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LOS HÉROES DE LA PANDEMIA, EN PRIMER PLANO

Historia de Dani y el número 1512

Alba Romero, psicóloga y voluntaria de Cruz Roja, relata su "intensa" experiencia en el albergue gijonés de La Tejerona

Alba Romero. MUEL DE DIOS

(Lleva tatuado un número en el codo: 1512. Una promesa, un recuerdo. Alba Romero Carrera, psicóloga, logopeda y directora de Cruz Roja Juventud Asturias, cuenta al final de este artículo la historia del número que acoge su piel).

Alba Romero (nacida en Oviedo en 1988: hoy es su cumpleaños), vive en Nueva de Llanes, donde trabaja, pero el estado de alarma la llevó a vivir como voluntaria de Cruz Roja una intensa experiencia en el pabellón deportivo La Tejerona (Gijón), convertido en albergue para quienes no tenían un techo bajo el que cobijarse: "Fueron días de mucha incertidumbre". Y también "caóticos, con muchísimo trabajo". A ella la beneficia el "superpoder de la organización, solo así puedo estar en muchas cosas. Cuando quieres sacas tiempo".

Cada una de las personas sin hogar que pasó por el albergue tiene "su forma de vivir, es un colectivo bastante individualista, no están acostumbradas a una rutina o a tener horarios. Viven en la calle y en algunos casos no querían entrar en el albergue porque les parecía que era como estar en una cárcel".

Se venía el mundo encima ante la llegada de personas que "demandaban que estuvieras muy pendiente de ellas, necesitaban mucha atención, querían contarte su historia, sus problemas, pedían que las ayudaras. Y con el problema añadido de que había vecinos que se quejaban, porque la gente de la calle está muy estigmatizada. Y no todos son drogadictos o maleantes".

Venían de vivir en la calle a estar en un sitio extraño con gente a la que no conocían de nada". Y había discusiones, claro, y peleas: "Todos los días había que llamar a la policía". Hizo amigos a los que encuentra por la calle "y me hace una ilusión... Me impresionaba la cantidad de jóvenes a los que la vida llevó a esa situación. Había muchos hombres, mujeres muy pocas". Destinos en filo con "historias muy duras, como padres que no tienen contacto con sus hijos o nómadas que iban recorriendo España entera hasta acabar en Gijón. Mucha gente piensa que solo hay gente sin estudios, y no es así, hay quien ha desempeñado trabajos importantes y al final por determinadas circunstancias, económicas, de alcohol o drogas, acabaron en la calle". Se llevaba a casa todos los días "una mochila de piedras con aquellas historias. Te das cuenta de que nosotros nos proyectamos en el futuro dando importancia a cosas que esas personas no tienen en cuenta: solo quieren sus necesidades básicas cubiertas y buscan atención, cariño, tener apoyo".

Aquel mundo de destinos rotos o magullados estaba lleno de miradas que un día se llenaban de esperanza, de ganas de cambiar, de retos que afrontar, y "cuando estaban lúcidos te daban las gracias, prometían dar un giro. Luego los veías hundidos otra vez". Y se te cae "el alma a los pies". Por mucho que intentes ayudarlos, luchan y pierden: "Somos una tirita para una hemorragia, necesitan un seguimiento, una ayuda constante, periódica".

(Uno de los hombres sin hogar que pasaron por el albergue se llamaba Dani. Número de registro: 1512. Ella le prometió: "Como salgamos bien, me lo tatúo en el codo". Dicho y hecho).

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