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Así se lucha contra el crimen con el arma del ADN

El Instituto de Ciencias Forenses de la Universidad de Santiago, con Victoria Lareu al frente, y la Unidad de Antropología Forense de Verín, a cargo de Fernando Serrulla, son referentes mundiales en el análisis de restos biológicos y muestras genéticas para la resolución de complicados casos judiciales

ADN en la lucha contra el cirmen

El 19 de abril de 1997 hacia las 23:30 horas la adolescente Eva Blanco se despidió de su amiga con la que había salido de fiesta y se encaminó hacia su casa en una urbanización de la madrileña localidad de Algete, pero nunca llegó. Ya entrada la madrugada su cuerpo sin vida fue hallado en una cuneta con múltiples puñaladas atravesando su ropa y su cadáver. Había llovido toda la noche y el agua pudo borrar algunas de las pruebas importantes para la investigación, pero no el semen que aún permanecía en los órganos genitales de la joven.

Comenzó así una operación en la que se miró con lupa todo el entorno de la víctima y especialmente a aquellos que tuvieran antecedentes por delitos sexuales no solo en España sino que hasta se acudió al FBI, que sacó una reseña. El caso condujo a la mayor campaña de recogida de muestras de ADN que conocía la policía científica en ese momento. Más de dos mil vecinos de la localidad se ofrecieron voluntarios para aportar sus muestras biológicas y poder ayudar a esclarecer el caso, pues cabía la posibilidad de que el donante guardase parentesco con el asesino.

Confiando en los avances de la ciencia genética, la Guardia Civil acudió al Instituto de Ciencias Forenses de la Facultad de Medicina de la Universidad de Santiago (INCIFOR) para solicitar un estudio del semen del violador. El resultado fue determinante: el genoma del propietario de la muestra se correspondía con el de un hombre de origen magrebí. Acotada la búsqueda, los agentes investigaron a la población marroquí residente en todos los pueblos de la zona en la fecha del crimen. Uno de los hombres analizados dio positivo, aunque su ADN no coincidía al 100% con la muestra. Era el hermano del asesino, Ahmed Chelch, de 52 años, que había abandonado el pueblo dos años después del asesinato y residía en Francia, donde se produjo su detención el 1 de octubre de 2015. Un año y medio antes de que prescribiera, el crimen se esclarecía.

Este caso, que da esperanza a la familia de la viguesa hallada muerta hace 19 años Deborah Fernández, cuyos restos óseos han sido exhumados este mes para buscar un posible perfil de ADN distinto al de la víctima y comprobar a través de sus huesos si existió violencia, es uno de los múltiples crímenes complicados que se han resuelto gracias a la labor científica del mencionado instituto de ciencias forenses de Santiago de Compostela, que ha participado en investigaciones de relevancia internacional como el caso Minsted- uno de los más importantes de Scotland Yard, que llevaba 18 años buscando a un violador de ancianas, quien al fin cayó atrapado por su ADN-, la identificación de cinco terroristas del atentado del 11-M en Madrid, el estudio de los restos de Thomas Sankara, conocido como el Che Guevara africano, la filiación del pequeño Emmanuele, el bebé que la abogada Clara Rojas tuvo mientras estuvo secuestrada por la guerrilla colombiana o el asesinato de Diana Quer, entre otros.

¿Por qué Galicia es referente a nivel internacional? “En primer lugar debo mencionar la calidad profesional de los especialistas que trabajan en el instituto; sobre todo esta repercusión nacional e internacional se basa en la investigación puntera que se desarrolla en algunas unidades estructurales del instituto, con investigadores de alto prestigio mundial”, explica Victoria Lareu Huidobro, directora del INCIFOR (Instituto de Ciencias Forenses de la USC). Las investigaciones que realiza este organismo están pensadas para resolver casos reales, lo que sin duda le ha ayudado a esclarecer algunos de enorme complejidad e interés.

Entre los investigadores más reputados hay que mencionar a Ángel Carracedo, catedrático de Medicina Legal en la USC y coordinador de la Fundación Gallega de Medicina Genómica, y a Fernando Serrulla, coordinador y único integrante de la Unidad de Antropología Forense del Instituto de Medicina Legal de Galicia (IMELGA), donde analiza restos óseos de casos judiciales para toda Galicia. El empeño y dedicación de este forense madrileño residente en la localidad ourensana de Verín ha sido clave para que Galicia cuente con el lujo de tener a una de los mejores expertos a nivel internacional en el estudio de cadáveres en avanzado estado de descomposición (huesos y esqueletos). “Cuando se creó el Instituto de Medicina Legal de Galicia, en 2007, me ofrecí al director para trabajar”, recuerda. Pidió permiso al hospital de Verín para utilizar la sala de autopsias, que había quedado en desuso por la centralización de las mismas en Ourense y así comenzó a funcionar la unidad. “El resto ha sido entusiasmo, confianza por parte de los compañeros, apoyo de la Xunta con medios económicos y mucha dedicación a algo que hago voluntariamente porque creo que es un servicio social”.

