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Querida Pandemia

La primavera, por Eduardo Lagar

La primavera, por Eduardo Lagar

En el mundo libre de mujeres y hombres, allá en la superficie, por encima de nuestro aislamiento de humanidad submarina, al levantar el periscopio se contempla que todo empieza a contagiarse de primavera, implacablemente. Por fortuna, aún hay calendarios que no se detienen. Y es una pena no estar ahí, al aire fresco, para disfrutar otra vez de la estación en extinción por culpa del cambio climático; para doblar esa templada esquina del año en la que uno al fin intuye en qué consiste verdaderamente el dogma incomprensible que enseñan los curas: la resurrección. Lo que en noviembre -el mes muerto- era yermo, al anunciarse abril está vivo y coleando. ¿De dónde han regresado todas las cosas perdidas?

La primavera sigue, en esta ocasión a su aire y sin nuestra concurrencia. Ahora solo tenemos la posibilidad de echarnos en el sofá a imaginarnos ante ese fabuloso retorno de la naturaleza. Alguien muy sabio me dijo una vez que la verdadera característica de los nacidos o enraizados en Asturias es el amor por su tierra. Lo nuestro -si es que existe "lo nuestro"- sería una práctica contemplativa, una entrega absoluta a la belleza del paisaje que nos circunda. Una mística campesina. Por eso estos días, que son todos domingo y hay tiempo de sobra, cerraré los ojos e imaginaré todo lo que un día vi allá en la superficie: la conversación rumorosa de los hayedos en Ponga y Teverga; la noche tendiendo su lona de estrellas y luces costeras sobre Cabo Vidío, con la sal en los labios; la panza anaranjada del Urriellu desafiándome desde la vega; el atardecer íntimo en la ría del Eo desde el muelle de Castropol... Cuando abran el paisaje, volveré.

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