jueves, 28 de octubre

Para triunfar en literatura

Me llaman de no sé qué emisora de radio: «Estamos preparando un programa sobre los escritores bocazas y queríamos contar con su participación». «¿Cómo dice?», respondo menos irritado que divertido. «Estamos preparando un programa sobre las declaraciones de Pérez-Reverte y de Sánchez Dragó y querríamos que nos diera su opinión y nos hablara de otros escritores así de deslenguados».

Me tranquiliza saber que no han pensado en mí como escritor bocazas. De Pérez-Reverte reseñé una vez una novelita prologada y anotada por Andrés Amorós. No le debió gustar mucho lo que dije al ilustre académico porque, entrevistado poco después por Nuria Azancot, afirmó que respetaba mucho a los críticos serios, pero que en cuanto oía nombrar a García Posada o a García Martín «sacaba la navaja». Me imagino que sería una navaja metafórica, aunque no estoy seguro.

Una vez me preguntaron, en un encuentro con jóvenes aspirantes a escritor, cuáles eran las dos cualidades más necesarias para triunfar en literatura. Y yo respondí que las mismas que en cualquier otro campo: saber compaginar adulación y amenaza, el palo y la zanahoria. Es el método Cela-Capone, de éxito asegurado. En la revista «Cuadernos Hispanoamericanos» apareció una nota sobre una de sus obras más prescindibles, «Izas, rabizas y colipoterras»; se decía que abundaban en ella las «consideraciones tan superficiales como jocosas». Inmediatamente le escribió al director, Luis Rosales, que «en Papeles de Son Armadans jamás se publicó una vileza sobre ti como la que, sobre mí, acoges en tu número de octubre. En todo caso, nada mal me viene saber a qué atenerme en el futuro». Y en respuesta a sus disculpas, que no acepta, le advierte de que pronto ese presunto ataque tendrá adecuada réplica en su revista, «que sabe estar a la recíproca».

En el pringoso arte de la adulación al poderoso y la arremetida contra quien se permite el más mínimo reparo tuvo Cela un buen discípulo: Francisco Umbral. Pero no fue el único, aunque sí quizás, en sus mejores momentos, el más líricamente repulsivo. Afortunadamente para él, Pérez-Reverte nada tiene de lírico, lo suyo es el bronco y viril matonismo.

sábado, 30 de octubre

Imágenes

Las luces de los barcos amontonándose como joyas en la oscuridad del puerto.

Tras el gran ventanal, pinos desdibujados que lloriquean descuidadamente, la tierra marrón de las pistas de tenis, colinas desoladas sobre el fondo sucio del cielo.

Una casa derrumbada, lejos de la carretera, con el color de la madera vieja comido por el sol y la lluvia.

Un coche circulando entre el viento del crepúsculo mientras el sol se pone detrás de la ciudad, dejando un cielo de oro y sangre y un mar oscuro manchado a trechos de vino rosa.

Los mástiles oscilantes de los barcos de vela buscando una estrella que no acaban de encontrar.

domingo, 31 de octubre

Sobra tiempo

Soy de esas personas que lo hacen todo deprisa y por eso siempre me sobra tiempo. El regalo de una hora más no me parece un buen regalo. El día, negro, lluvioso, desapacible como el alma mía, se me vuelve infinito. No sé qué hacer para que pase el tiempo y acabo escribiendo un poema. El demonio cuando no tiene que hacer mata moscas con el rabo: yo escribo poemas.

No me pone de buen humor esta reincidencia. Mis poemas siempre hablan de cosas de las que no me gusta hablar. Espero no reincidir. Al menos hasta que no llegue otro día con horas de sobra.

martes, 2 de noviembre

Memorias de un sacristán

En la presentación de «Ambos mundos», de Xuan Bello, leo el primero de sus poemas que se tradujo al castellano (en 1983, cuando el autor tenía 18 años): «Sentimiento, nostalgia de lo que no será, / tirano de nuestros deseos, / tímidos brazos del atardecer / en torno al rubor de unas líneas no escritas, / mientras tú, Eros abrasador, dios del infierno, / de exasperada sed inundas mis palabras / esas que, huyendo de ti, corren en tu busca».

He sido testigo de cómo Xuan iba dando forma a sus particulares laberintos, de cómo el precoz poeta se convertía en un prosista excepcional, tanto en asturiano como en castellano. Conozco como nadie su grandeza y sus puntos débiles: continua improvisación, retórica victimista, erudición fantasiosa. Por eso siempre me teme un poco cuando hablo en público de él. Soy como ese sacristán que limpia de polvo la imagen de los santos y que por eso mismo le cuesta creer en sus milagros. Pero yo creo en el milagro de un escritor sin sosiego, que se pasa la vida repitiéndose, que no tiene nunca tiempo para sentarse sin prisa a armar un libro y que, sin embargo, consigue que nunca nos cansemos de escucharle. Son los caprichos de la literatura, que a los escritores formales y puntuales suele preferir los incorregibles, irresponsables, mágicos improvisadores.

miércoles, 3 de noviembre

Un poeta

José Ángel Gayol le editó su primer libro, que me interesa más bien poco. «Lo que deberías haber hecho es desaconsejarle que lo publicara», le digo. «Estaba tan entusiasmado?», me responde. Y yo: «Ya sabes el consejo que suelo darles a los jóvenes poetas: que no escriban, que telefoneen».

