La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Presenta la novela “Lo que hay” Sara Torres Escritora gijonesa

“La escritura es siempre para mí un modo de volver, para indagar”

“Aunque llevo muchos años viviendo fuera, siempre regreso, ritualmente, para no perder el hilo ni con la ciudad ni con la gente que quiero”

La escritora gijonesa Sara Torres. | ALBA RICART

La escritora Sara Torres (Gijón, 1991), una de las voces más relevantes de la joven poesía española, hace con “Lo que hay” su primera incursión en la novela. Y lo hace a lo grande, con una pasión desbordada. En “Lo que hay” late con enormidad la figura de la madre fallecida. De aquella casi niña que alcanzó el premio “Gloria Fuertes” de poesía joven en 2014 con “La otra genealogía” queda mucho aún, pese a la madurez personal y literaria. Hoy hace la “premier” de su novela en Barcelona. En Gijón estará el 23 de mayo, a las 8 de la tarde, en El Bosque de la Maga Colibrí.

–“Lo que hay” es una novela pero también un relato crudo, íntimo y personal. Inevitable es descifrar cuánto de lo que se cuenta es real y hasta dónde llega la ficción.

–Fuera de Gijón creo que no es tan relevante este quedarse dudando de hasta qué punto la historia es realidad o ficción. Es un libro donde realidad-ficción es un baile. Jamás contaría la historia de mi vida o la de mi madre sin el tamiz de la ficción, por respeto a mi familia. La práctica de la libertad de expresión total tiene como riesgo el quedarnos solos (ríe). A mí me importa más cuidar y celebrar y ayudar a personas que puedan sentirse identificadas. Las emociones y las pasiones descritas son verdaderas y personales, esto es lo que importa. La ficción se construye con escenarios que nunca existieron, pero también con la selección y la omisión de memorias.

–Hay una reflexión en la novela sobre qué se ama realmente, si al ser amado o a la proyección del futuro frustrado por la ruptura.

–Creo que amamos a los otros, pero también los mundos posibles con los otros. Perder a alguien fundamental en nuestra vida es perder un mundo, que queda en forma de fantasma, accesible en la imaginación.

–Hay muchos detalles autobiográficos: la enfermedad y el fallecimiento de su madre, Gijón... ¿“Lo que hay” es un retorno o la ocasión de pasar página?

–“Lo que hay” viene de una frase que decía mucho mi madre: “Ye lo que hay”. En la novela apunta a lo que queda, con toda certeza, después de una bestial sensación de pérdida. También cuenta que una hija se identifica de formas misteriosas e infinitas con su madre: hay vínculos que nos hacen por dentro, y nuestras identidades no son tan independientes de ellos. En la novela, la narradora comprende que su forma de amar, de vivir, de temer, todo pasa por ese gran amor que fue su mamá. Yo, además, aunque llevo muchos años viviendo fuera nunca he querido pasar página. Siempre he vuelto, ritualmente, para no cortar el hilo ni con la ciudad, ni con la gente que quiero. He tenido miedo al rechazo, por si mi vida no encajaba con la idea de vida “normal” de mi entorno. Pero no he querido que ese miedo me separase de los paisajes y las personas que amo.

–Flota el objetivo de construir una novela sobre el amor lésbico, sobre sus gestos, ritos y referentes, distintos del amor heterosexual tradicional. ¿Hay diferencias conceptuales en ese modo de amar?

–Creo que hay diferencias fundamentales en los modos de relación, pero que esos mundos relacionales y corporales distintos que ocurren fuera de la norma heterosexual a veces desaparecen cuando intentamos representarlos. Es difícil buscar maneras distintas de pensarnos, porque la lógica común lo coloniza todo. La novela creo que muestra ese pulso, la del cuerpo conmovido que intenta contar lo distinto en aquello que le conmueve. A todos nos educan con una misma imaginación (aunque las cosas empiecen a cambiar): esa imaginación es heterosexual. Mi tesis doctoral estudia esto.

–¿Escribir es su modo de dejar atrás o un modo de volver? ¿Un refugio o una indagación?

