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El Rey a los 51 años

Felipe VI, que hizo las prácticas de Príncipe y cortejó en Asturias, quiere rejuvenecer porque, de pronto, es el de más edad entre los encargados de que España furrule

Felipe VI. | EFE

A Felipe de Borbón los padres lo trajeron de Premios a Oviedo en 1981 y desde entonces no se ha perdido un año. Vino de querubín con traje y fuimos viendo cómo cambiaba de talla, cómo volvía de escapadas de fin de semana cuando cortejaba y cómo -atendiendo las peticiones de las señoras: "¡Guapo, guapo!, ¡cásate con una asturianina!"- esposó a una ovetense. Ahora viene con dos hijas ya pollitas.

¡Cómo pasa el tiempo!

A Felipe le hemos visto crecer en más ocasiones que a los sobrinos, porque en España no hay modo de ser despegado de la Familia Real. Es tan de toda la vida que hay personas a un paso de decir ese "ye amigu míu" tan asturiano y cachopo.

En 1981 vino cargado de deberes, como este año su hija. Le hicieron escribir en redondilla un discurso pomposo de jabón real pH neutro y leerlo con una voz púber, de la que conserva una granja de gallos de la que se escapa alguno de vez en cuando.

Ensayó aquellas palabras sin significado para él y las leyó a un Campoamor hasta las bolsas. Se perdió en la lectura, pero no en los nervios, siguió las instrucciones, encontró el párrafo y continuó.

Felipe de Borbón hizo las prácticas de Príncipe en Asturias y se fue acostumbrando a actuar de protagonista al aire libre en viejas fábricas reconvertidas en semilleros de empresas y en otros paisajes insólitos de región decadente. Hizo el campamento civil con una sucesión de presidentes autonómicos, presidentes y presidentas de la Junta General y alcaldes y alcaldesas y se inició en la conversación oficial con precauciones de arisco adolescente.

Aquí se hizo mayor de edad, aquí relució siempre igual de Príncipe y cada año más heredero y aquí se le ve ahora relacionarse con una cordialidad que logra parecer sincera.

En la distancia corta Felipe representa la cordialidad como en la media distancia Juan Carlos escenifica la campechanía. La cordialidad es emocionalmente más sofisticada, más correcta políticamente y, por tanto, más contemporánea.

La campechanía es el populismo del Borbón, con su ración de machirulez castrense de baja graduación, sus gotas de humor interclasista de chato y palabrota y su destello de confianza con el montero en la caza del jabalí.

La cordialidad real tiene que ver con transmitir cercanía en salones amplios, proyectar una sonrisa panorámica sobre un tapiz desvaído y gesticular con amabilidad acogedora bajo techos altos.

Eso lo sabe hacer el Rey Felipe cuando va de Premios y le favorecen agradecidos académicos, humoristas argentinos, cineastas neoyorquinos, científicos desubicados, vicenobeles de la Paz, bardos encantadores y deportistas serviciales.

Conforme a los tiempos, la viril campechanía ha sido sucedida por la femenina cordialidad y tiene sentido que así sea porque los que lo conocen algo dicen que "el Rey ye de la madre" en su estar y en su ser paciente que espera lo que desea sin descomponerse.

Para la monarquía española la figura del Rey titular ha rejuvenecido en el cuerpo de Felipe VI. El Rey senior avanzaba por la senda del transhumanismo con la implantación de avances tecnológicos y una autoconciencia más de máquina que de hombre que le hacía hablar de "pasar por el taller" y "cambiar piezas".

A la persona Felipe de Borbón llegar a hoy le ha llevado 51 años y a un momento vital enjundioso porque en un lustro ha pasado de joven Príncipe a Rey que quiere rejuvenecer.

La monarquía es representación y durante años y años Felipe de Borbón aparentó que estaba maduro para la sucesión vistiendo ropa formal y dejando crecer las canas en forma de barba.

De pronto, todo se precipitó.

En el Génesis de la sucesión, el Rey joven nació de una cadera rota de su padre que no hubo manera de curar por el fallo social multiorgánico y que acabó produciendo una abdicación severa.

Cuando el joven Rey cambió el colchón de la Zarzuela despachaba con dos señores mayores -Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba-, pero desde el inesperado contrato relevo que prejubiló a Rajoy, el Rey es el de más edad entre los encargados de que España furrule. En este lustro en el que lo más que tendría que haber hecho eran cinco insulsos y átonos discursos de Nochebuena que no estropearan la cena familiar, ha tenido que convocar cuatro veces elecciones, siete rondas de consultas y ha hecho una aparición especial contra el independentismo.

Cuando el jefe de Estado tiene que tratar con los aspirantes a presidente de Gobierno se encuentra a cuatro carajillos entre los que es el único que nació en la década de los sesenta, la del Carlitos Alcántara de "Cuéntame". Le saca 4 años a Pedro Sánchez y 13 a Pablo Casado.

Cuando nació Felipe, Franco aún no había designado sucesor a su padre: con el vagido de Pedro Sánchez fue presidente del Gobierno Carrero Blanco. Cuando llegó al mundo Santiago Abascal acababa de abandonarlo Francisco Franco. Pablo Iglesias es del año de la Constitución; Albert Rivera, ay, del de la aprobación de los estatutos de Euskadi, Galicia y Cataluña, y Pablo Casado, de cuando el Tejerazo.

Desde la democracia, en España no te hacen viejo los años ni los hijos, sino los líderes de los partidos políticos, y Felipe VI ya no es el joven Rey, aunque sea un Rey joven.

No tiene que representar más edad de la que tiene sino menos de la que aparenta para no desentonar y esa es la razón de fondo de que haya mudado de ropa este verano ensayado un "slim fit" rumbero, más de Manolo I que de Felipe VI, encarnando un setenterismo revisado que recuerda a su padre con Suárez después de una regata. La forma tiene razón de fondo y de fondo de armario, en la razón de Estado.

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