"No me da vergüenza decir que le amé por su belleza. Como volvería a hacerlo si se acercara. La belleza convence. Ya sabes que la belleza hace posible el sexo. La belleza hace al sexo sexo". Las palabras escritas por Anne Carson, esas reflexiones poéticas a ritmo de tango que incluyó en su libro "La belleza del marido", pocas veces sonaron tan plausibles, tan rotundas, como en la tarde de ayer, cuando las pronunció Aitana Sánchez-Gijón en la antigua fábrica de armas de La Vega. En su lectura dramatizada de "La belleza del marido", la actriz y su cómplice, un ajustado José Luis García-Pérez, escenificaron diversos fragmentos del libro de Carson con el acompañamiento de proyecciones visuales y música de tango.

Sobre la escena, pocos elementos: un sillón orejero, algunas lámparas y papeles, muchos papeles. Como esos papeles del divorcio que, en la obra de Carson, llegan por correo y decretan el final de ese matrimonio que, como cantara Nacho Vegas, se construyó en el amor para acabar en demolición. La fábrica de armas, imbuida de esa poética que los romántico atribuían a las ruinas, se revelaba entonces como un escenario ideal para esa tragedia privada. Hasta Ingmar Bergman lo hubiera aprobado.

Las animaciones de Cristina Busto y el sonido irreparable de un acordeón de vocación porteña hacían su parte en un espectáculo muy sensorial. Pero, como suele suceder, eran los actores los que hacían grande la función. García-Pérez marcaba una distancia medida, arrogante, con un punto de crueldad, mientras Sánchez-Gijón se mostraba a ratos frágil y a ratos rabiosa, siempre modulando el tono en función de las palabras de Carson. También sensual, como en ese instante en el que se encaramó al sillón y se desperezó, como una gata asomada a la ventana, mirando a la gente pasar camino del trabajo. Al acabar, el público, entre la emoción y el desaliento, los despidió en pie, obligándoles incluso a retornar al escenario con su incesante aplauso.