–Se me da fatal dejar atrás. Ya no lo intento. Aunque en algún momento el cuerpo comienza a olvidar algunas cosas, o las entierra. La escritura, no obstante, siempre es para mí un modo de volver. Para indagar. Volvemos porque deseamos comprender un dolor y también porque deseamos repetir un placer. En todo caso es refugio.

–¿Qué queda de aquella niña que se aficionó a la escritura en el colegio?

–Queda todo. Estoy muy en contacto con la infancia, no creo que sea algo que de pronto se olvide o desaparezca de la identidad, a no ser que sea por medio de la fuerza y la represión. La vida es un continuo, creo que verdaderamente soy la misma. Lo que sí he dejado atrás un poco, afortunadamente, es la adolescencia. Querer encajar en la norma social saca lo peor de nosotros. Nos hace violentos.

–De su libro “La otra genealogía” dijo que escribió el libro que nunca llegó a encontrar en las librerías. ¿Qué significó ese poemario para su autora?

–Significó poder conectar. Encontrar afinidades, personas compañeras de todas las edades a las que unía una sensibilidad. También, si soy sincera, el reconocimiento de mi trabajo y el apoyo de medios de comunicación como el vuestro creo que me sirvió para que personas de mi entorno me respetasen más. No era solo alguien joven que se saltaba la norma social que le había sido asignada al nacer. Si a la prensa le interesaba, ¿igual algo tenía que decir, no? Me imagino que otras chicas de mi generación lo habrán tenido y lo estarán teniendo más difícil que yo, por no tener un trabajo detrás que les sirva de “justificante”.

–En “conjuros y cantos” ya se ve una voz propia, y una reflexión sobre el lenguaje. Escribe en ese libro que el lenguaje es un acto con consecuencias. ¿Las palabras no son inocentes?

–Ojalá encontrar, para comunicarnos, las palabras inocentes. ¿Sería bonito, no? Palabras sin connotaciones oscuras, sin significados que se escapan a nuestro control. Pero cada palabra tiene una bolsa de minas para el otro: a veces detonan en emociones alegres, en ternura y cuidados, pero otras veces hablan de trauma, de conflicto, de violencia. En muchos casos quien las pronuncia desconoce el efecto que van a causar en el cuerpo del otro. Cuando el hablante conoce sus efectos, también tiene el peligroso poder de manipular las emociones a través del lenguaje utilizado. En contraposición a lo que sería idealmente un “lenguaje inocente”, el lenguaje ideológico totalitario reduce la realidad y manipula las voluntades. También enfrenta a la gente.

–Poeta, novelista... Su obra literaria, pese a su juventud, alcanza para algunos críticos la categoría de ensayo. ¿En qué registro se encuentra más cómoda?

–Desarrollo el ensayo desde lo académico y aprender el código del ensayo es un trabajo tan riguroso e intenso que a veces es difícil que no transforme tus otras escrituras. Desde luego transforma el modo de argumentar y ordenar pensamiento. Por otro lado, está lo poético (que también tiene poder de crear conceptos): este siempre ha sido mi registro. El fragmento, la intensidad, la captación del deseo en instantes de memoria, la forma en que involucra e interpela al cuerpo. Me gusta contar escenarios e historias a través de lo poético. Para mí una imagen poética que sea necesaria en sí misma es el mayor logro que puede ocurrir, también dentro de la narrativa, sin que lo poético tenga que ver con el verso. La división por géneros es más cosa del mercado, creo, que de la creación.

–A Sara Torres ¿qué animal le gustaría ser?

–Se suele fantasear con animales a los que atribuimos cualidades que tienen reconocimiento y capital asignado en el mundo humano. No estoy segura qué animal me gustaría ser, lo primero que pensé fue ¿habrá algún animal cuya vida esté libre de amenaza y sufrimiento? Me imagino que no, pero al menos deseo creer que la vida animal está libre de la angustia por anticipación del sufrimiento. En cuanto a buscar un espejo en lo animal, y por lo que conozco de ellos, creo que podría ser un caracol. Uno amarillo de los que viven en las costas de Asturias. Lento y agradecido, tan sensible a los placeres.

Compartir el artículo

stats