005 g de sodio o 0,012 g de sal.

Bajo contenido en grasa: tiene hasta un máximo de 3 g de grasa por cada 100 g de producto sólido o 1,5 g por cada 100 ml en los líquidos.

Sin grasa: debe cumplir con un máximo de 0,5 g de grasa por 100 g en sólidos o 100 ml en líquidos.

Sin azúcar: sólo puede contener hasta un máximo de 0,5 g de azúcar por 100 g o por 100 ml.

Sin azúcares añadidos: a estos productos no se les han añadido azúcar ni ningún alimento utilizado por sus propiedades edulcorantes.

Con la información adecuada «podemos conseguir que nuestra dieta en general sea menos calórica, que tenga menos grasas, que sea más rica en fibra, que contenga menos sal y que sea, por tanto, más sana», concluye Nuria Suárez.