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Las preces del Papa para un mundo más justo

La encíclica "Fratelli Tutti" de Francisco arremete contra el liberalismo desalmado y los populismos

El Papa Francisco.

Acaba de publicarse la tercera carta encíclica del Papa Francisco, "Fratelli Tutti" ("Hermanos todos") un manifiesto en favor de "un mundo más justo y fraterno en sus relaciones cotidianas, en la vida social, en la política y en las instituciones", un poco de luz y esperanza en estos tiempos difíciles de pandemia. Con palabras de San Francisco de Asís, en un extenso documento de fácil y sugerente lectura, reflexiona en tiempos de pandemia y globalización: "Nadie se salva solo", es tiempo de que "soñemos como una única humanidad" en la que "todos somos hermanos".

Muy pegado a las ideas que nos ha trasmitido en estos siete años de pontificado, Francisco nos propone un carta de profundo sentido social, donde habla a las claras de fraternidad y amistad social, donde encumbra como principio de convivencia el amor; donde sueña con una única humanidad, donde descompone mitos de políticas que nos enfrentan, de fronteras que nos separan, de prejuicios que nos desnudan de verdaderos valores de convivencia y encuentro.

Comienza denunciando "las sombras de un mundo cerrado", donde la historia da muestras de estar volviendo atrás. Se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos. Un mundo penetrado por ideologías que siembran nuevas formas de egoísmo y de pérdida del sentido social, enmascaradas bajo una supuesta defensa de los intereses nacionales. No se calla ante las muchas lacras deshumanizadoras de nuestro tiempo: el desempleo, el racismo, la pobreza; la desigualdad de derechos y tantas aberraciones, como la esclavitud, la trata de seres humanos, la explotación sexual.

Levanta la voz contra los que hablan de guerras justas, contra los que están creando nuevamente las condiciones que nos enfrentan; si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y los pueblos. "No hay racionalidad humana que justifique la guerra con un poder destructivo fuera de control". La guerra no puede ser nunca una solución.

El Papa nos ayuda a descubrir que la historia del buen samaritano se repite en una sociedad fatalista que se desentiende de los caídos, que permite la exclusión, una sociedad dominada por la desidia social y política. Francisco denuncia "los regímenes políticos populistas y los planteamientos económicos liberales en su lucha contra la llegada de personas migrantes y por limitar la ayuda a los países pobres". Detrás de estas situaciones siempre "hay muchas vidas que se desgarran". Frente a estúpidos clichés xenófobos, el Papa reitera que los derechos no tienen fronteras y por tanto "nadie puede quedar excluido, no importa dónde haya nacido, y menos a causa de los privilegios que otros poseen porque nacieron en lugares con mayores posibilidades". "Es inaceptable que alguien tenga menos derechos por ser mujer, o que el lugar de nacimiento o de residencia determine menores posibilidades de vida digna y de desarrollo".

Vivimos en un mundo de gente cerrada, replegada sobre sí misma, ciegos paseantes que se alarman y tienen miedo a los migrantes, a los diferentes, a los extraños. Cuando en realidad son una riqueza, una bendición que abre horizontes de convivencia. Las graves crisis humanitarias que nos envuelven, más que dejarnos indiferentes, exigen respuestas indispensables: el derecho a la vivienda, a la seguridad, al trabajo, a la familia, a la protección de los menores, a la libertad religiosa, a la inclusión social.

Y si estas denuncias nos escuecen, más directo es en sus análisis económicos y políticos del mundo actual. La denuncia sin disimulos de los populismos, de esos "líderes populares que se creen capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y las grandes tendencias de la sociedad", que nos ahogan en un insano populismo cuando se convierten en hábiles cautivadores que instrumentalizan políticamente la cultura, la vida del pueblo, sean del signo ideológico que sean, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder", formas groseras que avasallan las libertades y los derechos de las personas. Tampoco se calla ante el Leviatán que ha construido el capitalismo neoliberal, donde la economía parece resolverlo todo, incluso la dignidad humana. Pero el mercado, la especulación, la acumulación de riqueza, un pensamiento pobre y sin recetas provocan estragos que más que resolver agravan la ya incurable enfermedad de deshumanización que invade todos los ámbitos de la convivencia social.

El Papa Francisco aboga por "volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos". No habrá un mundo abierto si no hay corazones abiertos, si no promovemos valores de convivencia que nos lleven a un verdadero desarrollo humano integral, pensando en términos de comunidad, luchando contra las estructuras de desigualdad, favoreciendo a los frágiles y excluidos buscando la paz basada en una ética global de la solidaridad; en la buena política del encuentro, el diálogo, la fraternidad universal. Él mismo se propone como puerta abierta, para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación; como decía Newton, de un mundo al que le resulta tan fácil levantar muros y tan difícil construir puentes. Si me dejas darte un consejo, hazte con esta carta encíclica, léela y no dejes que te la cuenten.

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