Cuando en mayo de 2011 los Reyes Juan Carlos y Sofía presidieron la presentación de los primeros tomos del Diccionario Biográfico Español, poco podía sospechar el director de la Real Academia de la Historia, Gonzalo Anes, que estaba próximo un huracán.

Efectivamente, a los pocos días de la edición algunos medios de comunicación pusieron énfasis en lo que entendían que era un trabajo sesgado en algunas de las biografías. La de Franco hizo correr ríos de tinta, que se dice. La afirmación de que el régimen de Franco fue "autoritario" y no una dictadura fue criticada especialmente.

"La visión de Franco expuesta por Luis Suárez es tan oficialmente franquista que me sorprende, me habría esperado algo más objetivo hoy en día", llegó a declarar desde Londres el historiador e hispanista Paul Preston.

El asturiano Luis Suárez recordaba ayer la polémica, aun asumiendo que no era el mejor día para avivar el debate. "Las críticas al Diccionario Biográfico Español estaban hechas por sectores extremistas a los que les molesta que los historiadores digan la verdad. Aquellas críticas lo único que demuestran es la importancia que tiene la obra".

Gonzalo Anes no perdió la compostura ni, mucho menos, la elegancia. Sabía por dónde iban a ir las preguntas de los periodistas cuando muy poco tiempo después participó en Oviedo como jurado del premio "Príncipe de Asturias" de Ciencias Sociales. Aguantó el tipo y contestó a todo, sin renunciar a un lamento particular, más por la Academia que por él mismo; la campaña emprendida contra el Diccionario le olía a "fuego inquisitorial". La historia, argumentaba, había que verla con perspectiva, un poco desde la distancia, sin apasionamientos ideológicos. Los críticos echaban en cara a la Real Academia de la Historia justamente eso, su apasionamiento ideológico a la hora de abordar algunas vidas.

Anes aseguraba entonces que como director de la Academia no se había inmiscuido en el trabajo de los historiadores, que contaban -dijo- con toda su confianza. En el caso de Luis Suárez, era mucho más que confianza: una amistad duradera en el tiempo, que como afirmaba ayer mismo el medievalista gijonés: "Se había fortalecido en el seno de la Real Academia".

Precisamente, las críticas también se centraron en la elección de los historiadores. Algunos como el propio Preston y los nacionales Santos Juliá y Ángel Viñas no aparecían en la nómina.

Lo que había presentado la Academia en la primavera de 2011 fueron los veinticinco primeros tomos -es decir, la mitad justa de la obra- del Diccionario Biográfico. Ya era tarde para hacer cambios, aunque el PSOE en el Congreso pidió la retirada de lo ya editado. Pero la polémica sirvió para repensar los veinticinco tomos restantes.

Casi un año más tarde, a primeros de mayo de 2012, el pleno de la Academia de la Historia aprobó, por unanimidad, el informe que durante varios meses había preparado una comisión nombrada para revisar el Diccionario y que aconsejaba una redacción complementaria a varias biografías, fundamentalmente centradas en personajes de los siglos XIX y XX.

La misma comisión revisó los veinticinco tomos pendientes, con modificaciones en algunas biografías y siempre con el visto bueno del titular de la referencia. Se revisaron igualmente las extensiones, se acortaron algunas, se ampliaron otras y, en algún caso, se incorporó alguna biografía alternativa.

El revuelo duró más de un año y Gonzalo Anes lo sufrió. En una entrevista concedida a este periódico en abril de 2010, un año antes de la presentación de los primeros volúmenes, Anes recordaba los inicios del proyecto: "Un par de años antes de ser elegido director de la Academia, en 1998, propuse que nos encargáramos de elaborar el Diccionario. Pero faltaban medios. Ya en el cargo me puse a buscar dinero, conseguí ochocientos millones de pesetas con Esperanza Aguirre como ministra de Educación y Cultura, aunque el convenio con la Academia se firmó siendo ministro Rajoy".

Anes reconocía que la obra la editaba la propia Academia porque no hubo entidad privada capaz de hacer frente a un proyecto gigantesco, cincuenta volúmenes de ochocientas páginas cada uno y más de cuarenta mil biografías.

Un proyecto del que se sentía particularmente orgulloso. "Es la gran obra de la Academia; la he promovido, la dirijo y colaboro con ella en numerosos textos", explicaba a LA NUEVA ESPAÑA en 2010.

"Me queda por escribir un libro molesto sobre la acción enriquecedora de España en América", decía entonces. Su respuesta a la Leyenda Negra, para la que tenía "mucho material" y también "parte escrita". Se sentía obligado a hacerlo.