Siri Hustvedt es, como se sabe, "la mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres", traducción literal de uno de los libros en que la galardonada con el premio "Princesa de Asturias" de las Letras reúne un florilegio de sus perspicaces y siempre informados ensayos. Ayer, en el gijonés teatro Jovellanos, donde fue presentada e interrogada con buen pulso por Isabel Carrera, catedrática de Filología Inglesa de la Universidad de Oviedo, fue la mujer que sólo responde a las mujeres porque ningún hombre quiso o se atrevió a plantear la más mínima cuestión -y eso que su obra da para horas de palique- a esta escritora empeñada en trazar puentes entre las disciplinas de lo que el físico inglés C. P. Snow describió, en 1959, como las "dos culturas": artes y ciencias.

Los hombres no preguntan a la mujer que lleva años ensayando respuestas, desde distintos géneros (también la poesía), a la gran pregunta que atraviesa la mayoría de sus páginas y se ha erigido en su preocupación central: "¿Qué somos?". Y eso que Siri Hustvedt, escritora de novelas posmodernas con varias capas formales (otra buena lectora del "Quijote", libro que ayer elogió, además de aplicada estudiosa de Mijaíl Bajtín, al que hizo referencia en dos o tres ocasiones), además de brillantísima ensayista capaz de ir de la artista Louise Bougeois a la neurociencia o la teorías de António Damásio, predica un feminismo que, a falta de mejor calificativo, podríamos definir como "humanista": "No necesitamos estar en contra los unos de los otros". "La masculinidad y la feminidad forman parte de todos los seres humanos", señaló, antes de hacer una defensa del objeto del feminismo: "Trata de la libertad de los seres humanos".

El feminismo, al menos el feminismo que alimenta e interesa a la última "Princesa de Asturias" de las Letras, trata en efecto de la libertad. Una libertad que esta estadounidense nacida en 1955 en Minnesota, hija de madre noruega y padre norteamericano, viene buscando desde que siendo niña mordida por la curiosidad frecuentaba bibliotecas y leía todos los libros que caían en sus manos, según explicó ayer. A los once años le regalaron una selección de los poemas de ese milagro un poco inexplicable que fue Emily Dickinson (una de las fuentes de la modernidad lírica). Y ahí cambió todo: "Son textos difíciles, pero me encantaba cómo sonaban las palabras".

Divertida, relajada, elegante, delgada, rubia como un personaje de las sagas nórdicas, Siri Hustvedt llegó al teatro Jovellanos acompañada por su marido, el muy famoso novelista Paul Auster. Galardonado él mismo en 2006 con el entonces Premio "Príncipe de Asturias" de las Letras, el autor de "La trilogía de Nueva York" ha optado, con buen criterio, por difuminarse y dejar todo el protagonismo a su pareja. La escritora regaló a todos, también a los hombres que no preguntan, un consejo que tiene por "muy eficaz": "Mantener siempre la calma".

Dos sillas, una mesita de cristal, una estantería con unos cuantos libros... La escenografía y la iluminación que se ofrecieron ayer en el Jovellanos invitaban a la conversación. Isabel Carrera dio unas cuantas pistas biográficas y literarias (unas y otras, al fin y al cabo, se entremezclan: la seminal lectura de Dickens y la tesis que Siri Hustvedt dedicó al creador de "David Copperfield) y entró en harina. "Sus novelas se adentran en los misterios del ser; está siempre abriendo puertas y yendo más allá", señaló la catedrática.

La autora de "Recuerdos del futuro" (su última novela, traducida al español) aseguró que es el resultado de una insistencia en la "curiosidad": "Es la que mueve a la gente y a otros animales; en mi caso estuvo siempre muy viva y leer es mi método". A los 14 años se hizo feminista. Pertenece a la generación que empezó a interesarse por la "res publica" con la guerra del Vietnam. Padece migrañas con aura, por lo que empezó a leer cosas de neurobiología y sobre el cuerpo humano. Se psicoanaliza desde hace una década. Y tiene, en fin, un cierto aire al de algunos de esos sofisticados personajes de la izquierda liberal neoyorquina que tan bien parece conocer Woody Allen. Como hemos escuchado estos días, Trump es una de sus "bête noire": "No quiero pronunciar su nombre", dijo.

Siri Hustvedt hizo una cerrada defensa de la novela, ese género que muchos apocalípticos dan por muerto cada diez o doce años: "Es un lugar perfecto para desentrañar tensiones". Y más: "Lo precioso de las novelas es que pueden contener debate filosófico junto con puntos de vista emocionales". Los grandes filósofos están en su escritura: Kierkegaard, Husserl, Merlau Ponty, Heidegger o Habermas, entre otros, La escritora, que ha sido también Premio Femina, hizo resaltar una de las omisiones que recorre la historia del arte occidental: la elusión del parto. Confesó su gusto por la narración de suspense y deslizó una referencia a la obra más universal de la literatura española: "'El Quijote' es una obra fantástica en la que están ya todos los juegos y problemas". Admitió la importancia de lo "inconsciente" en su escritura. Por cierto, la mujer que mira a los hombres que no preguntan llegó a redactar junto a Paul Auster un guion cinematográfico jamás utilizado. Es curioso.