París ha tenido los mejores fotógrafos a su servicio, Eugène Atget, Cartier-Bresson, Robert Capa, Willy Ronis, entre otros. Uno de ellos, el gran Robert Doisneau, célebre por retratar el beso más famoso de la historia, compartió con el poeta y vagabundo Jean-Paul Clébert monumentales cogorzas de Beaujolais por los garitos de la ciudad inamovible de posguerra, cuando en ella resultaba imposible morir de sueño. Ambos y el escritor y también librero Robert Giraud agotaron su visión del mundo en los mostradores de cinc de los bares, por donde los cigarrillos de kif navegaban sobre ríos de espuma.

En esos años cincuenta, Clébert escribió un libro inclasificable, dedicado a sus dos amigos, que pronto se convirtió en un objeto de culto para los incansables peregrinos de la noche. París insólito, que ahora publica en España la editorial Seix Barral, vio por primera vez la luz en 1952 y causó sensación. El autor evocaba en él un microcosmos de hambre, tugurios y mataderos que ya no existe para el visitante, por más que uno esté dispuesto a seguir las huellas. El joven Clébert se había fugado de casa para unirse a la Resistencia y después de la ocupación vagó los años siguientes por las calles peor iluminadas de la Ciudad Luz en compañía de proxenetas y putas, clochards, traperos, árabes y gitanos, en busca del pan y el alojamiento de cada día. El hombre enfrentado al dilema de comer se convertiría en el eje argumental de lo que escribiría más tarde.

Las incertidumbres apenas se esconden en las páginas del libro tras las poderosas descripciones de los lugares y las personas que el autor encuentra a su paso. «París de noche es un laberinto donde cada calle desemboca en otra, o en un bulevar al que denominan acertadamente arteria, donde progreso lentamente por espasmos como un coágulo de sangre, hipando, siguiendo la pendiente más pronunciada, empujado tras de mí por los estrechamientos, aspirado delante por el vacío». La noche, efectivamente, es el imperio del hambre, ahí es cuando te pilla a traición, cuenta Clébert.

El día es distinto. Excita la curiosidad. La evocación del universo subterráneo de Les Halles o el enjambre del mercado del vino de Bercy emergen a la luz como las dos orillas del Sena. Al mismo tiempo que los vagabundos se desperezan y apagan los rescoldos de las hogueras de la noche, los chatarreros empujan cochecitos de niños cargados de tesoros recuperados en los basureros de las zonas pudientes. En el caso de que los vagabundos interesen, rara vez el lector se encontrará con una descripción tan detallada de sus vidas, como la de Jean-Paul Clébert en París insólito.

Un año después de haberse publicado por primera vez el libro, el autor regresó a los escenarios de sus historias en compañía de Patrice Molinard, un fotógrafo que había retratado, en la película de Georges Franju, Le sang des bêtes, la crudeza de las condiciones de trabajo en los mataderos de la Villette, donde desde 1982 se encuentra el gigantesco parque obra del arquitecto suizo Bernard Tschumi. Molinard contribuyó a esta segunda edición en 1954 con más de un centenar de fotos sobre la cara más rota y mugrienta de la ciudad en aquellos tiempos. Ambos, Clébert (1926) y Molinard (1922) siguen siendo dueños de sus recuerdos. El primero vive retirado desde hace años en Oppède, una aldea del Luberon, en Provenza.

Más allá del eco de la historia, París insólito, reeditado en Francia cuando se van a cumplir doce años de su aparición, es un majestuoso e inusual engranaje de piezas literarias. Un fresco extraordinario de literatura y fotos. Por sus páginas, que huelen a humo y a posos de vino, se cuelan la vida en las calles pobladas y la auténtica grandeza de la miseria.