Arata Isozaki acaba de sumarse a la nómina del premio "Pritzker", el que habitualmente se identifica como el Nobel de la Arquitectura. La primera reacción es de sorpresa porque estaba convencido de que ya lo había recibido. Después de años de exaltación de arquitectos con un marcado componente social los "Pritzker" vuelven al reconocimiento de "la gran figura".

La larga lista de arquitectos japoneses en posesión del premio (Shigeru Ban, Toyo Ito, Tadao Ando, Fumihiko Maki, Kenzo Tange, la firma Sanaa) proceden de un país que combina, por sus seísmos, la obligación de la buena construcción con un singular aliento poético.

Arata Isozaki no es en realidad un poeta pese a que su nombre está unido a museos y esculturas. Es un constructor preciso que apoya su excelencia en la geometría y en la ingeniería. También está muy presente entre nosotros.

El gran Palau Sant Jordi, fue, en 1992, la estrella de los juegos Olímpicos de Barcelona y, probablemente, su mejor obra. Sirvió para su entrada en España. En Barcelona también hizo unas oficinas menos espectaculares y una escultura, como un árbol de hierro que soporta un plano de vidrio, junto al Caixaforum, al lado del Pabellón de Mies.

El MOCA (Museo de Arte Contemporáneo) Los Ángeles, acabado exteriormente con la piedra arenisca roja del Rajastán, es otra de sus obras más singulares.

El museo Domus de La Coruña, Casa del Hombre, también suyo, tiene una presencia urbana importantísima en la ciudad gallega, con el imponente alzado curvo de pizarra que se ve desde toda la bahía, y con el grandísimo espacio interior que genera y que mantiene un enorme atractivo popular por su contenido, especialmente un gran corazón que parece palpitar dentro de aquella ballena varada.

El museo de arte moderno en Gumna en Japón, fue una de sus obras muy publicadas en su día. Aquellas revistas japonesas, con un formato grande, de imágenes envolventes de enorme calidad, fruto de la puntera técnica fotográfica, convirtieron la nueva arquitectura nipona en un icono a seguir.

Cuando leemos "El elogio de la Sombra", de Tanizaki, que muestra esa sensibilidad tan acusada hacia los materiales, que parece que los va lamiendo, hacia la luz tamizada por los tabiques de papiro, hacia la delicadeza de los pinceles al apoyarse en el papel, de las lacas. O vemos aquella esencia de la película "Minka", añorando la madera o algunos interiores de Ozu, salta la pregunta de qué fue de todo aquello, ¿cómo llegamos a "Lost in Translation" o a Murakami?

Hace años, Vicente Díez-Faixat organizó unas conferencias y exposición en Gijón sobre arquitectura japonesa. En una de las charlas, alguien de entre el público preguntó a un arquitecto de aquel país dónde había ido aquella arquitectura basada en los tatamis, en los pilares de madera, en las piedras mojadas en los jardines. Su respuesta fue clara: al ver cómo en la guerra mundial sus casas ardían como el papel decidieron construir con hormigón. Isozaki, que ahora tiene 87 años, era un niño cuando estalló el conflicto, pero su sombra le habrá acompañado sin duda toda su vida. Para quien vivió aquello, este gran premio servirá de pequeño bálsamo.