Hoy toma un café conmigo en el Colonial ese joven poeta Cristian David López y me arrepiento de la dureza con que traté sus versos. A los 23 años todavía está permitido escribir malos poemas. Cristian nació en un remoto rincón del Paraguay. Desde los 4 años se educó en una comunidad religiosa, Pueblo de Dios, que trata de continuar los modos de vida del cristianismo primitivo. Viven lejos de las ciudades, en aldeas propias. Practican la oración en común y creen que todavía el Espíritu Santo sigue enviando profetas. Cristian leyó su primer libro a los 17 años. Se trataba de «El gran Gatsby». No es mala manera de iniciarse a la lectura, pero qué extraña debió de resultar la evocación de los locos años veinte en medio de tanta trabajosa desolación.

Apenas había libros en aquellos lugares donde se reza y se trabaja de sol a sol y aun así con las malas cosechas se pasa hambre. No había libros, pero sí internet, y Cristian se bajó varias obras de Shakespeare y también los sonetos. Todavía adolescente quiso crear una biblioteca para la comunidad. Escribió una petición, buscó las firmas de sus compañeros y se subió al autobús que, una vez al día (y siempre cargado hasta los topes), llegaba hasta Asunción. Allí buscó las distintas embajadas y fue entregando su escrito. Nadie respondió. Pero un día, había pasado más de un año, una noche aterradora de tormenta, lo recuerda bien, con todo inundado y sin luz, sonó milagrosamente el móvil, uno de los primeros que tenían. Llamaban de la Embajada de Estados Unidos, les donaban libros por valor de seis mil dólares. Y llegaron los cuentos de Poe y los versos de Whitman, todo Shakespeare y las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn descendiendo el Mississippi. Un cargamento de maravillas. Pero él apenas pudo disfrutarlos. Emigró a Buenos Aires, donde malvivió en una villa miseria, y quedó deslumbrado ante las librerías de Corrientes desbordadas sobre la acera.

Desde niño quiso ser escritor. Publicar un libro le parecía la mayor hazaña. Cuando estuvo en Asturias, y ganó algún dinero trabajando como pintor, con sus primeros ahorros buscó quien le editara. «Ya me arrepiento», me dice.

Yo ahora leo sus versos, que hojeé despreciativo, con otros ojos: «Ser bueno es la forma de no morir, / ser bueno es la forma de ser inmortal, / de no morir en el corazón de la gente».

«Algunas veces pasé hambre», me dice sonriendo. «Allí había lo que nosotros llamamos una olla común, un comedor colectivo, pero si te retrasabas cuando llegaba tu turno ya se había acabado la comida. Y a veces no me acercaba a comer porque me parecía que no había trabajado lo suficiente, que no me la había ganado. Antes era más humilde, ahora lo voy siendo menos».

Me enseña los libros que acaba de comprar: el «Werther» de Goethe, «Las Tablas de la Ley» de Thomas Mann y el «El perro de los Baskerville», de Conan Doyle. «Me entusiasma Sherlock Holmes. Me enseña a razonar».

Antes de volverme al Milán, le señalo el camino de la librería Don Quijote. Está buscando los poemas de Whitman.

¿Cómo no sentirse identificado con el niño que, antes de tener un libro en las manos, ya soñaba con los libros? Cristian vale más que sus poemas, pero no me extrañaría nada que muy pronto sus versos valieran tanto como vale él.

jueves, 4 de noviembre

Cualquier otra vida

Me gustan las historias que comienzan cuando un desconocido llama a la puerta. O aquellas otras en las que un automóvil se avería cerca de un caserón abandonado. Me gusta abrir un libro al azar, leer unas líneas, cerrar los ojos y continuar con mi vida lejos de mi vida: «Todos aguardaban con impaciencia el martes, cuando el barco de Sydney hiciera su entrada en el puerto. La tensión nerviosa en que vivían se hacía irresistible por momentos».

Yo también aguardo, paseando arriba y abajo, la llegada de un barco en que marcharme lejos, en que empezar otra vida. O del que descienda alguien que vuelva del revés mi vida.

Y cuando todos se han ido, cuando ya nadie, salvo yo, espera en los muelles, el barco aparece. Es una noche sin luna y con estrellas. Las luces del barco -verdes, rojas, azules- brillan como si llegara cargado de fastuosos tesoros. Poco a poco se acerca...

(Por tu vida, el marinero, / dígasme hora ese cantar).

Lentamente, como si no se moviera. Me gustan las historias que son sólo principio sin final.