La Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias dio la bienvenida a la Semana Santa con un programa dirigido por su titular Maximiano Valdés, en el que nuevas formas de expresión sirvieron para conquistar los géneros musicales. Por un lado, la «Sinfonía n.º 49» de Haydn, conocida como «La Pasión», sin que por ello tenga que ver con el calendario religioso. Se trata de una obra que llama a una nueva sensibilidad, la del «Sturm und Drang» («Tormenta e impulso»). El carácter sombrío domina en la obra, con una estructura de sinfonía «de iglesia» que se abre con un movimiento lento. Al otro lado, la «Misa glagolítica» de Janacek, una página de 1926 que produce verdadero impacto, tal y como pudo comprobarse el jueves en Gijón y el viernes en Oviedo. Una obra del autor de «Jenufa», con ánimo de superar la composición de la «Misa solemnis» beethoveniana. En este caso la alienta un nacionalismo espiritual que la separa de su función litúrgica. La fe nacional, en un homenaje a la República Checoslovaca. Dos obras, pues, para el concierto extraordinario de la OSPA que se distinguieron en la fecha más por su carácter y profunda expresividad, que por su uso o función.

La interpretación de la sinfonía de Haydn no fue ni mucho menos antológica. Sin embargo, es difícil pedir más cuando el repertorio clásico no figura entre los intereses habituales de la orquesta. Una laguna que se resiente en la programación de la sinfónica y que no deja de ser necesario, aunque bien es cierto que en las diversas temporadas ovetenses -y la última prueba fue la «Misa glagolítica» en la de la OSPA- se enriquecen con estrenos de interés, que superan las eras musicales fetiches en las programaciones. Igual es que no se puede tener todo. De este modo, el juego de dinámicas y los «tempi», que dan tensión a la sinfonía, fueron cuidados especialmente por Valdés en su versión. Sin embargo, el primer movimiento lento apareció un tanto desmayado en su desarrollo, mientras que los movimientos más rápidos daban la impresión de que la estabilidad de la orquesta corría peligro. En la interpretación destacó así el «Minueto», con la intervención de las trompas y de los oboes, que supusieron un remanso de luz en la sinfonía.

En todo caso, para hablar de «OSPA extraordinaria» hubo que esperar a la segunda parte, con el estreno en Asturias de la «Misa glagolítica». Con Valdés como responsable, la formación llevó a cabo un trabajo orquestal de altos vuelos, en el que un tratamiento de los instrumentos que parece independiente es el punto de partida de sonoridades espectaculares. La OSPA supo extraer toda la riqueza tímbrica de la instrumentación de Janacek, en una obra de cambios repentinos, libertad armónica y rítmica compleja. El estreno contó con el Coro de la Fundación Príncipe de Asturias, que demostró, como nunca, el buen estado vocal de la formación que dirige José Esteban García Miranda. El coro sonó bien empastado, con un equilibrio entre las cuerdas, que abordó de forma espectacular una partitura compleja, con partes con orquesta -bien halladas las voces con los instrumentos- y «a capella». Todo un lujo para los sentidos, a través de intervenciones de afinación muy cuidada, lo mismo que la expresión y el tratamiento de las melodías, que, unidos al texto en eslavo antiguo, requirieron una especial flexibilidad del conjunto.

Los comentarios de los solistas completaron el apartado vocal, teniendo que luchar éstos, con poco éxito, contra los volúmenes que presentó la orquesta. Imposible para una partitura como la del tenor, que en este caso interpretó Carsten Süß. Sobresalió la soprano Christiane Libor, que defendió con sobrada capacidad vocal un papel de peso en la obra, y también el bajo Friedemann Röhlig. Tampoco dejó indiferente la mezzo Heike Wessels, en una intervención más modesta en la obra. El organista Andrea Albertin puso también de su parte en una interpretación de la misa de Janacek que resultó al fin exultante, si bien la amplificación del órgano resultó un tanto excesiva.