Décadas antes de convertirse en una de las científicas más reputadas de su generación, Margarita Salas era una alumna responsable que nunca presumió de sus sobresalientes y que jamás tuvo problemas a la hora de chivarles las soluciones de los ejercicios a sus amigas. Antigua estudiante en el Colegio de la Asunción de Gijón, la bioquímica, recientemente fallecida, mantuvo un contacto muy estrecho con media docena de compañeras de pupitre, que se pasaron el resto de su vida acompañando a la científica por todo el mundo para aplaudir desde primera fila en cada gala de premios y homenajes en universidades. Seis de estas veteranas regresaron ayer al centro educativo que les vio crecer para recordar algunas anécdotas de su amiga y para explicarles a los nuevos alumnos lo "especial" que es poder formar parte del listado de matriculados en el colegio.

Aunque la comunidad educativa en La Asunción sigue estando muy unida y la mayoría de exalumnos permanecen en contacto con las nuevas promociones, por mera cuestión generacional las ponentes se presentaron ayer citando a sus nietos, todos ellos nombres muy conocidos para los actuales grupos de Secundaria. Aunque Carmen Lavandera bromeó refiriéndose a su grupo como "una panda de fósiles", reconoció también que el colegio, en realidad, no ha cambiado mucho. "Lo único diferente es que antes nos pasábamos aquí más tiempo. Había que ir a misa, desayunar y después dar clase, y siempre volvíamos por las tardes para hacer deporte o estudiar hasta, más o menos, las siete. Los jóvenes ahora tenéis más vida fuera del colegio, pero antes La Asunción era nuestro mundo", razonó. "Por eso para nosotros Margarita era básicamente una hermana. Los lazos que nos unían antes eran mucho más fuertes", añadió. Buena parte de la ponencia acabó centrada en "batallitas" de la época, porque la disciplina escolar de entonces causó mucha sorpresa entre los adolescentes. No sabían, por ejemplo, que antes sus compañeros de colegio tenían prohibido salir de la fila sin llevar puesto unos guantes y una boina, partes del antiguo uniforme. Descubrieron también la historia de la famosa madre Isabel, una de las profesoras que trabajaban en La Asunción en los años 50, y que era conocida por no tener especial paciencia con las alumnas rebeldes. "Poca broma", exclamó Lavandera.

Margarita Salas, sin embargo, fue desde siempre un caso especial y Loli Lozana, compañera de pupitre de Salas desde los 4 y hasta los 16 años, supo ya desde niña que su amiga apuntaba maneras. "Nunca hizo alarde de su inteligencia ni se creía superior a nadie, pero siempre se lo sabía todo. Era de esas compañeras que te explican el tema que no entiendes o te da la solución de un ejercicio que no supiste hacer sin que se enterase la profesora", agradeció.

Por eso el grupo no se sorprendió cuando Salas afirmó haber entablado amistad con el reputado Severo Ochoa y que tenía la intención de marcharse un tiempo a los Estados Unidos. A su regreso, había logrado una ayuda económica para lanzar en España las primeras investigaciones sobre biología molecular, una disciplina que por entonces, en 1967, no existía. El resto fue historia.

Simpatías aparte, la ex alcaldesa Paz Fernández-Felgueroso recordó que lo especial de su "piña" de amigas, y de Margarita Salas en particular, fue el contexto. "Las mujeres éramos personas de segundo nivel; estábamos subordinadas y no podíamos ni tener un trabajo sin el permiso de nuestro marido. En La Asunción podíamos discutir sobre cualquier tema y eso, en los años 50, no era nada normal", apuntó. La exalcaldesa fue la encargada de que su amiga pudiese recibir algún reconocimiento antes de fallecer, entre los de que destacó haberle puesto su nombre a la calle que bordea por detrás el colegio y concederle la medalla de Hija Adoptiva de Gijón. "Fue siempre una mujer muy humilde, se sentía un peón más en su grupo de investigadores y sabía trabajar en equipo. Todas esperamos que de este colegio salgan muchos futuros Margaritas y Margaritos", apuntó.