“Madrid era el farol que atraían los mosquitos”, era la época cruel de la posguerra cuando Ava Gadner era un ángel ebrio y nocturno y un estudiante de cine decide aventurarse a probar suerte en la ciudad con la diva como fondo ansiado y la investigación de la ejecución por varios asesinatos cometidos de José María Jarabo; este es el resultado de “Ava en la noche”, el último libro de Manuel Vicent.
El Madrid del sabor a humo del Café Gijón y las coctelerías, con olor a coñac y cocido . El idealismo del protagonista de topa de bruces con la realidad, en sus aspiraciones de ser director de cine y ver de cerca la melena negra de la
celebérrima actriz: “¿No era Ava Gadner una maldita carne venenosa en la noche del franquismo?” La comprobación de un tiempo luctuoso que perseguía la emoción: “Algunos sueños llevan dentro una carga de dinamita”
Con respecto a si muestra la novela el valor de los sueños frente a la penuria, Manuel Vicent reflexiona del siguiente modo: “Todos los sueños llevan un componente de fuga. Huir detrás de un sueño es una forma de salvación cuando la realidad es insoportable. Pienso que el dilema de Hamlet entre pelear o dormir, tal vez soñar, tiene una tercera salida, ya que el sueño es también a veces una dura pelea para conquistar una alta cota del espíritu que te hace fuerte e imbatible. El sueño como baluarte y a la vez como arma de combate”.
El arte y el proceso de escritura podrían servir para aligerar la crudeza de la posguerra, opina así el autor de “Tranvía a la Malvarrosa”: “La crudeza de la postguerra española vista desde hoy solo es un material imaginario para los
escritores que no la conocieron. Quienes éramos muy niños en aquellos años de hambre y plomo sabemos que nos bastaba con un caballo de cartón, con un triciclo, con un aro y un bastón para ser felices. Y también un cuento al calor de la chimenea, una canción por la radio, un tebeo del Hombre Enmascarado emulsionados por la melancolía del tiempo pasado puede salvarnos todavía hoy del abismo. Un momento de felicidad puede justificar una vida entera. De hecho, en la historia de la humanidad solo el arte y la literatura han quedado en pie. Las ruinas son lo más estético de la memoria”.
La novela, repleta de referencias cinematográficas y literarias, como muestra el protagonista, lleva implícita una mitomanía que también sirve para resistir: “Los héroes son superestructuras de nuestros sueños. Y solo resultan positivos cuando son inalcanzables. Cuando un sueño se cumple pierde toda su energía. El protagonista de esta novela trata de romper ese espejo que contiene el mito de la belleza de Ava Gardner. Es importante que la persecución de ese sueño se produzca siempre de noche en el laberinto de la ciudad , porque la oscuridad es el elemento primordial que todo lo hace irreal y posible. La Ava Gardner de esta novela sería inimaginable a la luz del día”, explica el escritor.
La belleza de Ava Gardner no deja de ser un contrapunto con el que dimensionar la historia en que se refleja, el escritor de Castellón la observó en primera persona: “La vi una vez en el bar de copas Oliver ya en su decadencia. El alcohol había arañado su rostro, pero su belleza era irracional. Rompía todos los cánones. Su rostro sintetizaba la pasión colectiva de un tiempo. En el fondo estaba construido por todos los deseos de poseer su belleza”.
El gusto por el cine es muy paralelo al de la literatura en el arte de contar una historia, con el consiguiente guiño a Berlanga y “El Verdugo”: “Para mi generación de niños de postguerra el cine era el caballo de cartón en el que cabalgábamos. la pantalla era la vida. El cine no había perdido del todo la magia del antiguo barracón de feria”, sostiene. Manuel Vicent se dispuso así a plasmar literariamente el gris Madrid de la época: “Cuando en 1960 llegué a Madrid desde Valencia perdí el azul del mar y apuré hasta sus heces el color hormiga de esta ciudad donde los escritores en ciernes acudían como mosquitos a un farol, aunque este farol estuviera sucio. Dentro de la miseria moral de aquella dictadura los espacios de luz eran sobre todo los grandes cartelones que cubrían casi toda la fachada de los cines de la Gran Vía. Los peatones discurrían por la acera llevando a cuestas toda la miseria levantaban la mirada hacia las estrellas que en este caso eran las actrices de Hollywood entre besos y revólveres”.
Ante los azotes de esta pandemia que nos azota, Vicent siempre ha reivindicado a los clásicos y volver a la esencia de la palabra como fuente de sabiduría: “Los presocráticos son curativos, los líricos griegos también sirven de vacuna y al final de todas las epidemias siempre nos quedará Platón. Y si un día cualquier virus acaba con la humanidad siempre quedará alguien que en la corteza de un árbol grabe un signo extraño por donde la historia volverá a comenzar”, explica..
En estos tiempos de amenaza al periodismo y banalidad, quizás es más apremiante que nunca el columnismo literario, según Vicent: “Lo apremiante es el imperativo categórico, que cada uno cumpla con su deber simplemente por ser su deber. El trabajo bien hecho, esa es la única moral. El periodismo literario es un género genuinamente español. En mi caso el deber consiste en escribir un buen artículo que sirva para algo”.