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Santa María del Puerto (Somiedo) es la felicidad con nieve y calcetines de lana merina

Veteranos y noveles de El Puerto confrontan rutinas diarias a 1.500 metros: de la vida casi nómada a la quitanieves para ir a clase

Nuria Martínez y Juan Carlos del Oso, con sus hijos, Pelayo y Lago, a la puerta de casa.

La visita real “hace una ilusión tremenda” y “nos eleva la moral a todos”, pero que conste que aquí ha sido siempre todo “muy difícil”. Juan Álvarez, 76 años, habla a las puertas de la casa de El Puerto donde nació y que ha llegado hasta hoy casi intacta, con sus revestimientos de madera, sus tres habitaciones pequeñas para seis personas y el baño, sólo retrete y palangana, separado por una cortina del pasillo.

Juan, que pasó en este lugar sus primeros veinte años, que “como muchos jóvenes de aquí” se marchó a buscar cosas mejores, entretiene la espera por el paso de la comitiva del premio al Pueblo Ejemplar reviviendo escenas de la vida casi nómada de “los que somos y seguimos siendo vaqueiros”.

Vecinos y público esperan la llegada de los Reyes con las casas engalanadas para la recepción del premio “Pueblo ejemplar”. S. Arias

En El Puerto de la mitad del siglo pasado, recuerda, estas fechas de octubre eran aproximadamente las de “cargar todo en las caballerías, que eran los coches que teníamos, y a veces con los niños pequeños amarrados encima de la carga bajar a Belmonte o Salas” a pasar el invierno. Más o menos hasta mayo.

“Teníamos un maestro nacional de Valle de Lago” que le daba la vuelta al curso escolar, impartía clases en verano y descansaba en invierno…

Anastasio Nieto, José Domingo, Eloína Marrón y Luis Nieto. | S. Arias

“La ignorancia y la felicidad, eso es lo que teníamos”, remarca Juan. “Con unas cuantas vacas, aquí vivías y no pasabas hambre, pero la juventud marchó casi toda”. Él a El Berrón. Confiesa la edad “con mucha honra”, más después de haber pasado diecisiete días ingresado por covid y de perder por el mismo motivo a su hermano Segundo. “Hoy estará feliz de ver como brillo su Puerto”, afirma la hija de éste, Vanesa.

Laura Riesgo, a la izquierda, y Marta Lorences. Sara Arias

A Vanesa el destino le regaló ayer una curiosa segunda ocasión de reencuentro con Felipe de Borbón. El anterior fue en La Peral, en 1990, cuando el Rey era Príncipe y Vanesa “una nena de seis años” que decidió regalarle unos calcetines de lana merina y una carta “contándole mis cosas”. Conserva la carta que recibió poco después con el agradecimiento de parte del Rey.

Juan Álvarez, a la puerta de su casa de El Puerto, en una imagen de su juventud y en otra tomada ayer.

De entonces ahora, a lo mejor no ha cambiado tanto alrededor de este Puerto que sigue siendo de partida. “Lo raro es que estemos a finales de octubre y no haya nevado todavía; aquí el invierno es muy duro”, subrayan Laura Riesgo Riesco y Marta Lorences, dos de las madres de familia que saben lo que es vivir todo el año en Santa María del Puerto.

Felicidad con nieve y calcetines de lana merina

“Necesitaríamos que la quitanieves llegara a una hora prudente”, reivindican. Hay días en los que tienen que llevar a sus hijos hasta donde están los antialudes y pasarlos caminando por el alud, “con lo peligroso que es eso”, para que puedan coger el transporte e ir al colegio Flórez Estrada de Pola de Somiedo. Este itinerario lo hacen cuatro niños del pueblo. “Para los niños es un esfuerzo y un sacrificio, pero aquí son felices”, dicen las mujeres.

 Sobre estas líneas, el entonces Príncipe Felipe, con los calcetines de lana merina que le regaló Vanesa Álvarez durante su visita a La Peral en 1990. Detrás los entonces vicepresidente y presidente del Principado, Bernardo Fernández y Pedro de Silva. | M. P.

Sobre estas líneas, el entonces Príncipe Felipe, con los calcetines de lana merina que le regaló Vanesa Álvarez durante su visita a La Peral en 1990. Detrás los entonces vicepresidente y presidente del Principado, Bernardo Fernández y Pedro de Silva. | M. P.

En realidad, la casuística es más rica en matices: “Hasta que acaban Primaria, el transporte viene a buscar a cada niño, pero cuando nieva los tenemos que sacar a la carretera”, indica Marta Lorences, joven ganadera que heredó de sus padres la cultura de los vaqueiros de alzada. Su hijo, Adán Riesco Lorences, tiene 7 años y estudia segundo de Primaria. Forma parte de la cuarta generación de la ganadería Riesco y de mayor quiere ser veterinario.

“No nos falta de nada, pero cada vez tenemos que tener más animales, porque la carne es más barata. El pienso y el gasóleo es muy barato. Es muy difícil empezar de cero si no tienes ganado en tu familia”, aseveran las familias ganaderas.

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