El arte de vanguardia y la artesanía tradicional se complementan mutuamente en el Museo Baksi, situado en medio de la nada: a mil kilómetros al este de Estambul, a 700 de Ankara y a dos horas en coche de las próximas ciudades de la profunda Anatolia oriental.

Pese a su aislamiento geográfico, este museo de arte moderno fundado en 2010, que dedica parte de su espacio a la expresión artística tradicional, ha recibido en 2014 un prestigioso premio del Consejo de Europa y es toda una referencia en Turquía.

El Museo Baksi "es un modelo inspirador sobre cómo adaptar de forma local los valores de la herencia cultural", declaró entonces el jurado europeo al otorgar el galardón, dotado de una estatuilla de Joan Miró, cedida por un año.

Su ubicación en los montes de la provincia de Bayburt, una región pobre con un enorme éxodo rural, quiere contribuir así a crear valor local, explica a Efe el fundador de Baksi, Hüsamettin Koçan.

"Con este museo queremos decir a la gente aquí: No os vayáis a las grandes ciudades, a Europa. Poned freno a la erosión social", explicó el artista, quien edificó el complejo sin fondos públicos, pero gracias a la ayuda de otros artistas.

Con forma de una extraña voluta triple, gris y blanca entre el intenso verde de las colinas en verano, el museo armoniza con su entorno e incluso parece fundirse con él durante el invierno, cuando de lejos apenas aparece como una línea curva, casi imperceptible en medio del paisaje nevado.

Dos figuras humanas sobredimensionadas, una negra y una roja, ambas de placas de metal superpuestas, atornilladas y mil veces agujereadas, reciben al visitante ante el edificio, cuyo techo en forma de curva suave se convierte en pared y llega hasta el suelo.

En su interior sorprende el reparto irregular de las salas, que además reproducen con frecuencia extraños efectos de eco y se cruzan e interseccionan como en un juego de cajas, atravesadas por tragaluces con discos que reflejan la luz del día.

Así, se puede contemplar la misma instalación de alfombras tanto paseando sobre ellas como desde un piso superior, y también el aula de conferencias se puede mirar desde arriba, en este caso a través de un filtro de millares de embudos.

Una de las obras expuestas se compone de varios árboles muertos que sugieren esqueletos coronados por confusas cabelleras.

El espacio de exposiciones se completa con una enorme biblioteca con sala de estudio, un depósito repleto de obras y una segunda sala con piezas de arte y artesanía tradicionales.

Aquí, el visitante encuentra una colección de puntas metálicas que coronan las cúpulas de las mezquitas, otra de llaves antiguas, pinturas de seres mitológicos de la tradición turca, cerámicas y tejidos.

Esta mezcla de arte vanguardista con artesanía es precisamente la línea maestra del museo, que "rechaza una clasificación entre arte elevado y arte inferior", al tiempo que apuesta por una "democracia cultural", en palabras de Koçan.

"Así, los visitantes de los pueblos de la región pueden ver piezas locales junto a una instalación de vídeo. Pueden ver esa línea que viene del pasado y lleva al futuro. Es también una forma de educación", explica el artista turco.

A pesar de lo alejado de zonas pobladas y de que solo es accesible en coche -tras desviarse de la carretera Erzurum-Bayburt y atravesar el pueblo de Bayraktar-, el museo llega a recibir hasta 150 visitas por día, asegura Koçan.

"Este año tendremos un total de 15.000 visitantes, pero la meta es tener 50.000 anuales dentro de dos años", dice el artista.