La historiadora, documentalista y escritora Pilar Sánchez Vicente (Gijón, 1961) ha imaginado una hija para secreta para Gaspar Melchor de Jovellanos, dotada con sus mismos ideales y sueños, y la ha echado a andar por las páginas de “La hija de las mareas” (Ediciones Roca), su nueva novela. El ilustrado asturiano no tuvo descendencia, que se sepa, y, como Sánchez Vicente recuerda, defendió la capacidad de las mujeres para desempeñar cargos políticos y la igualdad con los varones. 

-Su historia empieza con un episodio que Jovellanos relata en sus memorias familiares, acerca del enamoramiento de su hermano Miguel de una criada. ¿Ese es el germen de “La hija de las mareas”?

-La idea parte de las visitas guiadas a Cimavilla realizadas para “Mujeres Errantes”. Durante estos recorridos literarios por sus escenarios, me di cuenta de que faltaba por escribir la historia de ese Gijón a caballo entre los siglos XVIII y XIX, una época de crecimiento urbano y esplendor. Por su puerto, uno de los más importantes del Norte, entraban especias y productos desconocidos como el cacao, llegaban cholos y esclavas de los lejanos virreinatos, y pasaban de contrabando los libros perseguidos por la Inquisición. En el 210 aniversario de su muerte, me interesaba darle protagonismo a Jovellanos, uno de los máximos representantes de la Ilustración española. Al percatarme de que el suicidio de Miguel y el enclaustramiento de Josefa habían sido ambos motivados por amores imposibles con personas de inferior rango, vi la oportunidad de recrear de paso los últimos estertores del Antiguo Régimen. En el caso de Miguel, la criada conocida como “La encantadora” será un personaje clave en la novela.

-¿Quién es Andrea Carbayo de Jovellanos? ¿Es digna hija de su padre?

-Se conocen tardíamente. Para él no es fácil encontrarse con una hija de treinta y tres años, culta, viajada, y que ha dirigido un periódico en París. Ambos comparten los mismos ideales, persiguen los mismos sueños, celebran el progreso y son amenazados por sus ideas, pero él no deja de ser un hombre profundamente piadoso y de costumbres conservadoras. Pese a sus diferencias, ella considera que Jovellanos es “un genio incomprendido, un adelantado a su tiempo, un visionario”. Sus paseos por el arenal de San Pedro son testigo de largas pláticas, que forjarán una íntima y honda relación. De hecho, Andrea será la depositaria de su biblioteca secreta.

-¿Qué papel tuvieron las mujeres en los movimientos liberales del XIX?

-No somos un colectivo, somos la mitad más una de la tarta y cada vez que en la historia se produce un movimiento liberal, aspiramos a ocupar nuestro lugar. En esa época, las mujeres copan el comercio al por menor y algunos oficios, pero también las hay escritoras, maestras e impresoras como la propia Andrea, o sanadoras como las mujeres de su familia desde tiempos inmemoriales. Su tatarabuela fue víctima por esta razón del Santo Oficio. La novela da inicio con el Cuaderno de Quejas que presentan ante la Asamblea Nacional las Damas por la Libertad en 1789, algunas de cuyas reclamaciones todavía siguen vigentes. En España el fenómeno de las tertulias como elemento modernizador será más tardío que en Francia, pero me apetecía destacar ese papel que tuvieron casi clandestino en la propagación de los avances y el progreso.

-Su protagonista es amiga de Olympe de Gouges, la autora de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana. ¿Comparte sus ideales revolucionarios y feministas?

