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KRZYSZTOF WIELICKI | Premio "Princesa de Asturias" de los Deportes

"Siempre hay que medirse e intentarlo"

Krzysztof Wielicki. MUEL DE DIOS

Krzysztof Wielicki tiene un asteroide con su nombre, el 173094 Wielicki, descubierto en 2007, pero este alpinista poco amigo de alharacas lo ve con ironía: "Hay tantos que dan para mucha gente". Sin embargo, Wielicki se cuenta entre los pocos que han alcanzado las cumbres más altas de la tierra, y por tanto han estado más cerca de las estrellas. Su historia es la de un aguerrido grupo de alpinistas polacos que a finales de los setenta, cuando el telón de acero se resquebrajaba, salió al mundo para hacer historia. "Teníamos hambre de éxito. Nosotros, los polacos, no participamos en la primera gran exploración del Himalaya, entre 1950 y 1964. Cuando pudimos conseguir pasaportes como deportistas, pensamos que teníamos que escribir la historia nosotros también", rememora. Fue como "un gran éxodo, había quince expediciones al año".

Los alpinistas un poco mayores que él, como Andrzej Zawada, marcaron el camino. "Decían que había que hacer una cosa diferente, y se les ocurrió la escalada en invierno", asegura. En 1980 llegó el primer gran éxito, impensable, el ascenso invernal al Everest. Wielicki y su amigo Leszek Cichy hicieron cumbre in extremis. Cuando Wielicki se unió a aquella expedición no era ni mucho menos el más experimentado, pero algo vio en él Zawada. "Es la muestra de que no siempre ascienden quienes tienen mayores posibilidades. A veces ocurren sorpresas. Yo solo había subido a picos de siete mil, pero esa expedición me confirmó que, en el alpinismo, el equipo no trabaja para un líder. Cada uno de los que estábamos allí quería ascender. El que más trabaja sí sube. Y Cichy y yo siempre íbamos delante", dice.

Fueron tiempo épicos. Para pagarse las expediciones tenían que trabajar en las alturas de las fábricas, y pese a los tópicos del régimen comunista, "los alpinistas se sentían libres". Como era un grupo especial, el régimen no les prestaba atención. "Fuimos un grupo privilegiado. Sabían que creábamos una buena imagen. No teníamos grandes ayudas. Tuvimos que buscarnos los medios", relata.

Wielicki es recordado por sus ascensiones relámpago en solitario, pero para él lo importante es el equipo. "Nunca pensé en hacer algo solo. A veces intentaba poner un poco más de adrenalina, de emoción. Quizá me estaba probando a mí mismo, viendo dónde estaba el límite", asegura. Rizó el rizo en el Nanga Parbat en 1996. Cuando llegó al campo base, la expedición polaca se había ido, pero se lanzó a la cumbre, sin ni siquiera saber por dónde. "Lo hice como Messner. No había nadie, salvo los pastores", asegura. Los pakistaníes, que habían seguido sus evoluciones hasta la cumbre, le recibieron disparando al aire sus fusiles.

Si se le pregunta por su secreto, responde con pasmosa sencillez: "Me concentro mucho en la escalada. Nunca pienso en la familia, los hijos... Siempre he sabido concentrarme. Es una virtud". Eso y la genética. Aquellos que tienen la variante I del gen ACE "tienen más probabilidades de sentirse bien en la montaña".

Es el superviviente de una generación única. Dos nombres destacan, los de Jerzy Kukuczka, Jurek, y Wanda Rutkiewicz. "Jurek murió en 1989 por una coincidencia de malas circunstancias (se le rompió una cuerda). Son cosas imposibles, pero ocurren", dice de Kukuczka, con quien subió el Kangchengjunga en 1986. Al recordar a Wanda, esboza una sonrisa. "Ayer (por el martes) se cumplieron 40 años de su ascensión al Everest, el mismo día que la elección del Papa Wojtyla. Siempre le decíamos que se había puesto de acuerdo con el cardenal: tú a Roma y yo al Everest", evoca. Wanda murió en 1992, en su noveno ochomil. "Su problema era que se ponía el listón demasiado alto, lo quería hacer todo ella, no pedía ayuda y eso no es bueno. Si no hubiera muerto, a mediados de los 90 hubiese sido la primera mujer en obtener la corona, que sí consiguió Edurne Pasabán en 2010. Wanda y Jurek son iconos", sentencia.

Este invierno, la expedición que dirigió al letal K2 no consiguió su objetivo final, pero estará al frente de la próxima. "Es el último gran reto. Existe una rivalidad como en los años ochenta entre Messner y Kukuczka. Se ha convertido en un partido. Queremos intentarlo el año que viene", dice. Admite que se cometieron errores. Elegimos el camino de los Vascos, que en invierno tiene poca nieve y sufre desprendimientos por el viento. Decidí el cambio de la ruta por seguridad. Recordé la filosofía de Zawada: decía que las expediciones se dividen entre las que tienen éxito y las que tienen final feliz. Preferí que tuviera final feliz", explica. Eso sí, admite que "cada vez es más difícil mantener unidos los equipos. La personificación del éxito es cada vez mayor. Antes, cuando un equipo subía, el jefe del equipo decía: hemos acabado la expedición y nos vamos. Ahora, el segundo y el tercer equipo también quieren subir", lamenta.

Una visión de otros tiempos. Desde que empezó en los Tatras, ha sentido la montaña como una escuela vida: "Siempre hay que medirse, hay que ponerse un objetivo importante, aunque no se consiga; pero lo importante es medirse, intentarlo".

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