La noticia de la muerte de Juan Ramón no por esperada -él sabía bien cómo su vida se apagaba lentamente- me ha producido menos sensación de pérdida inmensa. Después de mis padres, dos personas han influido decisivamente en mi vida: uno fue Sabino Fernández Campo y otro, Juan Ramón. Por eso siento hoy una gran desolación y un profundo desconsuelo.

Maestro entrañable y único en el periodismo, Juan Ramón fue un modelo de compromiso en esta difícil profesión nuestra. Nos enseñaba con la palabra y con el ejemplo, y lo hacía siempre con alegría y con valor. Luchó contra los dogmatismos y la intolerancia, tan incrustados a veces entre nosotros, y también para que el ejercicio del periodismo impusiera ante todo su deber de informar con veracidad, imparcialidad, transparencia y objetividad. Combatió la censura del franquismo en defensa de la libertad, y él, que era una persona culta y extraordinariamente sensible, la combatía también por su mal gusto, su incultura y su estupidez. Hizo un periodismo culto, convencido de que la ausencia de la cultura es la muerte lenta de una sociedad. Y procuró, por ello, que cada día esa idea tuviera una presencia viva en el periódico, llevando hasta él el pensamiento de los más diversos ámbitos de la vida intelectual y académica.

Sabía que la libertad en el periodismo tiene límites: no se puede calumniar ni injuriar amparándose en ella. Una lección del periodismo para este tiempo y para todos los tiempos. Y estaba convencido de que el periódico debe ser fiel siempre a sus propias ideas, tanto en los buenos tiempos como en los malos, y debe defenderlas con valentía y lealtad. Y porque sabía que, como en el verso de Keats, «siempre hay una luz a la orilla de cada oscuridad», nunca lo derrotaron ni el desánimo ni la desesperanza.

Lo más importante para un periodista -decía- es tener una curiosidad permanente para saber qué es lo que ocurre. Por eso luchó también contra quienes, en aquellos tiempos difíciles del franquismo, nos querían imponer el silencio y alejarnos de aquel mundo soñado por el poeta «sin cadenas, con alegría, libertad y pensamiento».

Juan Ramón, que fue, sobre todo, un periodista honrado, es decir, recto de ánimo e íntegro en el obrar, nos hizo ver -y nosotros llegamos a creerlo- que nuestro oficio era el más bello del mundo.

Por eso ahora, cuando releo por primera y última vez este artículo con lágrimas en los ojos y recuerdo de Juan Ramón su alejamiento de la vanidad, su sencillez y la austeridad de su corazón, sé muy bien que él, que lo leía todo, nunca lo publicaría en el periódico.