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El Rey, el deseado y lo deseable

Felipe VI obvió el desgobierno en su discurso, pero el día fue todo un tejer en torno al papel de Javier Fernández y la jornada en que Ford pidió que la política "no sea sinónimo de infortunio"

Javier Fernández saluda a los Reyes, ayer, en la recepción en el Reconquista. MIKI LÓPEZ

En la superficie, raid de gaitas sobre Oviedo; siempre gaitas, hasta el ibuprofeno. En la superficie, la banda sonora clásica de los premios "Princesa de Asturias" y el caminar muelle de Hugh Herr y los adorables pasos desmañados de Mary Beard y esa intrigante ausencia emocional de James Nachtwey y el sentimiento lorquiano y el Shakespeare en catalán de Nuria Espert... Por debajo, en cambio, en un día con tantos mandos concentrados en Asturias se escuchaba un agitado tejer político. Porque la semana que viene hay que empezar a ver cómo vamos entregando el premio gordo de España: ese nuevo Gobierno que no acaba de tocarnos... Ese premio que llevamos rehuyendo varios meses, haciéndole un Dylan a la democracia española. Ayer fue todo el día un teje que te teje y sin perder de vista a Javier Fernández, que en el teatro Campoamor y hoy en los Oscos es presidente del Principado, pero que, pasado mañana, domingo, viajará a Ferraz para convertirse en "Absteneitor", el superhéroe/supervillano de la abstención socialista, el que tiene las llaves que cierran el agujero del desgobierno. Javier, o sea, el deseado.

Las vueltas que da la vida. El año pasado, el día de la entrega de los Premios, el líder ciudadano Albert Rivera, movía una pestaña y tenía un corro de cámaras y micrófonos alrededor. El año pasado él era el deseado. Y lo sabía, porque se permitió el lujo de llegar el último, haciéndose el rey en lugar del Rey. Ayer, las vueltas que da la vida, se le vio pasar agrisado entre el río de oropeles que desembocaba en el Campoamor y nadie quería echarle ya el anzuelo a tal pececillo. Y qué decir de Pedro Sánchez, que tanto prometía en la ceremonia de entrega de los Premios de 2015, que era más guapo pero menos presidente que Rivera y que ayer ya ni estaba... No somos nadie.

El único que ayer era alguien en Oviedo era un tal Fernández, el mismo que tuvo que dejar a medio leer "SPQR" de Mary Beard para hacerse cargo de la caída del imperio romano socialista. Fernández, al que llaman "Nuevo Pelayo" los periodistas capitalinos, entre los que ya tiene hinchada. Les gusta su oratoria, su cabeza, por dentro y por fuera. Porque, al parecer, les interesa mucho el pelazo del presidente, a su edad. Ayer, en el hall del Campoamor, Rivera, el príncipe destronado, se acercó a tejer un poco con el estratega Fernández para sacar adelante el premio de la próxima semana.

Que tendrá que ser el Premio "Rey Felipe" de la Concordia para acabar con el sindiós de los últimos meses en España. Es verdad que, en el discurso de ayer, Felipe VI no se metió en berenjenales de corte político -mejor no meneallo- y tiró por el ensalzamiento de la cultura como salvavidas nacional. Es verdad que ni habló de la imprescindible virtud de la ejemplaridad pública (primer discurso como Rey en los Premios, hace dos años) ni de la preservación de la unidad de España (el del año pasado, muy aplaudido en Oviedo). Pero quizá por esta obsesión nacional por la política -o mejor dicho, por la ausencia de ella- hubo un fragmento que pudo sonar a precalentamiento de lo que puede pasar a partir del lunes en la Zarzuela, cuando el Monarca empiece a recibir a los representantes de los distintos partidos, a la búsqueda de un candidato.

Se centraba Felipe VI en el poder de la cultura y de los saberes, pero en un párrafo, y como diciéndoselo a los premiados, soltó: "Gracias a todos y cada uno de vosotros somos más conscientes de que el progreso es siempre fruto de muchos esfuerzos compartidos entre personas de orígenes diversos, entre culturas y creencias distintas, entre naciones diferentes". ¿Se lo estaba diciendo a los premiados de ayer, o estaba fraseando solo, memorizando lo que habrá de recordar y transmitir en la nueva ronda de consultas entre los partidos?

A ver cómo le salen la próxima semana las cosas al Monarca y también al político de muy amueblada a cabeza -por dentro y por fuera- que estos días le acompañó en Oviedo en el papel de presidente asturiano. Pero si en una de éstas todo se vuelve a ir al garete -es decir, unas terceras elecciones- quizá Felipe VI encuentre un saludable consuelo en atender la invitación que ayer le hizo el escritor Richard Ford en el mejor discurso de todos los que se escucharon en la entrega del Campoamor.

Ford le invitó a cartearse con él, pues el norteamericano está convencido de que un epistolario entre el novelista y el Rey "sacaría a la luz lo mejor de cada uno". Si Felipe decide escribir a Richard encontrará buen consejero en este autor que se define como "escritor político", entendiendo la política como el ejercicio, "poético", "de aquellos actos cuyo objetivo es expandir la tolerancia, la aceptación del otro y la empatía más allá de lo convencional, de lo meramente práctico y de lo mezquino".

Se podría terminar esta crónico volviendo a hacer cabriolas estilísticas en torno al papel clave que ahora tiene Javier Fernández en la política nacional o sobre las decisivas vísperas democráticas de vivimos, pero ningún final estaría mejor escrito que este párrafo de Richard Ford regaló ayer y que cualquier dirigente político debería de aprenderse como un padrenuestro: "La política determina el destino de la humanidad al acrecentar nuestra capacidad de aceptar al prójimo, y de encontrar la empatía mutua y una causa común para todos. Si pudiera rescataría lo que entendemos por política y restauraría el valor de esta palabra; me cercioraría de que evocara la necesidad de una respuesta imaginativa que nos hiciera recuperar la capacidad de vivir juntos -tal como puede suceder en la literatura- y de que la política no acabara siendo como en Estados Unidos, sinónimo de egoísmo y cinismo y engaño y despropósito. Sinónimo de infortunio". Aunque sólo fuera por este último párrafo mereció la pena aguantar toda la gaita. Que los que manden algo, lo lean. No sólo Javier Fernández, que ya sabemos que lo lee todo.

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