Fantasmas precolombinos, mujeres lobo, poetas secretos y una niña armada con un rifle que, como un moderno Stanley en pos de las fuentes del Nilo, busca sin desmayo el lago de Texcoco, evocador paraje del que le habló su padre, que no es otro que el propio Julio Hernández Cordón. Ingeniosa y directa, “Se escuchan aullidos” es una genuina muestra de cine de guerrilla en la que el cineasta tira de talento, y lo tiene a raudales, para compensar unos medios paupérrimos. Es además un estimulante ejercicio metaficcional, mostrando las costuras de la filmación sin tapujos. Y, sobre todo, es un hermoso ejemplo de complicidad de un padre con su hija, de un creador con sus amigos. Una película, parafraseando a Calamaro, de una honestidad brutal.
