El sello de nuestro colega Clint está ahí desde el principio. Acogedor, como suelen serlo los clásicos. Fotografía oscura, muy oscura. Ausencia total de virguerías con la cámara. Precisión en la puesta de escena, libertad a los actores (que fueron elegidos con cuidado precisamente para eso), alergia al uso de la música innecesaria y un laconismo visual que no es fruto de la impericia sino de la sabiduría. Pero, ay, J. Edgar tiene, siendo una obra por supuesto respetable y en algunos aspectos admirable, un título fallido por culpa de dos lastres, uno creativo (a) y otro técnico (b).

A: El guion, a pesar de que el metraje no es escueto y tiene tiempo de sobra para desarrollar un perfil profundo del misterioso creador del FBI, sufre un desequilibrio que emborrona el dibujo de una personalidad tan compleja como Hoover. Por un lado, dedica bastante tiempo a sus duros comienzos para lograr la creación de su «criatura», y se nota mucho que Eastwood simpatiza en esos momentos con un tipo que, como si fuera un sargento de hierro, monta de la nada un arma de la ley temida y poderosa. Los problemas de Hoover con quienes no entienden ni aceptan sus ideas, el reclutamiento de agentes, su comportamiento en el caso del secuestro del bebé del héroe Charles Lindbergh (un episodio muy controvertido y desarrollado de forma extensa pero harto parcial), y sus pugnas con los políticos para combatir a los malvados sin ningún tipo de cortapisas, ocupan gran parte del metraje y sirven para dar una visión, si no heroica, sí bastante positiva del personaje, a lo que contribuye que sea el carismático Leonardo DiCaprio (titánico, su esfuerzo, pero pasaba lo mismo cuando hizo de Howard Hugues) quien ponga su cara para ello (Hoover era cualquier cosa menos guapo). En cambio, el guion, que tiene una estructura de saltos en el tiempo que podía dar mucho más de sí, pasa de puntillas por la parte más inquietante del personaje, que afecta a sus relaciones con los presidentes, el caso de Martin Luther King, la «caza de brujas» o tantos y tantos ejemplos de los usos y costumbres del siniestro personaje.

B: A medida que envejece, la credibilidad de DiCaprio (y, especialmente, de su presunto amante) se diluye hasta rozar el ridículo cuando llega la vejez, como en cierta escena «de amor» desgarrador. En algunas escenas, los (d)efectos de maquillaje convierten a ambos personajes en guiñoles, lo que arruina el componente más «audaz» de la película: su plasmación en imágenes de lo que era un rumor, la homosexualidad de Hoover.

«J. Edgar» pasará a formar parte de las películas interesantes pero fallidas de Eastwood. No es grave: con una carrera como la suya se ha ganado el derecho a no estar siempre a la altura de su leyenda.