-En realidad, es su secretaria, así se inicia la relación entre ellas. Olympe tiene muchas ideas, pero escasa formación. Como dice en un momento: “¡Abajo con la esclavitud de la santísima trinidad: la ortografía, la caligrafía y la gramática! ¡Todas las dictaduras fuera!” Será Andrea quien le pula y corrija los textos y juntas fundarán la Sociedad de Amigos de los Negros, que le permitirá a nuestra protagonista escribir una controvertida obra de teatro. Su visión revolucionaria es distinta, Olympe es girondina y Andrea se irá radicalizando a medida que la Revolución avanza. Su relación se tensará, precisamente a partir de la Declaración de Derechos de la Mujer y la Ciudadana. En el afán de Olympe de que le dé el visto bueno María Antonieta antes de publicarla, las adelanta la inglesa Mary Wollstonecraft con su Vindicación de los derechos de la mujer, un manifiesto similar al suyo, que rápidamente se tradujo al francés ocupando los escaparates.

-¿”La hija de las mareas” es una novela feminista?

-“La hija de las mareas” contribuye a la genealogía del feminismo y nos muestra cómo llevamos siglos luchando por la igualdad. Jovellanos es sensible a ese respecto y es favorable a que las mujeres se incorporen a la Sociedad Económica de Amigos del País. Reconoce que en todos los tiempos y países ha habido mujeres que han hecho progresos hasta en las ciencias más abstractas y por tanto, si estaba comprobado su raciocinio, no existía impedimento para que participaran en las sociedades en igualdad con los varones. Insistía en que el cerebro no tiene sexo y nuestra aptitud para el desempeño de cualquier función política o social es exactamente igual, por naturaleza, a la de los hombres. Si existía alguna diferencia, era debida al aprendizaje. La clave estriba el acceso a la educación.

-Andrea opina que el amor lleva a la ruina a los hombres y a las mujeres. ¿Está de acuerdo con ella?

-Cuando inicia ese capítulo de sus memorias está narrando el desgraciado enamoramiento de Miguel, que trajo una ruina añadida a las Carbayo. Cuando a Andrea le llega la encrucijada de la adolescencia, ve que sus opciones se reducen “a las tres de cualquier moza de mi edad: monacato, puterío o boda” y decide acompañar a su abuelastro Bertrand, médico francés, de vuelta a París, iniciando así un largo periplo. Andrea es consciente de que el matrimonio le cortará las alas, por eso decide valerse por sí misma y no depender de nadie. Pero, como en la vida misma, mis personajes conocerán el amor y el desamor. Y el sexo, por supuesto.

-¿Qué precio tenían que pagar las mujeres por su libertad intelectual en el XIX?

-La libertad intelectual en el siglo XIX no existe ni para hombres ni para mujeres y además no viene sola, va acompañada de la política y la económica, es una batalla que conlleva un alto precio. Los liberales han sido los grandes perdedores de la historia de este país y eso se refleja en la novela, sobre todo en el convulso principio de siglo. Los Borbones venden el país a Napoleón por treinta millones de reales, metiéndonos de lleno en la Guerra de la Independencia. Pero la situación en España no es la de Francia, allí las mujeres exigían el sufragio ante la Asamblea Nacional, aquí el tema ni se plantea en las Cortes de Cádiz. El absolutismo de Fernando VII unido a un exacerbado catolicismo, impiden el desarrollo y el progreso de nuestro país. Contra esa rémora luchaba Jovellanos.

-Al documentarse para este libro, ¿se ha tropezado con muchas mujeres cuya memoria ha sido borrada de la historia?

-Ahora encuentras cientos de páginas dedicadas a rescatar figuras de pintoras, escritoras, filósofas, científicas, matemáticas… no hay más que ampliar el foco, en cuanto levantas la alfombra aparecen cientos. Aunque careciéramos de reconocimiento, siempre estuvimos ahí. Muchas se escondieron detrás del nombre del marido, o de un pseudónimo, o utilizaron el anonimato directo. También se decía que las pinturas rupestres eran obra de varones y ahora se está viendo por la forma de las manos que son claramente femeninas. Todo depende de cómo se cuente la historia. En los libros de texto que es donde aprendemos, solo un 7% de las figuras que aparecen son mujeres, cuando somos el 51% de la población. ¡Si eso no es borrado u ocultación, ya me dirás!