De izquierda a derecha y de arriba a abajo César Adrio cumple prisión por el crimen de la viguesa Ana Enjamio, Rosario Porto y Alfonso Basterra, José Enrique Abuín, alias El Chicle, condenado por el asesinato de Diana Quer y Dolores Vázquez fue absuelta del crimen de Rocío Wanninkhof al hallarse al verdadero culpable. ALBA VILLAR / XOÁN ÁLVAREZ / FDV

Serrulla, que en 30 años dedicado a la antropología forense ha perdido la cuenta del número de casos que ha llevado -calcula unos 2.500-, acude en ocasiones a los levantamientos de cadáveres más complejos en los que se precisa una mayor experiencia para recoger pruebas cruciales. La mayoría de las veces los huesos le llegan al laboratorio del sótano del hospital de Verín donde realiza su trabajo. “Uno de los hitos fundamentales en medicina forense fue que saliéramos de trabajar de los cementerios -era complicado hacer ciencia en esas salas y sin medios- a los hospitales en 1995 y otro fue la ya mencionada creación del Instituto de Medicina Legal de Galicia, que a mí me sirvió para empezar a dedicarme a los huesos de manera oficial y permitió que los 50 o 60 médicos forenses empezáramos a trabajar como equipo” y le enviaran los restos óseos a él. “La especialización es fundamental, aún somos un instituto joven en fase de perfeccionamiento”, comenta.

Aunque reconoce que las tramas de las series como CSI o Bones representan bastante bien la realidad -excepto la sangre, los cadáveres y los huesos, según puntualiza- está en desacuerdo con la frase que se dice en alguna de ellas de que “los muertos hablan más que los vivos”. “En general, los cadáveres frescos hablan más que los descompuestos. Si el peso de una persona normal es de 60 a 90 kilos, el esqueleto pesa dos o tres kilos; se reduce en un 95% la materia orgánica y con ello la información que puedas obtener”. Sin embargo, los años de experiencia y conocimiento en el estudio de esqueletos y cadáveres putrefactos le hace sacar cada vez mayor jugo a la más mínima materia.

En el INCIFOR de Santiago la unidad de genética recibe muestras de ADN de distintas instituciones y países, como pueden ser forenses del IMELGA, miembros de cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, la fiscalía o la judicatura. “Recibimos cualquier vestigio biológico susceptible de contener ADN: muestras de sangre, semen, saliva, restos óseos, dientes, tejido muscular o tejidos provenientes de otros órganos”, comenta Victoria Lareu. Se ocupan de dos grandes bloques de casos: parentesco biológico y criminalística. En ambas situaciones los casos se registran y se decide cuál es el método de análisis más idóneo. Una vez obtenidos los resultados, realizan un análisis estadístico de los mismos y emiten un informe que se envía al peticionario del análisis. “En muchas ocasiones somos llamados a actuar como peritos en los tribunales”, añade Lareu, quien subraya que el INCIFOR está acreditado por la ENAC tanto para análisis genéticos como de toxicología.

Los casos de paternidades se suelen resolver en un periodo de entre 20 o 30 días, mientras que los criminales no tienen tiempo concreto. Lo mismo le ocurre a Serrulla en la Unidad de Antroplogía Forense con los esqueletos que analiza. “Todo necesita un tiempo, dedicarle esfuerzo, atención y minuciosidad; un esqueleto suele llevarme más de una semana. Desafortunadamente hay casos, muy pocos, en los que los restos apenas te dicen cosas; sin embargo en otros encuentras datos inesperados”, comenta este especialista, quien confiesa que en ocasiones ha conseguido resolver casos en noches de desvelo en que en su cabeza se procesa la información y acaba de encajar la pieza que falta para resolver puzzle.

Sin entrar en casos concretos de repercusión mediática que ha llevado, Serrulla afirma que “cuando estudias un esqueleto, un pequeño detalle como una fractura en un diente puede explicarte la causa de la muerte” y expone como ejemplo un caso no criminal de un hombre cuyo cadáver apareció en un descampado en las inmediaciones de un hospital. “Al ver que tenía lesiones que indicaban infección crónica en un maxilar, supones que tuvo que estar mucho tiempo con dolores para los que necesitaba analgesia”. Esa hipótesis permitió identificar al hombre: un toxicómano que vivía cerca del hospital precisamente para recibir medicación que mitigase ese dolor.

En el campo de la genética, los avances para la investigación criminal han sido enormes. “Cuando empezamos a trabajar con técnicas de ADN, necesitábamos una cantidad importante de una muestra biológica que además estuviera totalmente íntegra para obtener un perfil genético”, manifiesta Victoria Lareu. En la actualidad ese perfil se puede obtener de muestras tan pequeñas como el ADN extraído de una huella dactilar aunque esté parcialmente degradado. “Incluso podemos determinar, tras el análisis de dicha muestra, el origen biogeográfico, color de pelo, color de la piel, color de los ojos y edad de la persona que ha dejado dicha muestra”, indica la directora del INCIFOR.

