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Solo los pájaros rompen el silencio

Los consejos de quienes viven aislados en pueblos para sobrellevar el confinamiento: "Mente en positivo, leed mucho y no os vengáis abajo"

José Manuel Martínez Mier, vecino de Bulnes (Cabrales)

Dice José Manuel Martínez Mier, uno de los cuatro vecinos que quedan viviendo en Bulnes, que desde que empezó lo del coronavirus, en su pueblo se escucha mucho mejor a los pájaros. Sin turismo, sin montañeros, sin visitantes, las aves se han hecho dueñas del silencio de Bulnes para sorpresa de este hombre, hijo de Guillermina Mier, famosa y muy querida hostelera de este pueblo cabraliego, que falleció en 2018. Un sobrino, Adolfo, le sube lo necesario. "Hoy me trajo el pan y comida para las gallinas. Yo no tengo pa qué bajar, ¡dónde voy a estar mejor que en mi casa y en Bulnes!". Dice Martínez que a los bulneses eso del aislamiento no los coge de nuevos y menos ahora, con el funicular cerrado a los visitantes. Por eso el virus no afecta tanto a su modo de vida diario como a la gente de la ciudad. "Aquí somos cuatro y estamos todos tranquilos. Cada cual en su casa, ¿de qué nos vamos a contagiar si aquí no viene nadie? Los que tienen que estar pasándolo peor son las gentes de la ciudad", señala.

Su sobrino Adolfo Campillo vive en Camarmeña junto a su familia y regenta en Bulnes un albergue turístico. En Camarmeña viven nueve personas. "Aquí no sale nadie. Yo bajo alguna vez a Arenas a por comida o si toca ir a la farmacia o subir cosas a mi tíu a Bulnes". Este joven emprendedor se muestra preocupado, no solo por el presente, también por el futuro inmediato. "Todo el tema turístico cancelado, es tremendo. Yo me convertí en joven emprendedor rural hace poco y tengo mucho por pagar. En Bulnes está todo cancelado, no sé cómo va acabar esto".

En Arangas de Cabrales viven algo más de treinta personas, entre ellas José Luis Fernández González, taxista de Sotres. Allí la gente está concienciada de la situación. "En cuanto al taxi, esto está muerto, apenas hago algún viaje para algún recado personal y poco más. Estamos en un pueblo, pero eso no quiere decir que hagas lo que te da la gana. Hay que ser consciente, no ser gañán".

El aislamiento no es motivo de preocupación para Enrique Flórez, único vecino del pueblo de La Fociella, en Teverga. De hecho, lleva siendo el único habitante desde hace unos cuantos años. "¡Dónde voy a estar más aislado del coronavirus que aquí, que estoy solo y no viene nadie, salvo alguno que tiene que atender el ganao!", exclama, al tiempo que recuerda que por allí no pasa un alma, excepto algún coche de la Guardia Civil. "Sí, vino uno avisando, ¡pero si estoy yo solo!, pensé para mí. Esta mañana encendí el horno y me hice un panín que me supo a gloria", resalta.

Todo ello no evita que se sienta preocupado por lo que ocurre en el resto del mundo. "Es horrible lo que está pasando, esa pobre gente que está muriendo y lo que va a ocurrir con los que van a perder sus empleos, es muy triste; que viva aquí solo no significa que no me solidarice con todos ellos. Yo, en estos tiempos difíciles, y sobre todo a los que estáis en pisos en las ciudades, os recomiendo que leáis mucho, como leo yo. Ahora también tenéis más tiempo para pensar, para meditar, y haced como yo, mente en positivo y no os vengáis abajo. Yo tengo prohibida la depresión", añade.

En Abiegos, un pueblín pongueto donde apenas quedan veinte personas, la familia formada por Concepción Castilla y Ricardo Herrero con sus hijos Marta, de 15 años; Alberto, de 11, y Candela, de 7, toma sus medidas de distanciamiento, aunque como dice el padre "si a la gente la dejan salir a pasear sus mascotas en la ciudad, no entiendo por qué aquí la gente no puede salir a dar un mínimo paseo por el campo para despejar la mente", señala. El hombre está preocupado por el cierre del su negocio, el bar y alojamiento El Cascayu. "No sé qué va a ser de nosotros si esto sigue cerrado mucho tiempo, porque es nuestro medio de vida", afirma Ricardo, que al tiempo matiza que el aislamiento se cumple a rajatabla. "Nos saludamos desde el prao de cada uno, pero lo estamos llevando bien. En un pueblo se lleva mucho mejor que en la ciudad".

Elaborando sus quesos y sin poder repartir están Aurelio López y su mujer, Irene Sampedro, de la quesería Picu Urriellu, en el Valle Oscuru, en Llanes. Tienen dos hijos, Enol, de 5 años, y Lucas, de 2. Viven en un barrio de Pie de la Sierra (Pielasierra) llamado El Cruce, "donde somos tres vecinos", dice él. En todo el valle serán unos treinta y seis habitantes. "Al principio, la gente mayor no se daba cuenta de lo que pasaba. Para ellos se acabaron las tertulias y los paseos. Esto está desierto". Dice Aurelio que la Guardia Civil ya pasó en varias ocasiones diciendo a la gente que no salga a pasear, y ahora lo cumplen, pero les ha costado hacerse a ello. Tú aquí le dices eso a una persona mayor que ha salido toda la vida a dar un paseín pol pueblo después de comer y te contesta: '¡Home sí, que me vas a mandar ahora tú a mí!'. Pero en realidad estamos acostumbrados a esta vida mucho más tranquila que en la ciudad: sales a por leña, a la huerta, a ver los animales... Por eso se lleva de otra manera que en la ciudad. Lo único, que ya no te puedes relacionar con los vecinos".

Lo mismo sucede en Trabau (Degaña), donde el joven Víctor García, que vive allí con toda su familia y que cuenta con una empresa de experiencias medioambientales, Quei Vitorino, afirma que el aislamiento se mantiene a rajatabla. De las catorce personas que allí viven, la mayoría es gente mayor, entre ellos Joaquina y Luis. "Con la falta de gente por aquí, sin turismo ni nadie que venga, parece que estamos en invierno. La Guardia Civil pasa todos los días para ver si se cumplen las medidas de seguridad. Si no puedes ir a dar una vuelta al monte, pues no puedes. Las normas están para cumplirlas, lo irresponsable es no hacerlo y aquí tenemos que velar por el cuidado de nuestros vecinos de más edad. Eso sí, si tienes ganao tienes que atenderlo, claro. A los mayores les picamos en la ventana por si necesitan algo, algún medicamento, lo que sea, pero siempre manteniendo la distancia de seguridad".

Mientras, en el pueblo de Barcia, en Santa Eulalia de Oscos, Iván Freije y su mujer, Clara Álvarez, padres de Alba, de 5 años, e Irene, de 16 meses, siguen atendiendo su ganadería, pero no su negocio de turismo rural, pues tienen cerrados los apartamentos. Viven en el pueblo unas nueve personas. Como sucede en otros lugares, "la gente mayor si antes salía poco, ahora nada. Nosotros tenemos una ganadería y seguimos produciendo leche y trabajando para que no falte a los consumidores. Por eso yo les pido a todos, y sobremanera a la gente de las ciudades, que se queden en casa, que saldremos de esta, y que nosotros aquí seguimos produciendo para que cada día no les falte nunca la leche de nuestras vacas".

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