Oviedo, Eduardo GARCÍA

«Horrendo y espantable caso acontecido en la ciudad de Génova, del cual pueden tomar ejemplo los que viven en pecado mortal, que cuando están más descuidados permite Dios que sean castigados de su mal vivir». Así comienza la portada de uno de los pliegos sueltos que proliferaron por la España de los siglos XVI y XVII y que la investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la salmantina María Sánchez Pérez, lleva años estudiando. Sánchez Pérez presentó en el III Congreso Internacional de la Sociedad de Estudios Medievales y Renacentistas, que se celebró recientemente en Oviedo, una ponencia titulada «El adulterio y la violencia de género en textos de los siglos XVI y XVII».

Los llamados pliegos sueltos o pliegos de cordel inundaron España en esos dos siglos que comprenden los reinados entre Carlos I y Carlos II con los tres Felipes (II, III y IV) en medio. Comprende la España del Siglo de Oro, la de Garcilaso de la Vega, Lope, Calderón y Quevedo. Pero en la investigación de María Sánchez no hay espacio para los grandes nombres, sino para autores anónimos o desconocidos que utilizaron las imprentas de la época para contar cosas, publicar oraciones, romances, obras burlescas y hasta una suerte de crónica rosa que tenía mucho que ver con natalicios, bodas y viajes de la monarquía y su entorno. No hemos cambiado tanto desde entonces.

«Aquellos pliegos que tuvieron una profusión tremenda incluían noticias nacionales e internacionales, y hasta crónicas de lo que podríamos entender como deportes, y que tenían que ver con las fiestas taurinas y las cañas», duelos festivos a caballo que volvían loco al respetable. Algo parecido a las justas medievales. Pero la investigadora del CSIC se centró en la crónica de sucesos, lo que se conoce como los «casos horribles y espantosos», denominación que se toma de uno de los típicos comienzos de relato. Aquella literatura popular impresa era devorada por la gente del pueblo, como hoy pasa con la telebasura. Los relatos de crónica negra que se redactaban en verso alcanzaron un éxito inmediato. «Los españoles viven una fiebre noticiera a partir del XVI, quieren saber lo que pasa y lo encontraban en los pliegos sueltos, cuatro páginas que son un antecedente del periodismo».

Se trata de una literatura popular que apenas ha sido estudiada porque se consideraba género menor. Pero era lo que más leía la gente. Y lo que más escuchaba, porque con las apabullantes tasas de analfabetismo era la minoría letrada la que leía en voz alta las historias.

Había historias típicas que se repetían con variaciones. Nunca había adúlteros, sino adúlteras. La mujer, convertida en un ser capaz no sólo de poner los cuernos al marido, sino de matarlo y, de paso, acabar con los hijos del matrimonio. ¿Por qué tanto caso de adulterio? se pregunta María Sánchez. Y, además, adulterio femenino. «Yo creo que los autores de los pliegos, que siempre eran hombres, dejaban traslucir sus propios miedos a la infidelidad de sus esposas». Es la dualidad de la mujer que o es María la virgen o es Eva la pecadora, «angelical o perversa». Son tiempos de miedo cerval a las brujas, por ejemplo.

La adúltera acababa en la horca la más de las veces. «Había en los relatos mucho gusto por lo truculento, pero también un fin ejemplarizador». Mucho relato sirve de aviso a los padres sobre los peligros de descarrilamiento moral de sus hijos, víctimas de una caída progresiva a los infiernos. «El hijo desobediente, que se aficiona al juego de las cartas y al vino, que blasfema, reniega de la fe católica y acaba matando cristianos» y aliándose con el gran enemigo, por entonces el turco. «Y en los relatos se decía: mirad lo que puede pasar si no ponéis coto al principio». Señala María Sánchez que era frecuente que los padres llevaran a los hijos a ver las ejecuciones públicas.

El fin de los delincuentes era terrible, según los relatos populares. «Hay relatos de tortura para sacar confesiones. Los castigos a las mujeres eran aún mayores. Ya no sólo bastaba la horca, sino que se encubaba a los cadáveres. Se metían los cuerpos en cubas, con cuatro animales vivos: un perro, un mono, un gallo y una serpiente. Y se tiraban al río». Son relatos tremendistas que hay que poner en cuarentena porque, según argumento de María Sánchez, «no parece que fuera fácil encontrar estos animales».

Por lo general, era la justicia civil la que se encargaba de dar su merecido «y cuando la justicia civil no lo lograba aparece en los relatos la justicia divina», con castigos aún más terribles: a los malos se los tragaba la tierra o eran devorados por las alimañas.

Los pliegos poéticos del siglo XVI están bien catalogados. María Sánchez Pérez trabajó con más de mil, la materia prima que sirvió para realizar su tesis tras haber acabado Filología Hispánica en la Universidad de Salamanca. «Quedan muchos, y siguen apareciendo, pero se han perdido millones. Muy poca gente los conservaba, lo mismo que ahora con los periódicos. Casi todos los pliegos están en bibliotecas extranjeras, en Gotinga, Múnich, Lisboa o Pisa». Hernando Colón, hijo del descubridor de América, conservó un buen número de ellos en su biblioteca. El fenómeno de los pliegos sueltos no fue exclusivo de España, hubo impresiones parecidas en Inglaterra, Francia, Portugal (los folletos de cordel), y hasta se siguen vendiendo en algunas zonas de Brasil.

No había fórmula eficaz para cortar la difusión popular de los pliegos que tuvieron, sugiere la investigadora, una función social no poco importante: sirvieron de «libros de texto» para que mucha gente aprendiera a leer y escribir. La Inquisición incluía pliegos en sus actas y prohibía determinadas publicaciones pero era como poner puertas al campo. De cualquier manera, la Inquisición aparece poco en los «casos horribles y espantosos», que no tocan apenas la cuestión herética, sino delitos comunes. La hija que mataba a su padre, que quería que se casase con un hombre al que no amaba era otro de los clásicos

Por lo general los pliegos se presentaban a dos columnas «e incluían algún grabado en su portada, que a veces no tenía nada que ver con el caso que se explicaba. Era muy importante el lenguaje visual». Los pliegos se vendían en las ferias y mercados, y los cantaban los ciegos. «Delibes recordaba aún a una ciega y su marido cantando historias de este tipo en la plaza del mercado, en Ávila [obviamente en pleno siglo XX]. Los ciegos «llegaron a hacerse poco a poco con el monopolio de la noticia, se organizaban en gremios y llegaron a hacerse incómodos para el poder que, al final, les quita las noticias y les da la lotería». Y en cierto modo ahí siguen. «El soniquete utilizado hoy por algunos invidentes en la venta de cupón tiene probablemente algo que ver con la tradición de los que cantaban los pliegos».