Yendo más lejos, incluso es posible obtener perfiles genéticos de muestras de ADN obtenidos de una simple huella dactilar y de restos cadavéricos que llevan enterrados muchos años. Ejemplo de ello son los casos en que han trabajad par la identificación de personas fallecidas en la Segunda Guerra Mundial y en otros conflictos bélicos.

La degradación de los restos biológicos y muestras de ADN es el principal escollo con el que se encuentran estos profesionales a la hora de realizar su trabajo. Sin embargo, parte de la investigación del INCIFOR se basa en la búsqueda de nuevos marcadores y tecnologías que minimicen estos problemas y ayuden a conseguir una especie de retrato robot de la persona que ha dejado una muestra biológica en una escena de un crimen y de la cual no se tiene ninguna información. “Es en lo que estamos trabajando ahora y ya podemos determinar bastantes de las características físicas de un sospechoso”, manifiesta Victoria Lareu.

Los avances tecnológicos han sido claves para analizar muestras antes inviables y resolver casos complejos, “pero no debemos olvidar que esta tecnología y su aplicación derivan de años de investigación de muchas personas que están detrás de ello”, comenta la directora del INCIFOR. La unidad de genética forense de este instituto gallego cuenta con médicos, biólogos, farmacéuticos, químicos, biotecnólogos y técnicos FP2, además de trabajar mano a mano con matemáticos que les ayudan a buscar el enfoque más idóneo desde el punto de vista estadístico.

La creación de retratos robots

En antropología forense la tecnología no resulta tan determinante. “En mi caso prefiero tener un microscopio potente, más importante para resolver casos que un escáner 3D para hacer recreaciones virtuales que resultan muy llamativas poco aportan al esclarecimiento de casos”, expresa Serrulla. El reto inmediato de futuro para este antropólogo forense es avanzar en la profundización de las autopsias mediante técnicas de esqueletización que le permitan obtener más datos. “Cuando abres un cadáver fresco no ves los tejidos ni el hueso, algo que nos daría mayor información”, explica. Y pone como ejemplo la “huella” que deja en cráneo el arma utilizada para matar a una persona de un golpe en la cabeza. La capacidad elástica de los tejidos, especialmente de los huesos, permite saber la morfología del instrumento que ha causado la muerte, de modo que el forense puede dar al investigador policial información precisa sobre el “arma” que tiene que buscar.

Además del IMELGA y el INCIFOR, Galicia cuenta con el laboratorio de biología y ADN de la Policía Nacional en A Coruña, un CSI gallego que ha supuesto mayor celeridad en las investigaciones al evitar que las muestras tuvieran que ser trasladadas a Madrid para su estudio.

Restos biológicos y asesinatos

Los análisis de vestigios genéticos han estado presentes en los casos más mediáticos en Galicia 

Los análisis de restos biológicos y a cadáveres de las víctimas han estado presentes en los crímenes de mayor repercusión en las últimas décadas, sirviendo para descartar sospechosos, seguir pistas y resolver crímenes.

A la gallega Dolores Vázquez no la salvó de pasar 17 meses en prisión tras ser condenada como autora de la muerte de la joven Rocío Wanninkhoff en la localidad de malagueña de Fuengirola en 1999, pero sí le sirvió para probar su inocencia en 2003, cuando la Guardia Civil halló coincidencia con las muestras de ADN tomadas en agosto de ese año al cadáveres de Sonia Caravantes en la cercana localidad de Coín. Los vestigios apuntaron a un mismo asesino de las dos chichas: el británico Tony King.

En el caso de Diana Quer, la joven madrileña asesinada en A Pobra en agosto de 2016, el agua del pozo en la que estuvo sumergido su cadáver durante 500 días se encargó de borrar cualquier rastro de ADN de su asesino, José Enrique Abuín. Tampoco se hallaron lesiones en el cuerpo de la víctima, pero ello no impidió que fuese condenado por asesinato, detención ilegal y agresión sexual.

Los restos biológicos jugaron un importante papel en el proceso judicial por el crimen de Asunta, la niña gallega de rigen chino asesinada en septiembre de 2013 en Teo por sus padres adoptivos, Alfonso Basterra y Rosario Porto. La aparición en la camiseta de la niña de un rastro de semen atribuido a un colombiano residente en Madrid causó la estupefacción y fue tratada por el juez como una contaminación sucedida en el laboratorio madrileño donde se analizó la muestra. En cuanto a los vestigios biológicos de los padres, llamó la atención el ADN de su madre hallado en la zona de las axilas de la camiseta, lo cual se atribuyó a cuando Porto arrastró el cuerpo sin vida de la pequeña, y el del padre encontrado en el interior de las bragas de la menor.

César Adrio, condenado en 2019 por el asesinato de la viguesa Ana Enjamio en 2016, lo atrapó su ADN presente en los cortes de la chaqueta que llevaba la víctima y el de sangre de ésta en su coche, aunque él declaró que se correspondía a sangre menstrual de una relación sexual mantenida entre ambos con anterioridad al crimen.

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