Con la muerte de Dimitri Nabokov se apagó la luz que alumbraba el legado de uno de los mejores escritores del siglo XX. Dimitri no fue lo que se conoce por un hombre constante, salvo en la dedicación a su padre, al que veneraba. Debutó como cantante de ópera en abril de 1961 en el papel de Colline, en La Bohème, el mismo día que un tenor llamado Luciano Pavarotti encarnaba a Rodolfo. Ambos habían obtenido sendos premios en un concurso para voces en Reggio Emilia, pero a partir de aquella noche del Teatro Municipal hubo en la escena operística internacional numerosos Rodolfos de Pavarotti y ya pocos Collines de Nabokov. El papel más representado por Dimitri Vladimirovich en la década siguiente fue el de editor y traductor de la obra de su padre: El Ojo (1966) y Rey, Dama, Valet (1968). En aquellos años también empezó a publicar sus traducciones de algunas piezas cortas en el «New Yorker».

Dimitri Vladimirovich Nabokov (Berlín, 1934-Vervey, Suiza, 2012) disfrutaba el estilo de vida bon vivant que el nombre de la familia y la riqueza le brindaron. Aficionado al alpinismo y a los coches, su pasión por los automóviles deportivos decayó cuando en septiembre de 1980 estrelló su Ferrari de competición en una autopista de Suiza y sufrió quemaduras de tercer grado en la mayor parte de su cuerpo. Al ver cercana la muerte, Nabokov reflexionó sobre la vida: «Estuve tentado por una luz brillante al final del túnel, pero resignarme hubiera sido traicionar a quienes se preocupan por mí y las cosas importantes que me quedan por hacer».

Aquél no fue el único episodio determinante para Dimitri. Cuando su padre, Vladimir Nabokov, murió, en 1977, dejó tras de sí una novela inconclusa, El original de Laura, escrita a mano en 138 fichas. Sus instrucciones eran que cualquier trabajo incompleto debería ser quemado después de su muerte. Su esposa, Vera, había ejercido de secretaria durante su vida literaria, encargada de la edición de sus textos y de hacer frente a los editores. Murió en 1991 sin haber cumplido con las instrucciones y el dilema de la madre pasó al hijo: «¿Se deberían respetar los deseos de su progenitor o editar y publicar la novela?».

El hijo único de Nabokov había pasado parte de su existencia recuperando textos olvidados de su padre, cuando el propio Vladimir se había desentendido de ellos. En circunstancias normales habría acabado decidiendo publicar las fichas, pero entonces ocurrió algo que más tarde le vendría al pelo para justificar su decisión de que El original de Laura viese la luz.

Volvamos a las últimas horas del autor de Lolita. El final fue rápido. Una corriente de aire le causó una congestión bronquial masiva y murió con los pulmones encharcados. Lo habían ingresado en la unidad de cuidados intensivos del Hospital de Montreux aquejado de una obstrucción bronquial. La respiración hacía tiempo que se le había vuelto fatigosa y en los últimos dieciocho meses nunca estuvo a salvo de infecciones y complicados procesos febriles. Su mejor biógrafo, el neozelandés Brian Boyd, cuenta que, al despedirse de su padre, Dimitri le dio, como acostumbraba, un beso en la frente y los ojos de Vladimir se empañaron con lágrimas. Al preguntarle por qué lloraba, obtuvo de respuesta que una mariposa estaba volando y por la mirada supo que no esperaba volver a verla. La afición a los lepidópteros del escritor es conocida; se remonta a la infancia en Petersburgo, a los bosques de oscuros abetos, abedules y turberas.

Dimitri Nabokov, que durante años se dedicó a interpretar poéticamente los estados de ánimo familiares, explicaría que después de meditar largamente sobre El original de Laura y el vuelo de la enigmática mariposa, su padre se le apareció para reprocharle con ironía que todavía estuviese atascado en el asunto y animarlo a que publicase de una vez la dichosa novela.

Si el hijo había estado pendiente del padre, para quien esperaba de la historia un trato literario igual al de Shakespeare o Tolstoi, el padre nunca había dejado de preocuparse por aquel joven inconstante que abrazaba al mismo tiempo el alpinismo y la música, y que congeniaba con las carreras de coches y las mujeres. A Vladimir Nabokov le divertía enormemente la relación de Dimitri con las mujeres, no tanto con las montañas o la velocidad. Cuando escaló Le Grand Combin en una excursión de dos días, le confío a su hermana que sus manos se sentían impulsadas a hacer la señal de la cruz cada vez que su hijo regresaba a casa después de alguna de sus temerarias hazañas.

El pasado 22 de febrero Dimitri regresó de nuevo al padre.