Carmen Gómez Ojea no busca historias. Las historias la encuentran a ella. La última se titula "Lloramos en Gibraltar por Cadalso y Barceló", ambiciosa novela que arranca en Asturias, fluye por paisajes gallegos y recala en el Gibraltar donde se derraman lágrimas por el poeta José Cadalso ("Mi preferido", afirma la autora) y por Antonio Barceló, almirante cuyas proezas bélicas no le evitaron ser víctima de todo tipo de calumnias en aquel año 1783 en el que se firmó la paz y se levantó el sitio de Gibraltar.

La casa gijonesa de Gómez Ojea, nacida en 1945 y ganadora del premio "Nadal" de 1982 por "Cantiga de agüero", es una fuente inagotable de historias: entre relojes que dialogan con el tiempo, ángeles expectantes y batallones de objetos con historias a sus espaldas hay, también, papeles mojados por el tiempo como el que le inspiró esta novela: "Esta historia me esperaba", relata a LA NUEVA ESPAÑA, "hala, empieza, me dijo. Quería que fuera un mundo. No necesité documentarme en exceso porque no me interesan los adornos, me concentro en la historia, lo mismo que no me interesa la gente de los ejércitos. Con todo, Barceló debía ser un personaje veraz y muestro su faceta de héroe militar. No voy a decir: era un carnicero. Como autora no puedo influir en el narrador".

Que se llama Álvaro y es un hijo bastardo que llega a tener estudios: "Me interesaba que fuera un hombre fuera de lo normal. Es alguien muy peculiar, tanto en su época como en la actual si estuviera en ella".

¿Lo que más le costó de la escritura? "Nada. Nunca me cuesta. A mí escribir me produce una felicidad especial, no entiendo a esos escritores que dicen que esto me cuesta mucho y sufro. Yo me envuelvo en la historia, echo a andar con mis personajes y disfruto del viaje. En 18 días ya estaba terminada. Los personajes me salen solos y van a mi encuentro. No me gusta corregir, solo toco algo de ortografía, algún acento que falta, pero no soy como esas gentes que cambian constantemente el verbo, el sujeto y el predicado, y siguen y siguen buscando. Me dejo llevar por el pensamiento y las manos. No me torturo. Me meto en ese mundo y cuando cocino puedo estar pensando en una novela, pero no la que estoy escribiendo, esa la tengo aparte. Cuando ya llega al final, empiezo a crear otra, a tejerla".

Hay quienes le preguntan, impresionados por el rico lenguaje que usa en sus novelas, si "me paso todo el tiempo mirando el diccionario. Qué va. No me hace falta. He leído mucho y he escrito mucho. Desde pequeña. No tenía faltas ya a los seis años. Leía y leía y me entraba por los ojos la palabra, luego la usaba perfecta".

Los genes ayudaban: "Tenía una abuela increíble. En su tiempo se hizo maestra para poder ir a la aldea donde vivía y que los niños recibieran una educación. De repente, dijo: me voy a Alemania, porque quiero ver la casa de Kant, que me interesa mucho. Peculiar mujer. Se llamaba Leonila, que es mi segundo nombre. Pequeña leona. La tenía en un altar. No la podía copiar porque era única. De ahí viene todo. De escribir y soñar".

Personajes como los de su novera no se dan ya: "Mejor, porque así la gente me dice que lo que escribo no lo escribe nadie. Yo escribo como la gente del siglo XIX, y escribo así porque leí muchísimo. La novela histórica de ahora no me gusta, esos rollos. Y luego hay historias actuales que son tan ricas desde el punto de vista literario como las viejas. Conozco gentes con historias increíbles. Vidas que podrían ser novelables, hay cosas que me cuentan que a veces son macabras. Una la conté en LA NUEVA ESPAÑA sobre dos ogresas que encontraron a un niño debajo de un banco en la plazuela y lo llevaron a su casa ¿y sabes qué hicieron con él?"

Pasamos página. Asturias y Galicia se engarzan en su obra: "Mi madre es gallega, mi abuela por parte de padre nació en Galicia. Galicia tiene mucho que ver con mi infancia, íbamos mucho a La Coruña. Es muy importante en mi vida. Venían mis primos, nosotros íbamos. 'Los asturianos llegan, son unas bestias?!' Así nos recibían. Llegábamos pisando fuerte y los gallegos nos miraban como diciendo: qué va a pasar con esta gentuza".

La medicina también está presente en su libro. Normal: "Me interesó siempre porque soy hija de médico, de la zona de El Empalme. Y mi madre era hermana de cuatro médicos. Mi mundo estaba muy ligado a la medicina. Allí nacimos los tres hermanos, yo la primera. Vinimos a Gijón por el tema de los colegios, porque los del Empalme teníamos que ir en autobús o en coche con mi padre, y era un jaleo. Empecé en La Asunción con cuatro años".

Y llegó el veneno dulce de la escritura: "Volvía a casa desde la de mi abuela, en el Parchís, y vi a una mujer desnuda con zapatos de unos tacones así de grandes. Como yo era muy chiflada, me dije: 'Tengo que hacer lo mismo cuando crezca. Ay, por favor. No me lo pierdo'. Y me lo perdí, naturalmente, porque no estaba mi cabeza tan mal como para hacer semejante cosa. Pero escribí un cuento sobre la señora desnuda de los tacones altos. Me gustaba mucho escribir de cualquier cosa. A una niña compañera de pupitre le puse: 'Ay, no te creas que eres tan mona, porque tienes una mirada torva'. No sabía que significaba lo de torva, la verdad. Señorita, se chivó ella a la monja, mire lo que me ha dicho Carmen. Bueno, dejar a Carmen que ya sabéis las cosas que dice, respondió ella, dejarla que diga lo que quiera".

Lo que un libro trajo

Como lectora, tuvo un comienzo accidentado con la literatura: "Me cayó en un pie 'Lo que el viento se llevó' en la biblioteca de mi madre. Ayyyy, qué dolor, porque era gordísimo. Lo leí, lo de Escarlata O'Hara me encantaba. No me daba más leer a Caperucita y esas cosas. Me aficioné a leer y escribir, cogía el patrón de un cuento, una novela o una canción y lo hacía mío, le daba una vuelta".

Hay en su novela un personaje catalán lleno de virtudes: "Tengo antecedentes familiares catalanes Todo lo que ocurre ahí ahora no me importa, son chorradas. Me da igual de dónde sea la gente. Que se dejen de idioteces: 'Ay, porque yo soy de no sé dónde'. ¡Y qué más da de donde seas!".

No lleva la cuenta de los libros que ha publicado. Sueños de papel. La lista de historias que esperan turno para serlo es larga: "Cuarenta historias me han llegado. Pero me gustaría hacer poesía. No es un proceso parecido al narrativo. Oigo como una canción". La canción de las palabras, que suenan a felicidad.