La nueva cumbre del clima empieza caliente. La conferencia de Bonn (Alemania), que debe apuntalar los acuerdos firmados en París en 2015, comenzó ayer marcada por la ausencia de Estados Unidos, que ha abandonado la lucha contra el cambio climático tras la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, y con una multitudinaria manifestación impulsada por organizaciones como Greenpeace u Oxfam denunciando la permisividad de los gobiernos ante los incumplimientos medioambientales. Un escenario al que se unió el preocupante anuncio de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), que eligió precisamente el día de ayer para revelar que, en los nueve primeros meses de este año, la temperatura media global se situó 1,1º centígrados por encima de los niveles preindustriales, lo que situaría 2017 como uno de los tres años más cálidos jamás registrados.

El dato revelado por la OMM es aún más preocupante si se tiene en cuenta que los dos años más cálidos de los que se tiene constancia son 2016 y 2015. Un incremento de la temperatura al que la organización meteorológica atribuye fenómenos como los devastadores huracanes registrados este verano en el Caribe, pero también crecidas, olas de calor o sequías.

"Aunque uno o dos grados de incremento pueda parecer poco, realmente es muy importante. A lo largo de la historia, el cambio climático es la norma, no la excepción. Pero la diferencia es la velocidad a la que se produce este cambio: estamos hablando de 160 años, y en las tres o cuatro últimas décadas va todavía más rápido", explica José Ramón Obeso, catedrático de Ecología por la Universidad de Oviedo.

Otro dato relevante: la pretensión de los acuerdos de París es mantener la temperatura media global, para finales del presente siglo, por debajo de 1,5º centígrados sobre la temperatura media de la época preindustrial. Esto es: el incremento en los próximos ochenta años debería ser netamente inferior al registrado en los últimos quince. Un escenario difícil de lograr.

"Lo que ocurre", añade Obeso, "es que en cada reunión se van subiendo los límites porque no se cumplen los objetivos. Por ejemplo, se había fijado el máximo de dióxido de carbono en la atmósfera en 400 partes por millón, pero ese porcentaje lo sobrepasamos el año pasado. Ahora se habla de 450 partes por millón, pero en ese caso la temperatura subiría dos grados sobre la de época preindustrial".

Con estas perspectivas, y ante la negativa de EE UU a comprometerse en la lucha contra el cambio climático, buena parte de la comunidad internacional trata de coordinar una acción multinacional para avanzar en los acuerdos de París, especialmente en los aspectos relacionados con las contribuciones económicas y el compromiso de las naciones con los objetivos marcados. "Ya no tenemos el lujo del tiempo: debemos actuar ahora", señalaba ayer al respecto la secretaria ejecutiva de la convención de Bonn, la mexicana Patricia Espinosa, en la sesión inaugural.

La duda es hasta qué punto esos acuerdos pueden ser efectivos si uno de los principales emisores de gases, EE UU, no participa de ellos. "Es evidente que en este tipo de acuerdos, si se sale un grande como EE UU, toda la ecuación se pone, en cierto modo, en peligro. Pero sólo en cierto modo, porque al final la fuerte competencia hará que las renovables se impongan: cuanto menos petróleo haya, más caro y más difícil será extraerlo. Y ahora vamos hacia la época del 'oil crash', el colapso de una sociedad demasiado dependiente del petróleo", reflexiona el investigador científico y divulgador asturiano Amador Menéndez Velázquez.