Estimado lector.

Estábamos acostumbrados a vivir entre la fantasía y la realidad, entre la materia de nuestros sueños y el mundo real que nos encontramos al despertar cada mañana, y nos estamos habituando a hacerlo entre la verdad y la mentira. Juan José Millás lo describió espléndidamente en uno de sus artículos publicado en LA NUEVA ESPAÑA.

La mentira se abre paso con más facilidad que nunca porque hay más canales para difundirla, muchos sin filtro, y con un enorme efecto multiplicador. Lo vimos en las elecciones que dieron la presidencia de los Estados Unidos a Donald Trump y en la campaña para el referéndum del Brexit, por citar dos sonados ejemplos recientes.

Olemos a mentira como antes de que se prohibiese fumar en los lugares públicos olíamos a tabaco, escribió Millás. Y del mismo modo que entonces no lo percibíamos porque lo llevábamos encima, ahora nos cuesta distinguir lo cierto de lo falso porque la sobreabundancia informativa de la era digital genera confusión.

En términos más apocalípticos, el Boletín de Científicos Atómicos, un grupo de expertos creado para advertir de los peligros a los que se enfrenta la humanidad y del que forman parte quince premios Nobel, señala como principales amenazas el cambio climático, la inestabilidad política, el riesgo de guerra nuclear, el uso perverso de la biotecnología y la desinformación. Por eso el periodismo es más necesario que nunca.

¿Estamos bien informados?

Para tratar de averiguarlo conviene preguntarse qué fines persiguen las fuentes o canales a los que acudimos para informarnos.

Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, cuenta que cuando lanzó su plataforma pretendía conectar a personas, de las que a la postre obtendría datos que le permitirían ofrecer a los anunciantes servicios de publicidad dirigida. Si una empresa quiere vender cañas de pescar en España, el anuncio se sirve a los usuarios de la red social que viven en el país y comparten, muestran interés o hacen clic en contenidos relacionados con la pesca. Además Facebook distribuye activamente información, como también hacen Google y Twitter, pero se desentiende de su elaboración, procedencia y veracidad porque en realidad todos ellos son gigantes tecnológicos, no periodísticos.

Sólo los medios tienen como objetivo y deber informar. LA NUEVA ESPAÑA se autodefine como diario independiente de Asturias y su propósito es hacerlo de forma rigurosa y plural, a la altura del nivel de exigencia de los asturianos, excelentes lectores de prensa tanto analógica como digital según acreditan todas las estadísticas.

Al tiempo que informan los medios pueden desempeñar otras funciones. Crean comunidad, sirven como soporte publicitario, entretienen... Pero su razón de ser es informar verazmente de todo aquello que pueda resultar importante, interesante y útil para sus lectores. No todos pueden decir lo mismo, y ahí radica la diferencia.

La grandeza del periodismo.

El periódico es el libro que se escribe todos los días y que lee la mayor parte de la población. La sentencia es de Walter Lippmann, gran teórico del oficio. En la era digital el periódico es la historia que nunca deja de escribirse y que se lee varias veces al día, lo cual tiene mérito en un país en el que un 38,2 por ciento de españoles no lee nunca o casi nunca un libro, según datos del Barómetro de 2018 elaborado por la Federación de Gremios de Editores de España.

El buen periodismo nos ayuda a comprender el mundo en el que vivimos, a separar lo relevante de lo intrascendente. Aporta conocimientos valiosos para que podamos conducirnos por la vida con criterio y tomar las decisiones más ajustadas a nuestros intereses. Canta las verdades, con datos siempre contrastados y aunque resulten incómodos, y contribuye a que tengamos una actitud más abierta y tolerante. No existe mejor vacuna contra la manipulación y el contagioso virus del populismo que la prensa.

Para cumplir con su obligación un medio necesita recursos, buenos profesionales y una empresa solvente que le permita salvaguardar su independencia. La información de calidad es cara. Lo saben bien quienes contratan costosas auditorías para disponer de datos fiables, incluso de su propia organización.

LA NUEVA ESPAÑA emite una noticia en alguno de sus canales cada dos minutos y medio. Para buscar la información los periodistas recorren todos los años la distancia que separa la Tierra de la Luna: 380.000 kilómetros. Sus noticias llenan 22.500 páginas. Los fotógrafos hacen una foto cada dos minutos. La web cuelga más de 8.000 vídeos anuales. Los infógrafos realizan 4.500 gráficos al año y los ilustradores, 1.500 dibujos. Si una persona quisiera leer lo que los usuarios de la edición digital consumieron en 2018 necesitaría 1.377 años sin descanso frente a la pantalla.

Las oportunidades de la revolución digital.

Nunca los periodistas dispusimos de tantas herramientas para enriquecer nuestro trabajo e interactuar con los lectores: galerías fotográficas, enlaces para contextualizar, gráficos interactivos, vídeos y recursos que permiten contar la actualidad en vivo y en directo. Nunca tampoco la competencia fue tan feroz ni las dificultades e incertidumbres tan acusadas. Impera la cultura de la falsa gratuidad, falsa porque cuando no hay producto el producto es uno mismo.

El problema de cómo sobrevivir en la jungla de internet, donde se propagan verdades como puños junto a burdas mentiras, lo tenemos los ciudadanos en general, lo mismo en Oviedo que en París, pero también quienes nos gobiernan y, claro está, los profesionales. El tsunami digital sacude con similar intensidad a los sectores más dispares, desde la banca, la sanidad, el turismo y los medios hasta el taxi. Y la adaptación a los tiempos no es opcional.

Precisamente por ello no es momento para informadores mediocres. Sólo los mejores, periodistas curiosos, con inteligencia para interrelacionar hechos aparentemente inconexos, ágiles, valientes y con talento para la observación, la interpretación y la síntesis pueden cumplir con garantías su misión de informar en un ecosistema tan complejo y ruidoso.

Las grandes plataformas, potentes transmisores de todo tipo de contenidos, también de "fake news", se mueven como pez en el agua en la globalidad, pero no tienen penetración ni capacidad para explicar la realidad más cercana. Es ahí donde la prensa regional, cuya especialidad es precisamente lo próximo, tiene su fortaleza y su oportunidad.

LA NUEVA ESPAÑA es indisociable de Asturias. Lo fue en la edad de oro del papel y evoluciona incorporando tecnología, nuevos perfiles profesionales, conocimiento y otras narrativas para serlo también, siempre que así lo quieran los asturianos, en la era de internet. El resultado se irá haciendo cada vez más evidente.