Alguien dijo de Edward Bunker, el «señor Azul» de Reservoir dogs, que tenía la cara como un hacha, la voz del sonido de una sierra circular y el lagrimeo de los ojos azules de un santo. Un día le preguntaron si existía alguna similitud entre un criminal y un artista y respondió que en ambos había desviaciones sociópatas. Bunker (1933-2005) fue escritor de novelas policiacas, guionista y actor de cine. Parte de su vida la pasó a la sombra en distintas prisiones, por robar bancos, atracos a mano armada, drogas, extorsión y falsificación. En San Quintín descubrió su vocación literaria, se aficionó a la lectura y, en el futuro, sus novelas se convertirían en obras de culto del género negro. El lunes que viene se cumplirán cinco años de su muerte en California. Dejó huérfano a un montón de adictos enganchados a su feroz y vigorosa literatura.

De alguien con una infancia y una juventud tan tumultuosas no se puede decir con seguridad que haber sido concebido durante un terremoto no influyese en su estado de ánimo posterior. Según el mismo Bunker cuenta en sus fabulosas memorias editadas en España por Alba, La educación de un ladrón, aquel mes de marzo de 1933 el sur de California temblaba por un ruido que surgía de lo más profundo de la tierra. Las ventanas se resquebrajaban y los cristales caían a la calle en cascada; las casas de madera se doblaban como si fuesen cajas de cerillas y los edificios de ladrillo, estremecidos por las furiosas vibraciones de la tierra, se desmoronaban entre nubes de polvo hasta quedar convertidos en cascotes. El Civic Auditorium de Long Beach se derrumbó y los muertos se contaron por docenas. Cuando Bunker nació, en una Nochevieja, nueve meses después, diluviaba sobre Los Ángeles y el agua arrollaba por los cañones arrastrando palmeras y casas.

Edward Bunker recuerda de adolescente oírle a su madre decir que todo aquello había sido un presagio de su infancia problemática. Por lo pronto, a los 2 años el niño desapareció durante un picnic familiar en un parque y tuvo ocupadas a más de doscientas personas en su búsqueda, que se prolongó varias horas. A los 4, saqueó un camión de helados y compartió los sorbetes con los perros del barrio. Y una semana después de ello, dispuesto a ayudar a limpiar el jardín de casa, quemó una pila de hojas secas de eucalipto y provocó un incendio que obligó a intervenir a los bomberos y a desalojar los edificios de varias manzanas. Si las catástrofes habían sido un presagio de las primeras turbulencias personales, el desequilibrio infantil precedió a otro tipo de inestabilidad más peligrosa: condenas, libertades condicionadas, fugas de cárceles y vuelta a ellas. Dieciocho años dando tumbos hasta que creyó que había llegado la hora de cambiar de vida y contar lo que le había ocurrido.

En la prisión de San Quintín comenzó a transformarse en el Jean Genet americano. En sus memorias explica cómo los días en que asaltaba la biblioteca de la cárcel eran los sábados. «No permitían sacar más que cinco libros de una vez, así que intentaba por todos los medios leerlos en siete noches para poder conseguir otros cinco más. No era un lector rápido, pero disponía de seis horas y media cada noche y una más por las mañanas. Volvía a la celda después del desayuno». No perdió el tiempo, leyó a Cervantes, Dostoievsky, Wolfe, Faulkner, Dreiser, Hemingway y London, entre otros. Louise Wallis, esposa del productor de Casablanca, y actriz en algunas de las películas de la Keystone de Mack Sennett, le hizo llegar una máquina de escribir y las suscripciones a la edición dominical de «The New York Times» y «The Book Review». Inspirado por el ejemplo de Caryl Chessman, que popularizó su causa en unas memorias mientras se encontraba en el corredor de la muerte, decidió que él podía hacer lo mismo.

Su primera novela, la espléndida No beast so fierce (No hay bestia tan feroz), traducida y publicada no hace mucho en España, vio la luz mientras esperaba juicio por atracar un banco y por venta de drogas. Su personaje Max Dembo, el propio Bunker, fue interpretado por Dustin Hoffman en la película Libertad condicional. Si tuviera que escoger una sola novela criminal entre todas las que se han escrito en la última mitad del siglo XX probablemente sería ésta. Después vinieron otras, también estupendas, The animal factory (1977), Little boy blue (1981, Dog eat dog (1995) o Stark, a título póstumo, además de unas cuantas películas, que demuestran cómo crecen las flores en el lodo. «(...) Hay cosas de las que me avergüenzo, pero cuando me miro en el espejo me siento orgulloso de lo que soy. De los rasgos que me hicieron pelearme con el mundo y también de los que me hicieron salir adelante», escribió.

El contrato social lo formalizó al casarse en 1977, cuando tenía 44 años, con una joven abogada llamada Jennifer. En 1994 nació su primer hijo, Brendan, y en 2005 el tipo de cara de hacha y de voz de sierra, que tantas veces se jugó la vida a punta de pistola, murió como consecuencia de una mala cirugía para mejorar la circulación de sus piernas. No deja de ser una pequeña burla del destino.