Desde siempre, pero parece ser que más aceleradamente desde hace décadas, la sociedad enfrenta diversas circunstancias que la han llevado a una profunda y compleja transformación de la que la familia, al ser la célula educativa básica de la que pende su progreso, no ha podido escaparse.

Es necesario aludir a la repercusión que ha tenido por encima de cualquier otro acontecimiento la masiva y también exigente incorporación de la mujer al mercado de trabajo.

Si a esa inserción profesional por parte de quien tradicionalmente y "en exclusiva" ha sido la encargada del cuidado en la familia se le añaden el resto de ocupaciones posibles que tanto madres como padres pueden asumir a diario (y la falta de políticas y medidas públicas que faciliten la efectiva conciliación de su vida personal y familiar con el trabajo), no extraña que en todo hogar surja la necesidad de reorganizarse y de ceder ante la redistribución de funciones.

Los padres tienen que delegar

Al verse obstaculizado su ejercicio parental, madres y/o padres se encuentran hoy en la tesitura de tener que delegar una parte importante de su responsabilidad educativa en otras personas. Destaca la implicación de la familia extensa en general, pero es la presencia del abuelo y la abuela la que suele demandarse con una mayor asiduidad.

Se crea entonces un panorama de conexiones intergeneracionales que es distinto y va más allá de lo esperado. Si se compara con el de los abuelos de otras épocas, vemos que en la actualidad estos han de ser mucho más solidarios de lo que eran en torno a la atención de sus nietos y/o nietas. Tanto es así que se pueden ver los cambios en la frecuencia e intensidad con que asumen este cometido: han pasado de dedicar parte esporádica de su tiempo a hacerlo cada vez más de forma regular muchas horas al día. También el alcance de su participación ha cambiado.

Funciones muy variopintas

Al abuelo y a la abuela actuales se les atribuyen funciones que no solo tienen que ver con su tradicional papel en el cuidado más básico y la transmisión de historias, valores, etc., a sus nietos. A estas se añaden otras como ser fuente de un amor incondicional, de apoyo emocional, compañero de juego, depositario de secretos, modelo de envejecimiento, colaborador pedagógico en torno a la escuela, e incluso ejemplo mediador en discusiones surgidas entre generaciones sucesoras.

De este repaso de funciones, sin duda más propias de los padres como primeros responsables de sus hijos y/o hijas, se desprende una evidente implicación cuidadora, protectora, afectiva y recreativa por parte del abuelo y abuela, pero también educativa y socializadora.

Frecuencia e intensidad de la ayuda

La amplitud de este ejercicio auxiliar de funciones hace que los abuelos contribuyan a la estabilidad emocional y a la educación y socialización de sus nietos y, por tanto, faciliten su óptimo desarrollo integral.

Esta contribución tan valiosa es aún menos discutible si además se atiende al aumento en la frecuencia y la intensidad de su dedicación que, recordemos, es fruto principalmente de la situación laboral en la que madres y/o padres están inmersos.

Además, existe una escasez de recursos públicos a favor de la conciliación de la vida personal y familiar de cada uno, lo que deriva en la generalizada e inequívoca consideración del abuelo y abuela como un apoyo educativo insustituible del que hoy en muchos hogares no se puede prescindir.

Es muy importante poner en valor y agradecer la incondicional e impagable participación de los abuelos de hoy ante el exigente cometido que a nivel familiar se les demanda y que, evidentemente, redunda de forma positiva en la íntegra y correcta atención de nuestra infancia.