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Noche histórica de Sokolov en Oviedo

El pianista ruso ofreció un recital de más de dos horas de duración, sin partitura y con seis propinas, repleto de técnica y expresividad

Grigory Sokolov, ayer, durante su concierto en el auditorio Príncipe Felipe de Oviedo. | Irma Collín

Y lo volvió a hacer. El pianista ruso Grigory Sokolov volvió a firmar ayer en Oviedo una noche histórica, como ya hiciera en sus anteriores visitas a la ciudad. Más de dos horas de concierto, seis propinas y un público más que satisfecho, que se fue a casa con la sensación de haber vivido algo único, aunque tampoco les hubiese importado seguir escuchando al genio.

Sokolov se llevó la primera ovación nada más aparecer en el escenario del auditorio Príncipe Felipe. No es algo que le altere. Se sentó al piano y a bocajarro disparó más de dos horas de emociones. Un concierto en el que no utilizó partitura ni siquiera para las seis propinas. Tocó todo de memoria, y no era tarea sencilla: el programa elegido era de gran complejidad. Él es capaz de hacerlo, de sentarse y disfrutar, es lo único que le mueve: la música. Un artista que huye de la fama, que no se pervierte ni corrompe con nada. Lo único que le importa es estar en el escenario con su piano. Así lo hizo de nuevo ayer en un recital en el que brilló a un altísimo nivel.

Público asistente al recital. | Irma Collín

El programa se levantaba sobre dos de las columnas maestras del piano, dos maestros en técnica y expresividad, Chopin y Rachmaninov. El intérprete estuvo ayer a la altura de esa genialidad, y lo hizo con una sangre fría y un grado de concentración que hace parecer sencillo alcanzar esa cima.

Un sonido flexible, una enorme capacidad para crear atmósferas, una pulsación en el piano que hace que se aprecie cada una de las notas de la partitura, algo que ocurrió durante todo el concierto, pero que llegó al “summum” en la última de las propinas, el preludio coral “Ich ruf zu dir Herr Jesu Christ, BWV 639” de Bach.

La expresividad de Sokolov al piano se traduce en una sonoridad que por momentos se agiganta, se hace amplia, y al instante siguiente el pianista es capaz de recoger hasta el sonido más íntimo con una utilización del pedal que le lleva a profundizar en esos cambios de carácter.

Los rubatos de las obras de Chopin sirvieron a Sokolov para jugar con esa sonoridad, para recrearse en el fraseo, para construir música, en definitiva.

Los aficionados ya sabían que iban a escuchar a uno de los mejores pianistas del mundo, a un hombre del que se ha dicho que toca “a tumba abierta” y al que no le gusta demasiado grabar discos, pese a que tiene contrato en exclusiva con Deutsche Grammophon. Su pasión es la música en directo y ahí es donde el ruso es capaz de expresar sentimientos y provocar sensaciones que están al alcance de muy pocos. Lo hizo ayer y el programa de por sí ya era muy complejo, con cuatro polonesas de Frederic Chopin, incluyendo su “Polonesa en la bemol mayor, op. 53”, denominada la “Heroica”, y los “Diez preludios op. 23” de Sergei Rachmaninov. Un repertorio muy exigente al que sumó seis propinas y que el amigo Sokolov, porque en Oviedo se le tiene un enorme cariño, ofreció completamente de memoria.

En la memoria de la ciudad quedará también su actuación de ayer.

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