"Espero que estén preparados para ver imágenes muy duras, pero eso no es nada en comparación con el dolor y el miedo de las personas que aparecen en ellas". Con esta advertencia introdujo el fotoperiodista estadounidense James Nachtwey, premio "Princesa de Asturias" de Comunicación y Humanidades, la serie de instantáneas con las que sobrecogió a las cerca de 500 personas que participaron en el encuentro que protagonizó ayer tarde en la cúpula del Centro Niemeyer. Pidió oscuridad absoluta para que las imágenes en blanco y negro en las que inmortaliza el infierno de las guerras fueran las únicas protagonistas del encuentro; unas fotografías con las que Nachtwey ilumina "las injusticias ignoradas", en las que "lo importante es lo que se puede conseguir" con ellas siempre que haya alguien que las publique. Porque "la fotografía es como un grito en el viento ni no hay editores comprometidos".

Nachtwey impartió una lección de historia, la de las víctimas de los conflictos bélicos. "Nuestra sociedad no puede funcionar bien sin las historias que contamos (...) Una vez que haya conciencia, el cambio es inevitable. Yo he ido a los lugares donde creo que necesitaban mi trabajo", expuso a los participantes, entre ellos (y en primera fila), su compatriota Richard Ford (premio "Princesa de Asturias" de Las Letras), su inseparable Kristina y la fotógrafa Cristina García Rodero.

Y así Nachtwey retrató los horrores de la década de 1990 en Bosnia, Ruanda, Chechenia, Rumanía, Somalia, Kosovo, Sudán del Sur, Kabul, los efectos del "agente naranja" en la población vietnamita, el 11-S, y la reciente avalancha de refugiados a Europa... Niños rumanos desahuciados en orfanatos a los que se inyectaba sangre adulta infectada con sida en vez de medicamentos "condenándolos al infierno", enterramientos en masa del genocidio ruandés, una chechena que descubre en plena calle a una vecina muerta por un mortero, un hombre de Sudán del Sur esquelético al que "no le quedaba nada, solo la voluntad de seguir viviendo", la silueta del cuerpo de un kosovar que había sido quemado dentro de su propia casa ("Me recordó una pintura rupestre, lo primitivos que podemos llegar a ser").

¿Y cómo capta "Jim" a esos silenciados e invisibles? "Cuando un fotoperiodista está dispuesto a compartir los mismos riesgos que los suyos y quiere contar su historia (al mundo) se abren y habla su dolor", aseveró el premiado, que incidió en que tras la cámara no se puede tomar partido; porque "la imparcialidad no es lo mismo que ser neutro en un conflicto, nuestras simpatías no justifican distorsionar los hechos; eso sería propaganda, no periodismo".

Lo que quizás no se podía imaginar el de Siracusa es que el infierno llegaría hasta su propia casa. Fue en 2001: "El 11-S la historia explotó, fue el inicio de una nueva era. Lo impensable se había producido y Estados Unidos estaba una vez más en guerra. Conseguí sobrevivir y trabajar como pude como en otros campos de batalla. Todo mi barrio estaba vacío, sin agua, sin luz, sin transporte, como en las zonas de guerra que había visitado, pero esta vez en mi casa".

La historia que el mundo conoció gracias a James Nachtwey no siempre tuvo el efecto buscado. En Ruanda, por ejemplo, la comunidad internacional no reconoció el genocidio contra los tutsis. En Somalia, en cambio, logró salvar más de millón y medio de vidas. La guerra de clanes y la hambruna del país africano, con cientos de miles de muertos, le llevó a "tomar el encargo" por su propia cuenta. Ningún editor le compraba la historia. En 1994 hizo la maleta. Fue "un asunto de fe". Su trabajo acabó siendo portada de 'New York Times Magazine' y sus fotografías movilizaron un dispositivo sin precedentes, la mayor operación humanitaria desde la II Guerra Mundial. Para este reportero que retrata los lugares más oscuros del planeta, el "Princesa de Asturias" es "un gran honor", pero el verdadero premio es "ayudar a cambiar las cosas": "El periodismo es una de las cosas que ayudan a crear condiciones para el cambio. El primer paso es identificar el problema, y ese es el objetivo principal del periodismo. Tenemos que seguir luchando", respondió a preguntas de Gervasio Sánchez, Premio Nacional de Fotografía en 2009, que presentó el acto y dado el tiempo limitado fue el único afortunado que pudo dirigirse al fotógrafo del infierno.